HISTORIA DE LA NBA

Un gafe histórico: Grant Hill, el hombre que pudo ser Jordan

Con un talento innato, Grant Hill fue una estrella que aspiró a heredar el trono de Jordan, pero las lesiones se cruzaron en su camino y arruinaron su carrera.

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Con un talento innato, Grant Hill fue una estrella que aspiró a heredar el trono de Jordan, pero las lesiones se cruzaron en su camino y arruinaron su carrera
NBA Photos DIARIO AS

"¿Y si...?". Es una de las frases más utilizadas en el deporte y, evidentemente, también en la NBA. Los condicionantes nunca han servido para mucho más que para debatir, pero de eso vive una Liga plagada de constantes historias por contar, con una ingente cantidad de discurso hollywoodense y una incesante cantidad de horas muertas en los últimos meses que han permitido desarrollar al máximo esta práctica. Ha pasado con Jordan, todos esos rivales a los que se enfrentó y a los que no, con un documental que ha originado amplias discusiones que no han servido más que para dar un nuevo sentido a una competición que estaba parada pero que se encuentra a escasos días de reanudarse. Algo que, si el coronavirus no impide, permitirá coronar un nuevo ganador y no dejar vacía una casilla que siempre ha tenido dueño desde que la NBA nació, allá por 1946.

Dentro de ese condicionante tan repetido encontramos a un hombre que pudo haber sido mucho, pero que es un desconocido para el pueblo llano, que no para el fiel aficionado al baloncesto. Gran Hill llegaba a la NBA en 1994 dispuesto a comerse el mundo tras ganar la NCAA en 1991 y 1992. Fue con la Universidad de Duke, a la que aterrizó tras desoír los deseos de su madre, que quería que fiuera a Georgetown, y de su padre, que quería mandarle a North Carolina para que siguiera los pasos de un Jordan al que pronto estaría llamado a sustituir. Allí coincidió con Bobby Hurley y con el vilipendiado Christian Laettner, que convirtió el tiro ganador del segundo campeonato y llegó a la NBA con una proyección incluso mayor que la que luego tendría su compañero (y el oro olímpico en los Juegos Olímpicos de Barcelona), pero que tuvo una carrera infinitamente peor que la suya.

Laettner fue elegido en la tercera posición del draft de 1992, la misma que la de Hill, que llegó dos años después. Durante su carrera universitaria, el prometedor alero se convirtió en el primer jugador en la historia de la ACC (Atlantic Coast Conference) en conseguir más de 1.900 puntos, 700 rebotes, 400 asistencias, 200 robos de balón y 100 tapones. Además, consiguió el premio a Mejor Defensor de la NCAA en 1993 y promedió 14.9 puntos, 6 rebotes y 3.6 asistencias en 129 partidos con Duke. Su dorsal 33 fue retirado por los Blue Devils, siendo el octavo jugador en la historia de la universidad en recibir tal honor. Un currículum lo suficientemente extenso como para que unos Detroit Pistons en horas bajas apostaran por él. Tras la disolución de los Bad Boys, la franquicia nadaba en un mar de dudas y venía de conseguir solo 20 victorias en la 1993-94, con lo que pusieron todas sus esperanzas en un hombre que llegaba dispuesto a comerse el mundo.

Llamando a las puertas

La carrera de Grant Hill tiene dos caras bien diferenciadas: una primera parte de su carrera en la que iba camino de comerse el mundo y una segunda, marcada por la desgracia de unas lesiones que ya nunca le abandonaron. El alero se fue en su primera temporada a 19,9 puntos, 6,4 rebotes, 5 asistencias y 1,8 robos de balón, con casi 1 tapón por noche. Disputó hasta 70 encuentros, ayudando a su equipo a conseguido ocho victorias más que el año anterior y consiguiendo varios hitos con tan solo 22 años. Fue el primer rookie de los Pistons desde Isiah Thimas en superar los 1.000 puntos y pronto se vio que el vacío dejado por Jordan, retirado en 1993 por primera vez, podía ser ocupado por un jugador con brazos largos, que destacaba en los dos lados de la pista, reboteaba y pasaba de forma excelente y era un sólido anotador. Hill ganó el Rookie del Año y fue el más votado para el All Star en su primera temporada, algo inédito en la Liga y que repitió en su segunda temporada, ya con Jordan (que regresó en 1995) en liza y los Bulls volando a ese 72-10 solo superado por los Warriors en la 2015-16.

En su segunda temporada, Hill superó la barrera de los 20 puntos (20,2), sumó 9,8 rebotes y casi 7 asistencias, liderando a su equipo a playoffs por primera vez desde hacía tres años, cuando Chuck Daly seguía en activo en los banquillos. La llegada de Doug Collins (sí, el que entrenó a Jordan en los Bulls antes de la llegada de Phil Jackson) permitió al equipo crecer y conseguir 46 victorias, que se transformaron en 54 al año siguiente, con 21,4+9+7,3 de un alero que ya por esa época estaba llamado a sustituir a un Jordan que, con 35 años y con ya públicas discrepancias con la directiva, Jerry Krause a la cabeza, atisbaba su final. En esa temporada, Hill fue tercero en la votación para el MVP por detrás de Karl Malone y Michael Jordan, logró 36 dobles-dobles y 13 triples-dobles, liderando la Liga en este apartado por segundo curso consecutivo, además de acabar en el Mejor Quinteto de la temporada.

Fue la primera parte de la carrera de un jugador único, que regalaba highlights, se hizo con el público del recientemente demolido Palace of Auburn Hills, posteaba de manera excelente y cumplía en defensa. En esos años, fue un asiduo al All Star (que disputó hasta en siete ocasiones), y a los mejores quinteros de la temporada, además de participar en ese Dream Team 2.0 que ganó el oro en Atlanta, en 1996. Los Pistons disputaron los playoffs en dos ocasiones más (1999 y 2000), y en esa última campaña Hill tuvo sus últimos grandes promedios, con 25,8 puntos, 6,6 rebotes y 5,2 asistencias. Ya sin Jordan en activo (regresó en 2001 por última vez), era, junto a otras jóvenes estrellas como Vince Carter y Kobe Bryant, el elegido para ocupar un trono en el que se acabaría sentando una Mamba Negra que acabó siendo la sombra que más se ha acercado, por juego y número de anillos, a la eterna (y eternizada) figura de His Airness.

El calvario

El 3 de agosto, Hill era traspasado a Orlando Magic por Chucky Atkins y Ben Wallace. Fue una decisión tomada por Joe Dumars desde los despachos, que como miembro de los Bad Boys y viendo el estancamiento de la franquicia quiso dar un nuevo aire al equipo cambiando de fórmula y trayendo de Florida a un pívot que se convertíria, junto a más piezas, en la piedra angular del campeonato del 2004. Ese año, Hill lo vio desde la grada, ya que no disputó ni un solo encuentro tras sufrir una gravísima lesión en un tobillo maltrecho que solo le había permitido disputar 4, 14 y 29 partidos en los tres años anteriores, como su exequipo se hacía con el anillo. La pareja temible que iba a formar con Tracy McGrady y el proyecto dirigido por un por entonces prometedor y joven entrenador Doc Rivers se quedó en nada. Incluso se intentó que Tim Duncan, que se llegó a montar en un avión camino de Orlando, se uniera a un tridente que prometía mucho y se quedó con las solitarias hazañas anotadoras de un McGrady que se hizo un hueco en la Liga.

Ni rastro hubo esas tres temporadas de ese alero que en los Pistons llegó a jugar de ala-pítot, que recordaba a Scottie Pippen y se convirtió en uno de los tres únicos jugadores, junto a (ojo) Wilt Charmberlain y Elgin Baylor, que lideró en puntos, rebotes y asistencias a su equipo en múltiples temporada. Y lo peor estaba por llegar: en marzo de 2003, se le fracturó el tobillo para realinearlo con el talón, pero el jugador empezó a tener más de 40 grados de fiebre y convulsiones. Tuvo que ingresar en urgencias, donde fue víctima de varios espasmos y necesitó un injerto de piel de su propio brazo para coser la herida, llegando los médicos a temer por su vida. Con 30 años, la estrella había dejado de serlo, y en el momento en el que debia estar liderando la competición se replanteó incluso la retirada, algo impensable cuatro años antes para un hombre destinado a dominar el mundo.

La 2004-05 fue la última temporada en la que se vio al Hill de antaño. Disputó 67 encuentros, más que en las tres temporadas anteriores combinadas, se fue a 19,7 puntos, 4,7 rebotes y 3,3 asistencias y disputó el All Star (y de titular) por última vez en su carrera, llegando a anotar 39 puntos con un 75% en tiros de campo en una victoria ante los Clippers. En la 2005-06, el gafe que le perseguía volvió a hacer su aparición, y solo jugó 21 encuentros. Tras operarse de una hernia, afirmó que si tenía que volver a pasar por el quirófano, se retiraría. La Liga, con incipientes estrellas como LeBron James y Dwayne Wade, algún vestigio todavía de Shaq y las proezas anotadoras de Kobe, había olvidado a ese hombre que tiempo atrás, se había postulado como un jugador histórico. Tras hacer rehabilitación con especialistas de Vancouver antes de la 2006-07, aseguró haber recuperado la movilidad en el tobillo y pudo jugar de nuevo, aunque siendo una sombra de lo que en su día fue y promediando apenas 14,4 puntos por partido y coincidiendo con otro hombre llamado a dominar los cielos, Dwight Howard.

¿Y si...?

En eso, por desgracia, se quedó la carrera de Grant Hill. Como le pasó a Bill Walton entre finales de los 70 y principios de los 80, el alero siempre se quedará con ese condicionante. Aún tuvo tiempo de disputar cinco temporadas en Phoenix, ya alejado de las lesiones y como veterano de lujo, disputando, entre 2008 y 2011, 82 (por primera vez en su carrera), 81 y 80 partidos. Fue parte de la plantilla que, con Steve Nash a la cabeza y Alvin Gentry en el banquillo, disputó las finales del Oeste de 2010, cediendo por 4-2 ante los Lakers de Kobe en el que fue el último vestigio de los Suns (que no han vuelto a playoffs desde entonces) del Seven Seconds or Less. Fue la única vez que Hill husmeó ligeramente con el anillo, un balance muy pobre para un hombre de su extraordinaria categoría y que fue, durante algunos años, una de las referencias de la mejor Liga del mundo. En los Suns nunca se bajó de los 10 puntos por partido y acabó su carrera en la 2012-13 en los Clippers, disputando 29 solitarios partidos y retirándose con 40 años y 18 temporada (19 si contamos la que se quedó en blanco) en sus espaldas, algo meritorio teniendo en cuenta las lesiones sufridas.

Hill será siempre recordado por ese tremendo condicionante, pero también por el formidable baloncesto que practicó durante la primera parte de su carrera, en la que perteneció, de manera absolutamente legítima, a la élite de la NBA. Muy respetado dentro del mundo del baloncesto (ganó en tres ocasiones el premio a Jugador Más Deportivo) sus aportaciones fueron reconocidas con su inclusión en el Hall of Fame de 2018, un premio justo a una carrera a la que siempre le perseguirá ese y si... De una forma u otra y como ya hemos dicho, de los condicionantes no se vive y la historia ya está escrita. Y eso no quita que Hill fuera una de las grandes promesas de una Liga que no espera a nadie ni le esperó a él. Un jugador fantástico que vivió la mala suerte y el calvario de las lesiones, pero cuya capacidad de superación permitió que tuviera una carrera longeva y que dejara su huella en una competición que quiso y no pudo conquistar. Esa es la historia de Grant Hill, un hombre gafado que pudo, o eso quisimos creer, convertirse en la referencia de la NBA. Y eso, ya se sabe, es decir mucho.