Los Lakers rozan la deshonra
Les crecen los enanos a los angelinos: LeBron no estaba y Davis tuvo dos problemas físicos. Pero los demás no dan el nivel. Derrota clara en Portland.
No hay paz para los Lakers. Ni un respiro en este traumático inicio de campaña, la que debía ser la de la recuperación y elevación del equipo. Las lesiones sigue machacando a una plantilla excesivamente veterana, pero lo que hay sano tampoco funciona. Es una serie de catastróficas desdichas, como los libros de Lemony Snicket. En Portland tienen líos deportivos, por el mal momento por el que pasa Lillard y el cambio en el proyecto, y extradeportivos, con la investigación a su presidente por conducta indecorosa en el trabajo, pero ya llegaba un equipo a echarles el salvavidas. Los Lakers, claro. Estos Lakers, añadamos. Ante un conjunto bien armado en los últimos años para la ofensiva y que está pasando por algún problema en ese apartado esta temporada la defensa no puede ser como la planteada por Vogel, maestro defensivo en un pasado no muy lejano: 42 puntos en el tercer cuarto, considerando que el marcador final fue 105-90, son inaceptables.
"Cada posesión y cada minuto tiene que importarnos", decía Dwight Howard al acabar. No parece que sea ése el problema en un partido que se les fue por el desagüe con continuidad, no por acciones aisladas.
LeBron James no estaba disponible por una distensión en la zona abdominal ni lo estará en los próximos partidos, pero no era el único. Anthony Davis era el que tenía la cruz puesta para este sábado: era duda por una lesión en el dedo pulgar y se pasó toda la previa vomitando por un problema estomacal, siendo esto segundo lo que le obligó a parar tras sólo siete minutos en cancha y a no volver a jugar más en toda la noche. La pérdida de otra estrella agitó a los Lakers, que tras el descanso se hundieron para no volver. Los que se quedaron al mando no dieron la talla, especialmente un Russell Westbrook sobre el que vuelven a estar las miradas: 1/13 en tiros de campo durante 29 minutos de juego, rozando la deshonra.
El partido comenzó con una declaración de intenciones: recibir y tirar para Lillard y triple. Los angelinos empezaron a ir tarde a todas las jugadas sin ser excesivamente rápidas, en estático pero sin atinar para llegar a puntear los lanzamientos y evitar canastas fáciles. Entre tanto Davis se fue para no volver y los Lakers comenzaron su crisis existencial. Carmelo volvió al equipo que le devolvió la vida y lo hizo con una mala carta, fallando los cuatro triples que intentó, en lo que fue puro contagio del resto de la plantilla, que veía que la distancia se hacía abismal con el paso de los minutos. Participaban Reaves o Ellington y terminaron haciéndolo Huff y Doumbouya, visto que no iban siquiera a poder pelear la victoria. Con la distancia en más de veinte se comenzó un segundo cuarto en el que a los visitantes les dio por pelear un poco más, sólo para llegar a un lugar verdaderamente alejado de la civilización: a doce tras un triple de Westbrook, la única canasta en juego que anotaría. Qué ironía. A partir de ahí los Blazers, que ni siquiera tuvieron un día extremadamente acertado, fueron una apisonadora y mataron el partido. El diferencial final fue fruto del trabajo de los menos habituales, que rebajaron considerablemente una desventaja que pudo ser mayor y se quedó en quince. Un mal menor, el estadístico, viendo las sensaciones, que son las verdaderamente preocupantes.