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CHICAGO BULLS

AKME: una nueva era en los Bulls

De la reconstrucción a la necesidad de competir con la llegada en un puñado de meses de Vucevic, DeRozan, Lonzo, Caruso... Los Bulls apuestan por los playoffs. Pero no será fácil.

AKME: una nueva era en los Bulls

Chicago Bulls lleva sin jugar playoffs desde 2017. Son cuatro años de ausencia. Y sin ganar una eliminatoria desde 2015, seis. Hace ya más de una década (2011) de su última final del Este, y va para un cuarto de siglo (1998) de su último billete a las Finales. Jugó seis y ganó las seis, todas entre 1991 y 1998, todas en los años del incomparable esplendor de Michael Jordan. No han vuelto después, no las jugaron antes (desde 1966), cuando era una franquicia que llegó a los años ochenta decrépita, en decadencia deportiva y social, apartada en el vetusto Chicago Stadium al que pocos se acercaban en un recorrido que tampoco invitaba a dar paseos. Otros tiempos.

Los Bulls, por obra y gracia de Michael Jordan, son una institución del deporte mundial. Su logo es uno de los más reconocibles de la historia del deporte, su mística imbricada en la figura de un jugador único y en el crecimiento hacia el infinito de la NBA que este propulsó. Tras una salida confusa y unos años  de desencuentros, Jordan hace su vida muy lejos de los asuntos de los Bulls y gestiona los Hornets de su Carolina natal. Su exequipo sigue en manos de la familia Reinsdorf, como en sus años de jugador. Y sigue sin replicar aquellos éxitos, algo que si acaso solo rondó con la irrupción de Derrick Rose.

En aquel 2011 de 62 victorias, el base fue MVP, Tom Thibodeau Entrenador del Año y Gary Forman Ejecutivo del Año. En la final del Este, los Bulls golpearon primero contra los Heat de LeBron James, Dwayne Wade y Chris Bosh. Pero no golpearon más (de 1-0 a 1-4). En la siguiente temporada ganaron 50 partidos (de 66, año de lockout) y en primera ronda de playoffs llegó la fatídica lesión de rodilla que transformó el cauce de la carrera de Rose y el porvenir de los Bulls. Hasta hoy.

El cambió comenzó en los despachos

Hoy, el presente es un nuevo régimen. Uno que rompió con unos lazos que viajaban, sin suerte, a esa era Jordan que jamás ha estado cerca de replicarse en Illinois. GarPax, como fue bautizado por una afición desesperada y una prensa cada vez más hostil, era la pareja que formaron el citado Gar Forman (ahora consejero en los Pelicans) y John Paxson, guard del primer threepeat (1991-93), autor de una canasta inolvidable en el sexto partido de las Finales de 1993 y sustituto de los despachos (ya en 2003) del archifamoso Jerry Krause, arquitecto primero y nemesis finalmente, o eso pensaban muchos de sus protagonistas, de la gran dinastía de los Bulls. Ese dúo (Gar y Paxson, GarPax) cayó en 2020 porque, empieza a ser habitual en las actuales normas del juego NBA, no pudieron vender más activos de futuro. Las reconstrucciones son un dulce opio que, muchas veces, implosionan cuando tienen que convertir la ilusión en resultados, el futuro en presente.

Los años de mediocridad dejaron esto: Wendell Carter, un número 7 del draft en 2018 que ya está en Orlando Magic, buscando romper. Lauri Markkanen, número 7 en 2017 que está en los Cavs intentando no caerse de la NBA y que llegó en el traspaso de Jimmy Butler junto a Kris Dunn (número 5 en 2016 que después se fue a los Hawks y ahora está en los Grizzlies) y el más establecido Zach LaVine. En 2019 llegó también desde el pick 7 Coby White, un guard eléctrico que por ahora no ha demostrado nivel de titular estable y al que algunos ya ven empujado de la rotación (arranca lesionado la temporada, además) por otro que llega ahora desde mucho más atrás (Ayo Dosunmu, número 38). La gran esperanza, ahora, es Patrick Williams, el número 4 en 2020 y un alero fuerte que jugó una muy prometedora temporada rookie.

Williams ya es hijo del nuevo régimen: el reputadísimo Arturas Karnisovas (el que fuera finísimo alero del Barcelona) es vicepresidente de operaciones, el puesto de Paxson. A su lado está el general manager Marc Everseley. De GarPax a AKME, las iniciales de ambos. Un nuevo apodo, y un juego de palabras con la empresa ficticia de Looney Tunes (Acme) para los encargados de que en Chicago pase algo cuanto antes. Y en eso están. Karnisovas llegó para hacer que los Bulls compitieran ya. Y en ese sentido la temporada pasada fue un desastre: 31-41, undécimo puesto del Este, fuera incluso del purgatorio (o asidero, según el caso) del play in. Y lo que es peor, 12-17 desde que en el deadline de traspasos invernales llegó Nikola Vucevic. Una lesión final de LaVine estropeó definitivamente el curso y, para colmo, convirtió un pick invertido en Vucevic en un valioso número 8 del último draft: los Magic eligieron con él a Franz Wagner.

La nueva política es sencilla: ganar ya

El traspaso por Vucevic dejó clara cuál era la nueva dirección: ganar, o intentarlo. Ahora, en el mundo real, en el presente. Este verano, los Bulls han redoblado la apuesta por la relevancia. Han firmado vía sign and trade a Lonzo Ball, al que dieron un contrato de 85 millones por cuatro años. Los Pelicans se llevaron a Tomas Satoransky, Garrett Temple, dinero y una segunda ronda de draft. Y se hicieron en otro sign and trade don DeMar DeRozan, en condiciones más cuestionadas. Porque se salieron un poco del mercado para asegurar su (casi 85 millones por tres años) y entregaron además una primera ronda, una segunda, a Al-Farouq Aminu y al muy valorado Thaddeus Young.

Además, los Bulls firmaron a un ultra competidor como Alex Caruso (cuatro años, 37 millones), se hicieron con el elastico Derrick Jones Jr, drafetado al citado Dosunmu, una turbina, y han movido también el juego interior con la salida de Theis y la llegada del muy aprovechable Tony Bradley y Marko Simonovic. Desaparece del mapa casi todo el movimiento joven y desaparecen jugadores que en Chicago ya no querían exprimir más: de los útiles Temple, Satoransky o Theis a Valentine, Felicio, Arcidiacono...

En la actual rotación de los Bulls, queda un quinteto titular con Lonzo Ball, Zach LaVine, DeMar DeRozan, Patrick Williams y Nikola Vucevic. Y una rotación que incluye a Coby White (cuando esté sano), Alex Caruso, Troy Brown Jr, Derrick Jones Jr, Tony Bradley, Alize Johnson, Stanley Johnson, Ayo Dosumnu y Marko Simonovic. A las ódenes, otra vez, de Billy Donovan

¿Han mejorado los Bulls? A priori, mucho. Y más si contamos desde marzo, desde antes del traspaso por Nikola Vucevic que cambió el ritmo de una franquicia que empezaba a estar demasiado cómoda en ninguna parte. La cuestión es, ¿han mejorado lo suficiente? Esa es la nueva gran pregunta en Chicago porque, además, el Este de la temporada 2020-21 no parece que vaya a ser el pastelito que ha sido en los últimos tiempos, al menos en lo que se refería a las últimas plazas de acceso a playoffs. Con dos favoritos como Nets y Bucks y la incógnita de qué va a pasar en los Sixers con Ben Simmons y todo lo demás, deberían estar seguro en playoffs Heat y Hawks, y son candidatos de primerísima categoría Celtics y Knicks. Eso son siete equipos. Quedaría una plaza en las eliminatorias… y otras dos para completar, antes, los cuatro de play in. Los Bulls parten en esa zona de la lucha (veremos quién es quién después) con franquicias como Pacers, Hornets, Wizards y, tal vez, Raptors.

Los Bulls sentirán presión: no estar en playoffs es una posibilidad muy real echando esas cuentas pero al mismo tiempo sería un desastre para un equipo liderado ahora por tres all star: DeRozan, Vucevic y un LaVine que se estrenó la pasada temporada, en la que también fue oro olímpico con el Team USA y promedió 27,4 puntos, 5 rebotes y 5 asistencias. El próximo verano pedirá un contrato máximo y los Bulls, salvo cataclismo en los próximos meses, se lo darán. Muy solo hasta la llegada de Vucevic, LaVine tiró de un ataque mediocre que fue el decimonoveno por rating de la Liga. Anémico… pero menos que un año antes (27º). La defensa creció (11º por rating) y debería seguir haciéndolo con la llegada de Lonzo, el extraordinario (en ese apartado) Caruso y un año más de experiencia para un Patrick Williams que ya demostró como rookie potencial de elite en el uno contra uno frente aleros de primer nivel. El resto, unos conceptos colectivos en los que estaba verde, llegara.

El trabajo de Donovan es que no defiendan mucho los suplentes (Caruso, Brown Jr, Stanley Jonhson, Alize Johnson…) pero dejen de hacerlo unos titulares con LaVine, Vucevic y DeRozan, tres cuestionados en ese apartado y tres que tienen que demostrar que pueden jugar con el mismo balón. En eso será importante que Lonzo anote por fuera (la última temporada fue muy prometedora) y que el equipo aproveche la inteligencia y la capacidad para producir (pasando y anotando) de Vucevic en el poste. Si Lonzo está cómodo sin balón y el pívot juega en sus posiciones de impacto (primero de la temporada pasada en asistencias y cuarto en poste desde el poste bajo), los Bulls pueden dar un enorme paso adelante en ataque, con un equipo más compacto y algunas dudas, sobre todo, en un puesto de ala-pívot en el que están Williams, Derrick Jones y posibles minutos como falso cuatro, tal vez, de DeRozan, eternamente infravalorado como playmaker. Los Bulls tienen jugadores que hacen que sucedan cosas en la pista. Solo hay que ver cómo se ordenan, cómo mezclan y, finalmente, cuánto vuelo tiene esa combinación en un Este con un techo a priori más alto.

En un escenario ideal, Lonzo (el mejor base que han tenido los Bulls desde Rondo y aquellos playoffs 2017) romperá definitivamente en casi-estrella (el potencial sigue ahí, a veces yendo y a veces viniendo), LaVine se establecerá como jugador franquicia con todos los galones y Vucevic y DeRozan coexistirán con él mientras Patrick Williams se convierte en el pegamento del quinteto y aportan jugadores muy interesantes como Caruso y Bradley. Esa esa la apuesta de los Bulls. La principal duda, el gran riesgo, está en DeRozan, aunque solo sea por esos casi 85 millones y que dieron por él una primera ronda y a un jugador útil (en pista y en el mercado) como Thad Young. DeRozan, cuatro veces all star, se ha convertido en un jugador que polariza, que produce pero parece de otra época, de otro baloncesto. Que no sirve como jugador franquicia si se aspira a lo que máximo… pero que sigue jugando muy bien y manejando los ataques con su eficiencia contraria a la revolución del triple. Su encaje con LaVine es la llave que puede abrir la puerta de los playoffs para los Bulls. Todo lo contrario, por muy factible que sea, supondría un palo duro para el primer gran proyecto AKME. Una nueva era en Chicago.