El retorno del hijo pródigo: Iguodala vuelve a los Warriors
Andre Iguodala regresa a los Warriors con 37 años y tras 17 temporadas en la NBA. Allí forjó su leyenda: tres anillos y un MVP de las Finales. Héroe.
Hay todo tipo de jugadores en la NBA. Algunos de ellos se parecen entre sí. Otros, tienen algo que les hace únicos, pero que también les eleva a la altura de leyendas, un grupo reducido pero que siempre ha estado en la pelea por la conquista del Olimpo. Y, sin embargo, no hay nadie que se parezca a Andre Iguodala. Un hombre que ha sabido adaptarse y readaptarse, mejorar y reafirmarse, pasar de ser un jugador franquicia con ínfulas de grandeza propias de la juventud más que del ego, a un hombre de rol pero por encima del resto de los hombres de rol que ha habido a lo largo del tiempo. Un defensor inquebrantable, un jugador que dejó de lado la estadística para potenciar las intangibles, que mejoraba todo lo que tocaba y que ha estado comprometido con la gloria desde que llegó a los Warriors, a los que tocó con una varita mágina de forma tan inopinada como merecida entonces... pero nada sorprendente hoy.
Iguodala empezó su carrera en los Sixers, donde coincidió con Allen Iverson al principio y se convirtió en la referencia del proyecto después. Pero las cosas no salieron como se esperaba y el tope fue en 2012, con el séptimo partido de las semifinales de Conferencia Este en la que la última camada de los Celtics de Garnett y compañía prevalecieron. Hasta ahí llegó el equipo de Philadelphia, que no pasa de esa ronda desde que disputaron las Finales en el 2001. Ni con Embiid, Simmons y compañía, un fracaso aún más rotundo que se ha magnificado este año, cuando eran favoritos totales ante los Hawks pero dejaron escapar ventajas superiores a la veintena de puntos y un séptimo partido en casa para potenciar la maldición que les acompaña desde hace ya demasiado tiempo para una franquicia de historia tan grande.
Volviendo a Iguodala, que disputó su único All Star en ese 2012, abandonó los Sixers para recalar en los Nuggets de George Karl, pero el equipo cayó en primera ronda ante los Warriors... a los que llegó al año siguiente. Allí se fraguó la que hoy es su gran leyenda: tres anillos y cinco Finales consecutivas que transformó en seis tras su llegada a los Heat, en 2020. Allí, en La Bahía y antes de la mudanza al Chase Center, Iguodala coincidió en cuatro Finales seguidas con LeBron James, con el que compartió entrenamientos en Londres 2012, con un oro en los Juegos Olímpicos que fue igual en el Mundial de dos años antes. Su defensa sobre El Rey, muy solo en 2015, le dio el MVP, además de su aportación en una ofensiva en la que siempre ha sido un peligro constante, por mucho que algunos se empeñen en decir lo contrario. En 2016, se fraguó la venganza con unas Finales para la historia, una remontada jamás vista y una increíble jugada en forma de tapón de LeBron a Iggy, que ya por aquel entonces era uno de los veteranos más respetados de la competición.
Su salida de los Warriors
Hace dos veranos (como pasa el tiempo) los Warriors perdieron las Finales contra los Raptors. Las lesiones y el excelente trabajo del equipo de Nick Nurse evitaron un three peat que no se da desde los Lakers de Shaq y Kobe (se dice pronto) y el cúlmen de un proyecto que entró en stand by con la salida de Kevin Durant y la renovación del lesionado Klay Thompson. En el año del traslado a San Francisco (adiós al Oracle), los Warriors (también sin Curry por otra lesión) son uno de los peores equipos de la NBA, a la espera de una resurrección que todavía no se ha dado. Cuando la salida como agente libre de Durant era un hecho, trataron de obtener, al menos, algo a cambio. Por eso firmaron finalmente un sign and trade con los Nets para quedarse con D'Angelo Russell (hoy en los Timberwolves a cambio de Andrew Wiggins), que había firmado para asegurarse el futuro fuera de Brooklyn (no podía seguir tras la llegada de Kyrie Irving) un contrato máximo de 117 millones por cuatro años.
Con prisas para no quedarse finalmente sin nada, en la Bahía cedieron a las presiones de Durant y enviaron una primera ronda extra a Brooklyn (con suficiente protección para que pueda acabar siendo una segunda) y liberaron el salario de Iguodala (el último año de los 3x48 millones que firmó en 2017). Sin Durant y sin el lesionado Klay, la situación competitiva a corto plazo quedaba muy comprometida y un veterano como Igudoala dejó de tener sentido a razón de 17 millones por una temporada que ya apuntaba a transición. El hard cap (un tope salarial que no se puede superar de ninguna manera con un contrato adquirido vía sign and trade) estaba situado entonces en 138,9 millones, cantidad que los Warriors sortearon con rapidez ansiosa enviando a Iguodala a Memphis. Los Grizzlies, que tenían margen salarial para asumir contratos tóxicos, se llevaron de rebote dos millones de dólares y una primera ronda con protección top 4 en 2024, top 1 en 2025 y sin protecciones en 2026. Y también, claro, a un jugador que no quería estar allí.
El planteamiento era claro: aunque los Warriors aseguraron nada más hacerse la operación que retirarían la camiseta de Iguodala, se sintieron obligados a soltar por la puerta de atrás a uno de los líderes de sus años de esplendor. El jugador, por su parte, esperaba un acuerdo de buyout para ser liberado por los Grizzlies y firmar con un aspirante al anillo. Pronto sonaron los dos gigantes de L.A., Clippers y unos Lakers con los que tenía una conexión obvia: Rob Pelinka, el jefe de sus despachos, llevó la carrera de Iguodala en sus años como agente de jugadores. Y los Grizzlies, mientras, aseguraron que no habría buyout y que querían hacer otro traspaso con el que obtener algo más a cambio. En su pleno derecho, no consideraron suficiente la primera ronda de los Warriors y querían más. Y algo de eso consiguieron mandando a Iguodala a unos Heat, los de Pat Riley, que en su mente privilegiada siempre se ha movido mejor que nadie en pista, banquillos y despachos.
Un retorno sonado
Iguodala fue cuestionado por su actitud en unos Grizzlies en los que se negó a jugar, pero a partir de ahí, su comportamiento ha sido siempre entre intachable y perfecto. Con los Heat fue el líder espiritual hasta que Riley ha dicho basta con esa opción de equipo que se guardó bajo la manga. Y el jugador, con 37 años y lejos ya de sus mejores días, es un veterano respetado, una presencia insoslayable, un deidad y casi una leyenda. Alejada, con total seguridad, de esas que conforman Larry Bird, Magic Johnson, Michael Jordan y compañía. También de jugadores actuales como LeBron, Durant o Curry, tres figuras unidas a su persona. Pero su recuerdo nunca será efímero y siempre resonará muy fuerte, especialmente en Golden State, donde con gran seguridad verá su camiseta colgada y recibirá un homenaje que recordará con buena memoria, una que tiene también de forma innata, como ya ha demostrado estando siempre pendiente de la vida más allá del baloncesto. Y es que Iguodala es lector del Wall Street Journal, estudioso de la bolsa y un tipo decidido a no acabar siendo "otro negro arruinado" (según sus propias palabras). Durante el lockout de 2011 trabajó como becario en la firma Merrill Lynch, el gigante que surca los mercados de parte del Bank of America.
Ahora, Iguodala estaba sin equipo y los Warriors le han repescado en lo que será el principio del fin. La última gran aventura. El capítulo final de la carrera de un hombre histórico y, además, con mucha historia. Tres veces campeón, parte de uno de los mejores equipos de todos los tiempos y, también, de uno de los quintetos más decisivos y talentosos de siempre. Ese que formaba con Draymond Green, Klay Thompson, Kevin Durant y, claro, Stephen Curry. La defensa sobre LeBron, el MVP de las Finales de 2015, los campeonatos, las canastas decisivas (sí, también las ha metido) o el hecho de ser la mismísita extensión de esa divinidad llamada Steve Kerr en la pista. Todo eso y más es Iguodala, un hombre que se formó en Philadelphia, pero es hijo por pleno derecho de su verdadero hogar, ese en el que ha forjado su leyenda. Genio y figura. Vuelve el hijo pródigo. Aún queda tiempo para una última gran aventura. Para, llegue cuando llegue, la mejor despedida. Y bien merecida.