El número 1 no era un pufo: Anthony Edwards, a por el Rookie del Año
El escolta de los Timberwolves está firmando un sobresaliente segundo tramo de curso para un equipo que ha mejorado mucho su imagen con Chris Finch. Y que tiene futuro.
Anthony Edwards, lo decían todos los que lo habían tratado, es un gran chico. Lo parece. Desde luego, ilumina sus comparecencias ante la prensa con un carisma tan sencillo y genuino que podría ser cualquier cosa menos fingido. Tan pronto le sugiere al que será su próximo jefe (el mediático Alex Rodriguez) que parece más fácil ser feliz al lado de Jennifer Lopez que lejos de ella como reconoce, y monta un pequeño lío mediático, que su verdadero amor es el football justo antes de un draft en el que apuntaba a número 1: lo fue.
Era un draft marcado por la pandemia, en el que nadie sabía muy bien nada. Jugadores que de por sí no tenían una reputación de primera (como posibles súper estrellas, al menos) se quedaron sin jornadas de College en las que demostrar su valía, sin March Madness en el que acaparar titulares y conquistar a ojeadores. Edwards jugó 32 partidos con Georgia, la universidad de su estado natal. Enseñó flashes de un talento superior, magia de superjugador… y también trazos de posible bust (pufo) por sus despistes y las dudas sobre cómo trasladaría su juego a la NBA para ser más que un simple jugador de muchos puntos (eso nunca se le cuestionó).
En marcha la temporada, las lesiones, los protocolos sanitarios y las dudas de Ryan Saunders en la dirección enviaron a los Wolves a un purgatorio demasiado conocido en Minneapolis. Derrotas, una imagen de equipo solo por los pelos profesional y dudas con el número 1 del draft, un Edwards que dejaba jugadas para los highlights y las redes sociales y muchas dudas sobre su porvenir como macho alfa: nula eficiencia como tirador, jugadas demasiado forzadas en ataques, lagunas incomprensibles en defensa. Cuando debutó en la NBA, conviene recordarlo, tenía 19 años y 140 días, venía de una temporada interrumpida en NCAA y una preparación exprés que apenas había dejado período de adaptación para los rookies.
Cuando los Wolves despidieron a Saunders marchaban, el 22 de febrero, 7-24. Un horror que tenía a la NBA mirando para otro lado y a la franquicia lamentándose de un presente que parecía horripilante porque todas esas derrotas no valían más de un 41% de opciones de conservar su pick, que sería para ellos si era top 3… o se iría a los Warriors por el trade de D’Angelo Russell. Otra debacle parecía en camino. Sin embargo, llegó Chris Finch, hasta entonces reputadísimo asistente (Nuggets, Rockets, Raptors), gurú ofensivo y con una sólida relación con el mandamás deportivo del equipo, un Gersson Rosas que trataba (trata) de componer uno de los cubos de Rubik más complejos del deporte estadounidense: cómo hacer que los Timberwolves sean un equipo de éxito de forma sostenida. Glups.
Desde entonces, la vida no es exactamente de color rosa… pero ha mejorado. Mucho. Los Wolves compiten, ganan más partidos (ahora están 17-44, 10-20 con Finch) y, por encima de todo, tienen trazos de un futuro que resulta apetecible si se opta por ser optimista. Y eso, en una franquicia como los Wolves, ya es mucho.
Anthony Edwards puede ser Rookie del Año
En parte por los cambios que ha introducido Finch en el equipo (masivos en cuanto a forma de jugar), y seguramente también por la experiencia que ha ido ganando, Edwards ha ido vistosamente a más durante la temporada. En el curso promedia 18,3 puntos, 4,4 rebotes y 2,7 asistencias con, todavía, 2,1 pérdidas y porcentajes demasiado discretos (40% en tiros totales, 32% en triples). Pero su crecimiento es incuestionable: en los últimos diez partidos ha pasado de 20 puntos siete veces, y desde el All Star solo en siete se ha quedado por debajo de esa barrera. En los seis últimos ha anotado cuatro veces al menos cuatro triples, siempre por encima del 40%. En abril está en 22,1 puntos, 4,5 rebotes, 3,4 asistencias, un 44% en tiros y un 37% en triples.
Mucho mejor. A algunos mates de póster (verdaderamente espectaculares) y acciones individuales en las que deja claro que tiene factor X y que va a meter muchísimos puntos en la NBA, ha añadido trazas de buena defensa (tiene el físico para agotar a exteriores rivales), mejor toma de decisiones y más eficiencia como tirador. Desde el parón del All Star, ha convertido un true shooting percentage (medición de todos los tiros realizados) del 46% en uno del 55%, ya en la media de la NBA. Y lo ha hecho manejando más ataque: su usage (responsabilidad y balón en las manos, básicamente) ha ido del 25,6 al 29,1%. Y ha pasado a anotar más triples con menos intentos y a acudir más a la línea de personal, donde es lo suficientemente seguro.
Un crecimiento que es, en sí, una noticia maravillosa en Minneapolis: su número 1 de draft puede no solo no ser un pufo sino que está creciendo a un ritmo más rápido del previsto y empieza a dar fundada sensación de futura estrella. Es el mejor escenario posible. Y, aunque sea más anecdótico, ha reabierto el debate sobre el Rookie del Año, un premio que primero hizo ojitos a Tyrese Haliburton, el excelente guard de los Kings, y después se acurrucó con LaMelo Ball, que lo tenía hecho hasta que una fea lesión de muñeca le sacó de las pistas en marzo. LaMelo podría regresar antes de que acabe la temporada y ponerle el lacito a un galardón que era suyo, camino de ser el cuarto novato en toda la historia con promedios de (décima arriba, décima abajo), 16 puntos, 6 rebotes y 6 asistencias.
Edwards no solo puede, todavía, ser Rookie del Año. También se ha ganado el respeto de prácticamente todo el universo NBA, y casi nadie le daría ahora, si se volviera a esa noche de draft en precario, un pick inferior al 2, por detrás de LaMelo pero por delante de los demás. De James Wiseman, de Pat Williams y de los que ahora sería elegidos mucho más arriba: no solo Haliburton, también Isaiah Stewart, Paul Reed y notable lote de forwards: Jaden McDaniels, Devin Vassell, Saddiq Bey, Desmond Bane….
Trazas de futuro en los Timberwolves
Finch ha reafirmado a Edwards, que ha pasado a jugar mucho más en los últimos cuartos y minutos importantes dentro de una política en la que no hay intocables: acaban los partidos los que han estado mejor hasta ese momento, se llamen como se llamen. El nuevo entrenador ha huido de los quintetos minúsculos y la obsesión por abrir la pista de Saunders y opta, en cambio, por frontcourts de mucho tamaño: Naz Reid hace trabajo duro al lado de Karl-Anthony Towns después de partir desde la segunda unidad con jarred Vanderbilt, Juancho Hernangómez ha pasado a jugar mucho más de alero que de ala-pívot… Finch ha contado, por fin, con D’Angelo Russell y Towns juntos pero no se ha obsesionado con emparejar sus minutos en pista. El base, que acabará siendo titular, es suplente del backcourt junto a Jordan McLaughlin y Ricky Rubio sigue de titular al lado de Josh Okogie, que ejerde de comodín defensivo. Y los Wolves, de pronto, tienen sentido… y futuro.
La lesión de Malik Beasley le ha quitado puntos al equipo pero también un foco de balón y tiros, y ha permitido a Finch ahorrarse quintetos de ultra ataque (Russell, Edwars, Beasley, Towns…) que no defendían absolutamente nada (140 de rating defensivo en los pocos minutos que esos cuatro han compartido pista: el horror). Y aunque parece que Jarrett Culver (22 años, número 6 del draft de 2019) puede quedarse definitivamente por el camino, Edwards tiene 19 años, McDaniels 20, Reid y Powell 21, Vanderbilt y Okogie 22, Beasley 24 y Russell y Towns, 25.
De ese lote tiene que salir algo. McDaniels y Vanderbilt, por ejemplo, se han convertido en valiosísimas piezas, jugadores de trabajo y defensa que no parecían existir en el roster de los Wolves; el primero un muy bien elegido número 28 de draft y un forward que defiende de maravilla y mete tiros. Complementos para un equipo que todavía está a tiempo de construir a partir de Towns, Russell y Beasley. Y que veremos si conserva finalmente un pick que, si lo hace, sería top 3 en un draft que pinta de maravilla. Así que sí, las cosas no van tan mal como parecía en Minnesota, hay pequeños pero agradables brotes verdes y hay, por encima de todo, un jugador que irradia luz y que ha demostrado talento y mucha personalidad: Anthony Edwards, trazos de gran estrella.