Sinfonía de hierro del campeón
Exhibición total de los Lakers, que ya habían aplastado a los Bulls al descanso (33-63). Davis saca su mejor versión en su ciudad y los angelinos siguen sin perder fuera (9-0).
Los Bulls venían de su mejor momento de esta temporada (y las anteriores): tres victorias seguidas, al menos 115 puntos en siete partidos consecutivos y los primeros frutos visibles de las obvias ventajas de cambiar un pésimo entrenador (Jim Boylen) por un gran entrenador (Billy Donovan). Los Bulls habían perdido hace dos semanas en pista de los Lakers por la mínima (115-117), con una excelente imagen y posesión final para cambiar el resultado. Y recibían, (eso sí) en back to back tras ganar en Charlotte, a un campeón que podría llegar con la barriga llena tras su brillante triunfo en Milwaukee y con una larga gira por el Este todavía por delante (Cavaliers, Sixers, Pistons, Celtics, Hawks). Podría ser sábado de emboscada en la ciudad del viento, ¿por qué no? Porque no: los Lakers ganaban 33-63 al descanso y le robaron al partido casi toda la segunda parte (90-101 final).
Los Bulls flirtearon con una remontada en realidad imposible (66-79 antes de dos canastas seguidas de Anthony Davis para cerrar el tercer cuarto) y se pasaron, antes del maquillaje final, más de cuatro minutos sin anotar en el último parcial (0-8 en ese tramo) contra un quinteto (extraño pero ultra energético) formado por Caruso, Horton-Tukcer, Matthews, Kuzma y Harrell. Por entonces ya estaban pensando en otra cosa LeBron James (menos de 30 minutos tras su esfuerzo de Milwaukee: 17+11+6) y un Anthony Davis que, en su ciudad pero sin poder ver a su gente por los nuevos protocolos de la COVID, pasó de asegurar que “dar asco ahora mismo en ataque" tras varias noches irregulares en el tiro a tronchar a los Bulls de forma despiadada: en 28 minutos sumó 37 puntos y 6 rebotes con un 14/21 en tiros.
Cuando LeBron se sentó en el segundo cuarto, los Lakers ganaban 19-41. Un 2-12 en menos de cuatro minutos y medio sacó brillo a un tramo de perfección del campeón, que aplastó de forma inmisericorde a unos Bulls sin Otto Porter ni Wendell Carter Jr que al descanso (ese 33-63…) estaban en un 33% en tiros con 11 pérdidas y ni un triple. Davis ya llevaba dos para 26 puntos con un 10/12. El primer tiro de tres anotado por los Bulls llegó casi en el ecuador del tercer cuarto. Lo metió desde la esquina Patrick Williams, un rookie que después del partido se maravilló porque había visto a LeBron James cantar las jugadas de los Bulls antes de que se produjeran en una dirección exquisita de la defensa de los Lakers, la mejor de la NBA y la gran seña de identidad de un campeón que este año tiene además mucha más madera en ataque.
Con su montaña de músculo y sus rotaciones quirúrgicas, los de Frank Vogel pudieron forzar fallos de los Bulls y correr en transición. Cuando eso sucede, esto ya lo sabe toda la NBA, no hay forma de ganar a unos Lakers que enseñaron que tienen mil formas de dominar. A los Bucks los sometieron con 19 triples, 32 puntos en la pintura y 106 putos encajados. Contra los Bulls solo anotaron 4 triples pero se fueron a 52 puntos en la pintura y gobernaron el partido sin apenas errores, hasta que todo estaba ventilado, y con un ejercicio de perfección defensiva y sincronía sinfónica por toda la pista.
Es un 13-4 ya para un equipo que transmite una sensación de poder imposible de obviar. Los Bulls quedan en 7-9 esperando noches mejores y después de que Coby White y Lauri Markkanen no vieran por donde meter mano a un rival de acero y de que Zach LaVine se quedara muy solo (10 puntos en el primer cuarto, 21 en total). No pareció nada cupa de los de Donovan. Sencillamente, no hay muchas respuestas ahora mismo en la Liga contra unos Lakers con los cinco sentidos en el partido, exactamente como jugaron la primorosa primera parte de esta exhibición en Chicago. Y ahora a Cleveland. De la casa de Anthony Davis a la tierra del Rey, el hogar de LeBron James.