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Amenazas, mentiras y Adidas: así se llevó a Kobe Bryant a los Lakers

Charlotte Hornets eligió a Kobe con el número 13 del draft de 1996 y lo traspasó después a los Lakers. Detrás hay una historia compleja y con un gran perjudicado: los Nets.

Amenazas, mentiras y Adidas: así se llevó a Kobe Bryant a los Lakers
JEFF CHRISTENSENREUTERS

John Nash iba a iniciar su etapa en los despachos de New Jersey Nets con una nueva sensación en el banquillo, un John Calipari de 36 años que estaba todavía verde pero que se había ganado en UMass un conato de la abrumadora reputación que hoy tiene como uno de los popes de la NCAA, en Kentucky. Los Nets llevaban dos temporadas de 30 victorias seguidas y tenían el pick 8 del draft de 1996, uno de los más prometedores de la historia. Antes de ese 8 serían escogidos, con toda seguridad, un trío deslumbrante de guards: Allen Iverson, Stephon Marbury y Ray Allen (fueron, de hecho, números 1, 4 y 5). Pero Nash tenía un gran plan para ese número 8, el verdadero reinicio de la franquicia y la promesa de un futuro esplendoroso: Kobe Bryant.

La realidad es, claro, historia de la NBA: el 26 de junio de 1996, precisamente en el pabellón de los Nets (el olvidado Continental Airlines Arena de East Rutherford), Allen Iverson fue el cantado número 1 para los Sixers y Kobe Bryant fue elegido con el número 13 por Charlotte Hornets, la franquicia que lo traspasó a los Lakers a cambio de Vlade Divac. Un acuerdo que se oficializó el 11 de julio pero que se había cerrado definitivamente justo antes de que los Hornets eligieran a Kobe. Los Nets destinaron su número 8 a Kerry Kittles, un interesante escolta que nunca fue all star y promedió 14,1 puntos en nueve años en al NBA, ocho en los mismos Nets en los que era titular en la derrota por aplastamiento (4-0) en las Finales de 2002 (las primeras para la franquicia en la NBA) ante los Lakers de Shaquille O’Neal… y Kobe Bryant. Kittles, de hecho, no tuvo problema en reconocer años después que había entrenado con Kobe antes del draft y que no se habría seleccionado a sí mismo por delante de él.

Nash no sabía que se iba a quedar sin Kobe la mismísima tarde del draft, cuando aún hacía gestiones para, en el peor caso, obtener una segunda ronda de draft y poder hacer doblete y seleccionar a Kobe de una forma u otra. En la cena previa al evento, en las instalaciones de los Nets, los propietarios vieron como Calipari anunciaba, con Nash delante y aterrorizado, que elegirían a Kittles. Y que el plan B, si este ya no estaba disponible en el pick 8, era Kobe Bryant. Lo cuenta Jeff Pearlman en “Three Ring Circus”, su fantástico libro (ya escribió "Showtime", una pieza esencial sobre los Lakers de los 80) sobre la dinastía de Shaquille, Kobe y Phil Jackson. Con justicia, Nash pudo sentir esa noche, cuando todo había pasado, que el universo había conspirado contra él. Al menos, el universo NBA. Una amalgama de poderes deportivos y económicos -marcas, agencias y franquicias- que planeaba llevar a Kobe Bryant a Los Ángeles mucho antes de que su anuncio de renuncia a la universidad fuera oficial. Si iba a ser el nuevo Michael Jordan, no solo tenía que ganar: tenía que vender. Y para vender, lo ideal era que estuviera en California.

El sueño del hijo de Jellybean

Kobe Bryant fue drafteado y traspasado a los Lakers antes de ser mayor de edad (debutó en la NBA con 18 años y 70 días, el 1 de noviembre de 1996). Había decidido saltar a la NBA tras ser cortejado por todas las grandes universidades: Duke (la favorita para hacerse con él), North Carolina, UCLA, USC… hasta La Salle había contratado a su padre, Joe Jellybean Bryant, como entrenador asistente con la idea de ver si así al hijo le tiraba la cosa familiar. Un talento adelantado a su tiempo sin la mejor ética de trabajo, Bryant Sr. jugó en la NBA entre 1975 y 1983. Después se puso a vender coches en Houston hasta que aceptó jugar en Italia, donde hizo carrera y donde creció Kobe antes de trasladarse a su Philadelphia natal como un bicho raro: en un instituto de nivel alto y mayoría de estudiantes blancos, sin el complejo background de muchos otros jóvenes talentos afroamericanos y con, para colmo, una pizca de acento italiano.

Kobe creció con una vida social cuestionable y una visible y enfermiza obsesión por el perfeccionismo y la competitividad llevada al extremo. Cuando decidió coger un atajo hacia la NBA, ya tenía un plan, una idea clara y una certeza de lo que quería (y podía) conseguir. Por entonces, los (pocos) jugadores que saltaban directamente desde la universidad (el último antes que él, Kevin Garnett) eran siempre grandes, pívots o ala-pívots. A los guards se les suponía, también a los más talentosos, más necesitados de el último golpe de formación y desarrollo físico que llegaba en la universidad. Por eso muchas franquicias ni se tomaron en serio las intenciones de Kobe. Él puso de su parte, y rechazó los entrenamientos privados con aquellas asentadas en mercados que no le resultaban convincentes: educadamente a Raptors, Grizzlies y Bucks (picks 2, 3 y 4), sin mediar palabra y en la misma mañana de la cita a Kings y Hornets (14 y 13).

Los Nets no ven clara la via Kobe

Kobe quería ir a un gran mercado… y los Nets encajaban en su molde: a poco más de 110 kilómetros de Nueva York y aún más cerca de Philadelphia, donde residían unos padres de Kobe encantados con la idea de tener a su hijo, todavía insultantemente joven, tan a tiro. Los Nets sí probaron a Kobe y Nash salió de esos entrenamientos privados totalmente convencido: Kobe Bryant era su futuro. Pero en su franquicia también tocó hueso. Los propietarios tenían miedo de elegir a un jugador tan joven solo para dedicarle años de maduración y cuidados con el riego de que se marchara después, en cuanto fuera agente libre y justo cuando estuviera alcanzando su primer pico de máximo rendimiento. Y Calipari tenía dudas: aunque había firmado un contrato largo para su estreno NBA, quería ganar cuanto antes y cuidar así su puesto de trabajo y su reputación. Y prefería a un jugador más hecho que a una promesa de 17 años, aunque fuera una deslumbrante.

Pero todas estas cuestiones las podría haber manejado, finalmente, Nash, que conocía bien el negocio y los entresijos de la NBA. Con lo que no iba a poder es con la gran maquinaría económica de la Liga y su ecosistema más próximo. Y ahí entraban en juego cuatro personajes clave, algunos esenciales para entender la historia del baloncesto profesional: Jerry West, Sonny Vaccaro, Arn Tellem y David Falk.

Jerry West, el logo de la NBA, era vicepresidente ejecutivo y mente pesante de unos Lakers que buscaban una forma de reinventarse y que en 1996 venían de ganar 53 partidos solo para caer en primera ronda de playoffs, con la resaca del tumultuoso regreso de Magic Johnson, que después se retiró definitivamente. Y con un equipo con mucho talento pero poco liderazgo, de Nick Van Exel y Eddie Jones (dos grandes jugadores pero no dos súper estrellas) y un Cedric Ceballos que metía puntos pero estaba siendo devorado por un ego fuera de control. En aquel verano de 1996 West acabó reuniendo a Kobe Bryant y Shaquille O’Neal, pero tardó en ver una ruta hacia el primero porque (Shaq llegó como agente libre desde Orlando) los Lakers tenían el pick 24 en el draft y no imaginaban una forma de subir hasta una posición en la que Kobe estuviera todavía a tiro.

Para cuadrar una operación que parecía imposible hacía falta que los Lakers subieran un trecho y que unos cuantos equipos (en la zona templada de los lottery picks que van del 1 al 14) dejaran caer a un Kobe que ya tenía claro dónde estaba su futuro. West también había visto suficiente, especialmente después de que Michael Cooper, una leyenda de los Lakers que ejercía de entrenador asistente, probará al aspirante y asegurara después que era “mejor que cualquier jugador de los que tenían los Lakers en plantilla”. West tanteó a Nash para hacerse con el número 8 y eso reafirmó al general manager de los Nets: si el reverenciado Jerry West había puesto el ojo en Kobe, es que Kobe era el hombre. La misma oferta que aceptaron después los Hornets (Vlade Divac) fue rechazada por los Nets, un equipo en el que Calipari vivía con angustia las horas previas a la elección: no solo Kobe era demasiado joven para convertirlo en la pieza angular de su proyecto en el corto plazo. Es que, además, estaba terriblemente presionado. Y asustado.

Presión por tierra, mar y aire

Y aquí es donde entran en juego David Falk y Arn Tellem, dos súper agentes que movían hilos entre bastidores para sacar la mejor tajada para sus representados… y para ellos. Falk era el agente de un Kerry Kittles que había jugado en el área de Philadelphia y muy cerca de New Jersey, en la Universidad de Villanova, y quería ir a los Nets a toda costa. Así que Falk llamó a Calipari y le dijo que si su franquicia no drafteaba a Kittles se podía olvidar de cualquier jugador vinculado con él en el futuro. Falk no solo representaba a más de 100 jugadores… era el gran hombre detrás de Michael Jordan, un rol que lo convirtió en el representante más poderoso que ha conocido la NBA y, durante algunos años al menos, el representante de facto del sindicato de jugadores. Nash tenía cuajo para aguantar un órdago así… pero Calipari no. No todavía.

Kobe, mientras, había elegido como agente al poderoso Arn Tellem, hasta entonces escorado hacia el mundo del béisbol pero con centro de operaciones en Los Ángeles (ejem) y estrechos vínculos (ejem, ejem) con Sonny Vaccaro y el propio Jerry West. Tellem también martirizó al pobre Calipari: “Tengo un acuerdo entre Lakers y Hornets, si tú y tu equipo lo estropeáis, lo pagaréis”. Hasta Kobe usó un trampantojo contra Calipari, al que aseguró que aunque sus padres querían que jugara en New Jersey, él estaba teniendo serias diferencias con ellos y quería alejarse de su cobijo y marcharse a jugar a (ejem, ejem, ejem) la Costa Oeste.

Vaccaro era, en realidad, la pieza clave de toda la operación. El hombre que en nombre de Nike había convertido a Michael Jordan en el gran icono del deporte mundial, había hecho de oro a la marca de Oregón y al 23 y había transformado las relaciones entre marcas, patrocinadores y jugadores de baloncesto. Vaccaro había pasado de Nike a Adidas y buscaba al nuevo Jordan, el Jordan de Adidas. En el verano de 1972, con 17 años, Joe Bryant había acudido al torneo amateur que gestionaba Vaccaro, el Dapper Dan High School All Star Tournament, en Pittsburgh. Aquel contacto le valió al padre de Kobe para pedir a Vaccaro que aceptara a su hijo en la nueva gran joya de Vaccaro, el ABCD All American Camp, un evento que reunía a los 150 mayores talentos de instituto de Estados Unidos. Vaccaro aceptó sin mucho entusiasmo y Kobe cumplió el primer año (con Stephon Marbury y Tim Thomas como MVPs) y fue la gran estrella y MVP en el segundo. Además, era un chico atractivo, de modales exquisitos y con un nombre exótico, Kobe Bean Bryant. Vaccaro empezó a darle vueltas al asunto…

Papá Joe movió su último hilo en otra cita amateur, el War In The Woods de Penns Grove, en el área de New Jersey. Allí uno de los hombres de confianza de Vaccaro, el entrenador Gary Charles, compartió confidencias con el padre de la nueva estrella: “Nos gustaría saltar directamente a la NBA, pero necesitaríamos tener una garantía…”. Esa garantía acabaría siendo un contrato de seis años y 48 millones de dólares con Adidas y la promesa de ser elevado a la categoría de referente de la marca, además de un plus (150.000) para su padre. Vaccaro se mudó de California a Nueva York para estar más cerca de Kobe, pero apenas iba a sus partidos de instituto para no llamar la atención del resto de ojeadores. En ese último año en Lower Merion, mientras, Kobe promedió 30,8 puntos, 12 rebotes, 6,5 asistencias, 4 robos y 3,8 tapones.

Adidas había decidido: Kobe era el hombre. Pero para ser el hombre no solo tenía que meter muchas canastas, también tenía que estar en una ciudad donde las estrellas fueran más que estrellas, donde la fama fuera más que titulares en la prensa deportiva. Ahí entraron en juego Vaccaro, Tellem y, claro, Jerry West, que se moría de angustia mientras avanzaba el draft más allá de ese número 8 de Kerry Kittles: Samaki Walker con el 9 a los Mavericks, Erick Dampier con el 10 a los Pacers, Todd Fuller con el 11 a lo Warriors… y Vitaly Potapenko con el 12 a los Cavaliers. La última frontera. Kobe había llegado el 13 de los Hornets, el equipo cuyo general manager Bob Bass tenía un acuerdo verbal con los Lakers. West por fin respiró, descolgó el teléfono y llamó al legendario Jerry Buss, el fallecido propietario de los Lakers: “No te lo vas a creer, Jerry, pero te he conseguido al mejor jugador de este draft”.