Nadie quiere a Russell Westbrook
El tremendo base fue MVP hace solo tres años y ha sido nueve veces all star. Sin embargo, su petición de traspaso no ha encontrado respuesta entre los aspirantes al título.
Russell Westbrook acaba de cumplir 32 años. No es un niño pero, evidentemente, todavía debería tener muy buenos años de baloncesto por delante. Hace solo tres temporadas (2016-17) fue MVP de la NBA con 42 triples-dobles y unos promedios de otra época: 31,6 puntos, 10,7 rebotes, 10,4 asistencias. Más que de otra época, de Oscar Robertson, el único que había conseguido en la historia cifras similares. En las tres siguientes temporadas sus medias globales han sido de 25,1 puntos, 9,7 rebotes y 9,3 asistencias. Ha sido all star nueve veces, las seis últimas seguidas con dos MVP en ese partido de las estrellas.
En esencia, la irrupción de una estrella con estos datos tendría que haber puesto del revés la NBA a unos días de la apertura del mercado. Pero a la constatación (en un artículo de pesos pesados de The Athletic) de que Westbrook quiere irse de Houston Rockets ha seguido un silencio casi sepulcral, especialmente desde los campamentos base de los aspirantes al título. Su nombre suena básicamente en las cuentas de malos equipos en el inicio de sus reconstrucciones y las webs especializadas se han llenado de artículos con variantes de este titular “por qué X no debería hacerse con Westbrook”. Esa X puede referirse a Nuggets, Lakers, Sixers o unos Clippers que van a fichar un base y en cuyo entorno la opción Westbrook ya ha puesto muchos pelos como escarpia. Adrian Wojnarowski se expresó ayer con cierta sutileza pero notable claridad, a menos ya de una semana de que se abra oficialmente el mercado de agentes libres: “Así es como mis fuentes describen el mercado para un posible traspaso de Westbrook: de desarrollo muy lento”. En las últimas horas, Charlotte Hornets y New York Knicks han surgido como las opciones más viables. Dos equipos que no pasaron del 35% de victorias la temporada pasada.
Después, Woj fue más allá en SportsCenter: “Los Rockets no van a sentarse a negociar traspasos de James Harden. Esta temporada va a seguir allí. Sobre Russell Westbrook sí están dispuestos a hablar. Las dos partes están dispuestas, pero hablamos de un mercado de desarrollo muy lento. No hay equipos que ahora mismo quieren moverse rápido para hacerse, en estos momentos de incertidumbre económica, con un jugador al que le quedan por cobrar 132 millones de dólares y que ya tiene una edad (32). Puede que en el futuro esto cambie, pero por ahora parece probable que Westbrook se tenga que quedar en los Rockets”.
Para cualquier estrella sería difícil enfrentarse a una situación así. Westbrook es un jugador, además, particular e idiosincrático. Y ya han quemado, además, muchos puentes con todo lo que se ha filtrado en las últimas horas en torno a la situación de unos Rockets en descomposición y donde se ha demostrado que la fuerza de la amistad no era suficiente: el pésimo encaje deportivo que anticipaban Westbrook y Harden pudo más que el deseo de ambos de jugar juntos, como habían hecho en Okahoma City Thunder en el inicio de sus carreras. No era la historia más bonita de imaginar, pero era la más fácil de predecir. El deseo de ganar juntos se ha evaporado en un año.
Harden y los pecados de Houston Rockets
Los Rockets y James Harden no pueden irse de rositas, desde luego: todo lo que se está filtrando apunta a una cultura tóxica y a una dependencia nociva de La Barba, tanto en pista (donde su trascendencia radical aburre a sus compañeros) como en todos los niveles de una franquicia que ahora estrena régimen en plena incertidumbre: Rafael Stone como general manager, Stephen Silas como entrenador. Las quejas no solo han llegado desde el frente de Westbrook, sino prácticamente desde cualquier rincón de la plantilla, de PJ Tucker y Austin Rivers a Danuel House y Eric Gordon. Mientras algunos imaginaban cómo los Rockets podían reventar la burbuja de Florida y asaltar el trono de la NBA, el equipo se descomponía y quedaba expuesto a una paliza como la que se llevó ante el que sí acabó siendo campeón: los Lakers les dejaron ganar el primer partido y les pasaron después por encima (4-1). El baloncesto centrado en James Harden, uno de los mejores jugadores de ataque de la historia, como rey sol no funciona. No en playoffs. Y el encaje de la estrella que por fin pueda acompañar al escolta cada vez parece más complejo. Y los experimentos más cortos: Dwith Howard duró tres años, Chris Paul dos y Westbrook quiere saltar por la ventana después de un solo curso. Él quiere saltar… y no parece que Harden fuera a tener mayor problema en caso de que hubiera que empujarlo.
Asumido esto, Westbrook se está poniendo en una situación difícil, una que puede llenar de melancolía sus últimos años de NBA. Un arma de destrucción masiva que puede estar a punto de ser definitivamente obsoleta, un cacharro espectacular pero poco útil… y extremadamente caro. El 4 de agosto de 2016, los Thunder respondieron a la traumática salida de Kevin Durant con una extensión de 85 millones por tres años para Westbrook, que pasaba a ser el jugador franquicia y mucho más que eso: el nuevo guardián de las esencias, la forma de gritar al mundo “estamos aquí” por parte de una organización despechada, herida por la salida de un jugador generacional. Después del MVP y una temporada jugada para su gloria personal, que los Thunder convirtieron en la de una franquicia a la que la estrella personificó hasta un nivel insano, Westbrook firmó otra extensión en septiembre de 2017: cinco años y 205 millones. Eso colocaba al base, con lo que ya tenía firmado, en el total garantizado más alto de la historia, 233 millones por seis temporadas. De eso le queda esto por cobrar: 41,3 millones en la temporada que arranca en diciembre, 44.2 en la 2021-22 y (con una player option) 47 en la 2022-23.
El difícil adiós de los últimos años
Es obvio que es una barbaridad, pero mucho más que no es el valor real de un jugador como Russell Westbrook, que además necesita un ecosistema y un estilo determinados, algo que solo pueden reclamar aquellos que de verdad llevan lejos a sus equipos como figuras esenciales y aglutinadoras. De esos en realidad hay muy pocos; y en la actual NBA y en este momento de su carrera, parece improbable que Westbrook puede ser uno de ellos… si es que alguna vez lo ha sido. Volviendo al principio, ahora con la fotografía real y no los números al desnudo: Westbrook tiene 32 años y lleva doce en la NBA. La decreciente explosividad física (una de sus principales armas) no va a ir más, desde luego. Las lesiones de rodilla han sido un problema en los últimos años, y a la burbuja de Florida llegó tras pasar el coronavirus y sufrió una lesión muscular que le restó energía en playoffs (arrancó sin jugar los cuatro primeros partidos contra sus ex, los Thunder).
Solo la mezcla de la edad y los millones ya haría que muchos se echaran para atrás, pero es que además hay que calibrar el impacto real de un jugador como Westbrook en una NBA como la actual, donde empieza a ir a contraestilo. En tiempos de gravity, donde todo gira en torno a la amenaza exterior y donde no se trata ya ni siquiera de meter tiros sino de que parezca que los puedes meter. Un jugador con opciones de anotar un triple abierto en cada parcela del ataque es el inicio del sistema de muchas franquicias. Aunque luego no metan tantos. Uno por el que las defensas no tienen que preocuparse acaba siendo un problema, por muy bueno que sea cerca del aro. Lo vimos en playoffs: los Lakers doblaron marcajes a Harden por toda la pista y dejaron tirar a Westbrook en acciones que acabaron siendo un bochorno, un tratamiento que rara vez recibe una súper estrella de backcourt. Westbrook, en todo caso, no fue capaz de hacer pagar a los Lakers esa desatención dentro de un equipo que se quedó paralizado en cuanto se congeló Harden, que seguramente no podrá tener otra estrella a su lado mientras juegue con ese desinterés por ser útil sin balón. Preceptos muy básicos: moverse, cortar, buscar posiciones de tiro… no rendirse.
Pero es que Westbrook, se puede mirar también así, no aprovechó una situación en cierto modo ideal: la defensa rival centrada en otro jugador (Harden), tiradores en las esquinas para abrirle caminos hacia la zona y atraer rivales, ningún referente interior que generara tráfico... una gran estrella que fue tratada como un jugador más y que se comportó precisamente asÍ: como un jugador más... uno que además no terminan de hacer las paces con sus limitaciones.
Lo que se sabe de Westbrook es que, además, quiere volver a ser el referente absoluto de un ataque, como en OKC. Así que difícilmente podría encajar en los Clippers, los Lakers o cualquier franquicia ya con figuras de primer nivel (las que aspiran al anillo, en esencia). Su contrato parece insalvable para las que podrían intentar un movimiento a la desesperada (los Bucks, centrados en hacer feliz a Antetokounmpo) y su incapacidad para meter tiros le aleja de los Sixers, donde además ahora manda Daryl Morey, del que se sabe que tardó en aceptar que había que desprenderse de Chris Paul para hacerse con él.
En suma: no hay un equipo que aspire a ser campeón y se fíe lo suficiente de un Westbrook de 32 años como para invertir en uno de los contratos más terroríficos de la actual NBA y ponerse en sus complicadas manos en lo deportivo. Ese destino no parece existir, y de cómo lo gestione Westbrook, de cómo aterrice cuando salte al vacío abrazado a esa realidad, puede depender, finalmente, la mejor o peor salud de los años de NBA que le quedan.
La peliaguda cuestión de la eficiencia
La pasada temporada, Westbrook y Harden tuvieron (ahora cuesta recordarlo) un gran momento juntos. En el mercado invernal, los Rockets traspasaron a Clint Capela (su pívot puro) y se lanzaron a un ultra small ball en el que los interiores eran Robert Covington y PJ Tucker. Era, lo ha reconocido Mike D’Antoni, una forma de intentar maximizar a Westbrook, de despejar la zona para sus penetraciones y llenarle la pista de tiradores a los que pudiera doblar pases. Y era una forma, sobre todo, de que Westbrook dejara de tirar triples y malos tiros desde seis metros. Durante una racha de seis victorias seguidas, funcionó. Y después llegaron el parón de marzo, el coronavirus, la lesión muscular, la parálisis de Harden, los malos tiros de Westbrook y la paliza de unos Lakers mucho más grandes, mucho más enchufados y con dos estrellas mucho más trascendentes y mucho mejor avenidas, LeBron James y Anthony Davis.
Durante ese tramo de febrero, Westbrook estuvo a uno de los mejores niveles de su carrera porque, básicamente, dejó de tirar por fuera. A veces las cosas son así de sencillas. Hasta ese momento, en la primera mitad de una temporada abruptamente rota después por la pandemia, los Rockets tenían el mejor ataque de la Liga por rating (o se lo peleaban a los Mavericks) sin Westbrook en pista y el 19º con él, que además trasladó a Texas los malos hábitos defensivos de sus últimos años en los Thunder, cuando se le empezó a perdonar todo y se convirtió en una turbina de números monstruosos y eficiencia miserable. En sus once años en OKC, Westbrook firmó un 30,8% en triples que la pasada temporada bajó hasta el 25,8%, el peor dato de su carrera. Al menos, los Rockets lograron que lanzara solo 3,7 triples por noche, la cifra más baja desde la temporada 2012-13 y una necesidad absoluta una vez que Westbrook se había convertido, según avanzaba la temporada, en el peor tirador de tres de siempre: no llegaba al 22% con más de cinco intentados por noche, una ecuación nunca vista y criminal que, al menos, los Rockets modularon. A costa, eso sí, de transformar su roster, dejarlo sin referentes interiores y apostarlo todo a una sola forma de jugar, un plan único que fue desmantelado después. Por los Lakers y, ahora lo sabemos, por la aluminosis de una estructura que intentaba seguir siendo rutilante, al menos en apariencia.
¿Qué aspirante quiere arriesgarse a un plan así por el módico precio de 132 millones de dólares? El encaje deportivo de Westbrook sería complicado, su entrada en las cuentas un terremoto y el traspaso obligaría a los Rockets a dar, al menos, una primera ronda de draft, un jugador joven prometedor o un par de buenos jugadores de rol. Parece imposible, aunque en la NBA nada lo es, que un equipo de los que van a por el título acepte un movimiento así. Y parece al menos probable (viable) que en el futuro de Westbrook aparezca la opción de volver al show individual en un lugar como Charlotte o Nueva York. Del mismo modo que los Rockets pueden volver a ser un monólogo de James Harden… si es que alguna vez han dejado de serlo más allá de esa temporada 2017-18 en la que rozaron el anillo.
Westbrook, es evidente, sigue siendo en esencia un gran jugador. Todavía es un privilegiado yendo hacia el aro y sabe doblar desde ahí pases para sus compañeros, crear. Pero hay demasiadas cosas que se han evaporado o no han llegado a materializarse, en su juego y en su cabeza, como para que apostar por él no parezca un riesgo demasiado alto… y uno de 132 millones. Por eso Wojnarowski habla de “un mercado de evolución lenta”. Por eso, en esencia, nadie quiere ahora mismo a Russell Westbrook, MVP hace solo tres años y all star las últimas seis temporadas (y nueve totales). La vida...