HOUSTON ROCKETS
Implosión en Houston: Harden, Westbrook y una cultura tóxica
A las salidas de Morey y D'Antoni se unen el descontento interno con Harden y la petición de traspaso de Westbrook. Guerra total en los Rockets.
"Houston, tenemos un problema". No es exactamente la frase que el astronauta Jack Swigert pronunció a bordo del Apolo 13 el 13 de abril de 1970, pero es la que se popularizó. Y es la más adecuada para describir la actual situación de los Rockets, un equipo a la deriva que ni está ni se le espera y que tiene una cantidad de problemas estructurales y deportivos que ojalá fuera uno solo. El verano está siendo movidito en Texas, pero todo ha explotado de manera definitiva en las últimas horas, en las que se ha hecho público el descontento interno de y con James Harden, del mismo modo que se ha conocido la existencia de una petición de traspaso de parte de Russell Westbrook. La marejada de vaivenes que acompaña a la entidad ha sido una constante en los últimos tiempos, pero el mantenimiento de una serie de figuras permitía dar una imagen de estabilidad que se ha roto al final del curso baloncestístico 2020-21. Con, claro, otra eliminación en playoffs. La enésima.
Un extenso reportaje de The Athletic escrito por Kelly Iko, Sam Amick y Shams Charania ha revelado algunos puntos que han provocado que la situación se haya ido casi a pique en los Rockets. Las salidas de Morey y D'Antoni dejan al equipo sin la denominación de contender que han tenido en las cuatro últimas temporadas y la idea de iniciar una reconstrucción planea peligrosamente por la cabeza de Tilman Ferttita, el dueño de la franquicia. Algo que no quieren Harden y Westbrook, que se encuentran en el pico de sus carreras y quieren intentar otro asalto a un anillo que jamás han conquistado y seguir con un proyecto cuya continuidad corre peligro. Sobre todo, cuando la buena dinámica que se presuponía entre las tres cabezas visibles del mismo, Daryl Morey, Mike D'Antoni y James Harden, se ha visto ensombrecida por la marcha del directivo a los Sixers y del entrenador a ser asistente de Steve Nash en los Nets. Unos movimientos de los que La Barba ha sido consciente en todo momento pero con los que no ha estado de acuerdo. La despedida de los creadores de ese sistema de extremos, basado en los triples y en las canastas debajo del aro y desarrollando a su versión más desvergonzada, un estilo del que fueron pioneros los Warriors, deja al escolta muy solo en una plantilla parcialmente envejecida, sin ningún tipo de química, y con Russell Westbrook, su amigo y máximo apoyo, habiendo pedido públicamente el traspaso.
Según el ya mencionado reportaje, Westbrook está asqueado tras su primer paso por la franquicia y se querría ir a probar nuevas aventuras con tres años por delante en los que tiene que cobrar 132 millones de dólares. Un precio muy alto para una estrella que empieza a perder luz y cuya reputación pende de un hilo, aunque ahora ese hecho esté empañado por la visión general que se tiene de su compañero, Harden. Russ ha trasladado al equipo su preocupación en torno a una cultura que él considera inexistente, y quiere tener un rol similar al que tenía en los Thunder, con los que estuvo más de una década y tuvo un papel mucho más idiosincrático. Por otro lado, al base le convenció Morey para fichar igual que lo hizo con Harden en 2012... y ahora su figura ha desaparecido de los despachos junto a la de D'Antoni, mientras que la confianza en las nuevas piezas (Rafael Stone y Stephen Silas) es irrisoria en comparación con la que había anteriormente.
Ahí entrará la figura de John Lucas, nuevo asistente principal de Silas y un hombre cercano a James Harden, al que le quiere trasladar la idea de que el equipo todavía quiere competir con lo máximo. Sin embargo, el hecho de que Harden esté descontento (Charania ha asegurado que su prioridad sigue siendo mantenerse en la franquicia) o de que Westbrook haya pedido el traspaso (han sonado Lakers y Clippers) no quita que el resto de miembros de la plantilla estén cómodos. La llegada del base proveniento de Oklahoma ha quitado el poco balón que tenían a otros miembros importantes del equipo: P.J Tucker está descontento con su contrato y su rol, Eric Gordon, cuya utilización nunca ha sido constante, más de lo mismo, Danuel House llegó a desafiar verbalmente a D'Antoni, Austin Rivers tampoco está cómodo... y esto sin contar a los cadáveres quje han ido dejando por el camino y que siempre han estado envueltos en un mar de sombras. Trevor Ariza pidió una disculpa cuando los Rockets intentaron volver a ficharlo, pero esta nunca llegó; y la gente sigue sin entender el traspaso de Clint Capela para llevar al extremo ese estilo tan revolucionario en las formas como tedioso e ineficaz en el fondo... o el de Chris Paul, claro. Con ese movimiento en concreto, sobran las palabras. Sobre todo cuando se dio tras una discusión con Harden y la imposición del propio escolta, eso que cuenta mucho más que cualquier otra cosa en plena era de los jugadores empoderados.
Los Rockets se diluyen hasta la que puede ser su desintegración definitiva. Más allá de su estilo criticado, también internamente y exjugadores del equipo, la ausencia de química puede desmadejar de manera definitiva a una franquicia que tuvo su gran oportunidad en la 2017-18, temporada en la que fueron realmente favoritos y en la que cayeron en el séptimo partido de las finales del Oeste, un partido que aseguraba un anillo que los peores Cavs en cuatro años no parecían (ni fueron) capaces de ganar. Esos 27 triples fallados de forma consecutiva, la representación máxima de un eterno único plan y el choque frontal con las limitaciones de tu propio estilo, supusieron el hundimiento paulatino de un equipo que no ha vuelto a ser tan favorito y cuyas estrellas, tan talentosas como criticadas, no hacen más que crear animadversión a su alrededor. Jrue Holiday suena en los planes de una franquicia que se mueve a ciegas y en una incertidumbre demasiado grande incluso si la comparamos con el contrato de un Westbrook al que va a ser muy difícil colocar en ningún equipo. Así andan los Rockets, a tientas y con el recuerdo de esos 27 triples fallados sin los cuáles ahora tendrían, seguramente, otra historia que contar. Pero claro, de los condicionantes no se vive en la NBA. Y James Harden y Russell Westbrook, lo saben. Mejor que nadie.