NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

NBA | FINALES 2020

Butler: la estrella a la que echó su madre de casa por su mirada

En su cuarto equipo en cuatro años, Jimmy Butler ha encontrado por fin su sitio. Fan de la música country y de Neymar, vende cafés en la burbuja de Florida a 20 dólares la taza.

Butler: la estrella a la que echó su madre de casa por su mirada
Michael ReavesGetty Images

“¡Están en problemas!”. El grito de Jimmy Butler, tras anotar su última canasta y congelar cualquier amago de reacción de los Lakers, fue recibido con júbilo por el banquillo de unos Heat crecidos, que en el tercer partido de las Finales pasaron de presa a cazador, evitaron el 3-0 en contra y dieron un revolcón tremendo a un rival que perdió una oportunidad increíblemente importante dadas las ausencias de Goran Dragic y Bam Adebayo.

Butler se burlaba así, en su momento, de lo que le había dicho LeBron James antes del descanso, cuando las ventajas en dobles dígitos de los Heat se habían esfumado y parecía que el equipo de Florida volvería a quedarse corto hiciera lo que hiciera. No esta vez, y a pesar de que los Lakers, sin merecerlo, se pusieron por delante a nueve minutos del final. Pero Butler anotó 10 puntos en ese parcial definitivo y terminó con 40, 11 rebotes y 13 asistencias. Un partido para la historia de las Finales de la NBA: el único junto a Jerry West y LeBron James con un triple-doble de 40 puntos, el único desde Shaquille O’Neal en 2002 con una anotación así sin tirar un solo triple y un esfuerzo de 73 puntos, entre canastas y asistencias, que en la historia de la lucha por el título solo superan los 74 que acumuló Walt Frazier. Nada más, nadie más.

En sus décimas Finales, LeBron vio como por primera vez un jugador anotó, reboteó y asistió más que él: Butler no solo hizo eso sino que se agigantó en un último cuarto (con más de 90 minutos en pista en 48 horas) en el que LeBron sumó cuatro pérdidas. Butler ya era una estrella, es obvio: cinco veces all star, tres en el Tercer Mejor Quinteto, oro con Estados Unidos en Río 2016. Pero quienes defienden que es una megaestrella, uno de los mejores jugadores de la NBA cuando hay que jugarse de verdad las habichuelas, pueden usar este partido como prueba. Ningún jurado les quitará la razón.

El ascenso de un ganador inesperado

Butler es un tipo particular, de carácter complicado, y un jugador que a veces no parece encajar en estos tiempos. Aunque en realidad es seguramente eso lo que le hace tan peligroso. La burbuja de Florida, donde nadie contaba con los Heat en las Finales cuando se reabrió la temporada, se ha convertido en un ecosistema perfecto para alguien como él, un competidor obsesivo, capaz de bloquear cualquier distracción y de una resistencia infinita. No quiso visitas cuando los familiares pudieron entrar en Walt Disney World porque aquello era “un viaje de trabajo”. Nada de placer. Allí, en esa burbuja que tiene a sus Heat a tres victorias del anillo, ha pasado su trigésimo primer cumpleaños y el primero de su hija. Adora la música country, algo en lo que no coincide con casi ninguna otra estrella afroamericana de la NBA, es amigo de Mark Wahlberg y en Río 2016 se enamoró del fútbol por Neymar. Así que después, cuando visitó Francia con Wahlberg y volvió a ver jugar a Neymar, se hizo hincha del Paris Saint Germain.

Cuando comenzó la burbuja, su cafetera francesa se coló en todos los portales de información NBA. En hoteles con un café de andar por casa, Butler montó un negocio en su habitación: 20 dólares por taza (“esto está lleno de estrellas de la NBA, pueden pagarlo; de hecho, podría cobrar las tazas a 30”) y un nombre (Big Face Coffee) que ya ha registrado y que muchos creen que puede ser el inicio de una próspera aventura empresarial. Mientras, ha llevado a unos Heat espléndidos a las Finales de la NBA tras pasar por encima de Pacers y, con muchas apuestas en contra, Bucks y Celtics. Ahora, también sin la fe de casi nadie, intentan remontar a los Lakers un 2-0. En las Finales, solo se ha logrado cuatro veces. Una, los Heat de Dwyane Wade en 2006. Wade y Butler son, lo dos, productos de la Universidad de Marquette. El que quiera encontrar señales para el optimismo en Miami, ahí tiene una.

Pero si Wade fue una estrella universitario y el número 5 en uno de los mejores drafts de siempre (2003, el de LeBron James), el camino de Butler hasta Marquette y un contrato de 142 millones de dólares con los Heat fue mucho más escarpado. De hecho llegó a la NBA desde la última plaza (número 30) de la primera ronda del draft en 2011. Y después de un lustro de estabilidad en Chicago Bulls, los Heat son su cuarto equipo en cuatro años (ha pasado también por Timberwolves y Sixers). Nunca satisfecho, siempre con aires de outsider hasta que ha encajado como un guante en la cultura de los Heat y el libreto de Erik Spoelstra. Una idea, la mudanza a Florida, que anidó en su cabeza cuando escuchó, en la temporada 2016-17, hablar maravillas de los Heat a un Wade que por primera vez jugaba fuera de Florida y alucinaba con el desbarajuste estructural de los Bulls. Wade solo vivió un año en su ciudad natal, Chicago, antes de regresar tras repostaje en Cleveland a Miami, el equipo de su vida y al que hizo un último gran favor, así se escribe la historia en la NBA, con esas historias a Butler. De avión en avión y de vestuario en vestuario, la opción caló en un Butler en busca de encaje: ¿por qué no Miami Heat?

Butler creció en Tomball, un suburbio de Houston en el que dio tumbos de casa en casa de sus amigos después de que su madre le echara de su hogar porque no le gustaba su mirada. Ahora reconciliado con ella y con su padre, que los había abandonado años antes, la historia de su vida ha sido la de alguien dedicado a romper probabilidades, superar trances, sobrevivir: “en todos mis años de profesión no he visto una vida como la suya. Lo ha tenido siempre todo en contra, ha parecido a punto de fracasar muchas veces… pero hablas con él y ves que está llamado a hacer algo grande”, aseguraba el ejecutivo de una franquicia antes del draft de 2011. Llegó al gran escaparate universitario después de un año en la modesta Tyler Junior College, donde se ganó la llamada de Marquette. En Wisconsin saltó de 5,6 puntos y 3,9 rebotes en su primera temporada a 15,7 y 6,1 en la tercera. En los Bulls también se abrió camino a dentelladas y forjado por el durísimo Tom Thibodeau, que pasó de apenas contar con él como rookie a convertirlo en el jugador con más minutos (38,7 de media) en su tercera temporada, la 2013-14. En la siguiente, 2014-15, fue all star y Jugador Más Mejorado (20 puntos, 5,8 rebotes, 3,3 asistencias por partido). En el verano de 2015 amplió por cinco años y 95 millones de dólares. Ya una estrella. Improbable, pero estrella.

Sin conexión con Towns, Wiggins, Simmons...

Desde entonces, y desde el final de la era Thibodeau en los Bulls hasta su llegada a los Heat, Butler ha sido algo así como la prueba del algodón en los equipos por los que ha estado. Su carácter, difícil y muy frontal, chocó con Fred Hoiberg en Chicago mientras los Bulls abandonaban la senda de la respetabilidad (llevan tres años fuera de playoffs). En Minnesota regaló a los Wolves su única temporada en las eliminatorias en 16 años. Pero salió espantado por el poco espíritu competitivo de dos estrellas jóvenes, Karl-Anthony Towns y Andrew Wiggins, a las que intentó liderar y motivar, otra vez con Thibodeau como entrenador. El divorcio fue sonado. Ya con ánimo de forzar un traspaso al que Thibs se resistía, llamó a ESPN para una entrevista en el training camp de los Wolves y aprovechó el entrenamiento previo para zurrar a base de bien a Towns y Wiggins, gritar su descontento… y ganar a un equipo de titulares jugando con los últimos del banquillo. Pidió irse a Nets, Clippers, Knicks o unos Heat a los que Thibodeau pidió a Bam Adebayo. Pero acabó en los Sixers.

En Philadelphia, encajó bien con Joel Embiid pero nunca se fio del carácter más débil de Ben Simmons. Se quejó de los problemas estructurales de la franquicia y de unas lagunas de liderazgo que no cubría el entrenador, Brett Brown. Aún así, el equipo se quedó a una canasta milagrosa (de Kawhi sobre la bocina del séptimo partido de semifinales del Este) del a la postre campeón de la NBA, Toronto Raptors. Pero Butler, mientras los Sixers se pensaban si era un carácter que podrían templar y renovaban a golpe de talonario a Tobias Harris, encontró su camino, por fin, a Miami; a los Heat y a Pat Riley y Erik Spoelstra. Con un complejo sign and trade que implicó a cuatro equipos y contrato de cuatro años y 172 millones. Los Heat han sido, como llevaba tiempo sospechando, el destino perfecto para él, un guerrero que jamás se cansa y que no presume de nada que no sean los toques de atención en hoteles por estar entrenando a las tantas o sus entrenamientos a las tres y media de la mañana en el training camp de los Heat. Él siempre ha sido así, una roca en busca de la cultura perfecta, el entrenador ideal, el equipo al que servir hasta el límite de sus fuerzas. Y lo ha encontrado. Por eso, nada más y nada menos, Miami Heat está a tres victorias de ser campeón de la NBA.