NBA

Naufragio de los Sixers y cuenta atrás para Embiid y Ben Simmons

A punto de caer eliminados en primera ronda de playoffs, los Sixers van a completar una campaña nefasta. Además, están casi sin margen para cambiar de rumbo.

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Philadelphia 76ers. Una de las instituciones con más historia, tradición y (al menos hasta esta nueva era) orgullo del baloncesto estadounidense. Una que nació en 1949, en Syracuse, donde cuatro años después ya se daba palos con los Celtics en playoffs. Una rivalidad salvaje en la Costa Este, herencia que pasa de padres a hijos en todo el deporte de dos ciudades de deporte, Philadelphia y Boston, y que solo pidió tiempo muerto en los años 80 para compartir desprecio por los Lakers y parir el ‘beat L.A.’. Eran años en los que Julius Erving y Larry Bird se enganchaban del cuello y las eliminatorias eran peleas por atrición, hasta que solo quedaba uno pie. En los tres últimos años, el duelo se ha repetido dos veces en playoffs, con menos aparato de lo que le habría gustado a la NBA: 4-1 para unos Celtics zarandeados por las lesiones en segunda ronda de 2018 y, por ahora, 3-0 en 2020 para los verdes, que han sido capaces de mantener su programa en una ecuación constante sobre la que van intentando golpes de efecto, unos con más suerte que otros. Pero siempre sobre una línea sostenida y legitimadora, la red seguridad de la que carecen completamente los Sixers.

Por eso los Celtics sostienen su proyecto, más allá de unos dientes de sierra que son en realidad inevitables. Y han funcionado a un nivel altísimo pese a que el año venía teóricamente torcido por las salidas de Kyrie Irving y Al Horford y el fracaso en el plan Anthony Davis. Y por eso los Sixers van camino del desastre pese a que esas fugas en Boston y la de Kawhi Leonard en Toronto les convertían, en la parrilla de salida, en la teórica gran alternativa a los Bucks en el Este. Pero no, los Sixers, en otro año de idas y venidas con las lesiones, fueron un chasco hasta el parón de marzo y no han aprovechado la segunda oportunidad que les brindó la burbuja, teóricamente ideal (¿qué había que perder?) para un equipo con más talento que inercia e incapaz de competir a domicilio en las pistas calientes. Hasta eso les quitaba de delante el actual formato. Pero, salvo milagro imprevisto, ni siquiera se van a poder agarrar los Sixers al peso del Garden para justificar lo que está a punto de convertirse en una temporada absolutamente decepcionante. Y con consecuencias que ya llaman a la puerta. A gritos.

No asoma ahora mismo, salvo resurrección inopinada, forma de imaginar a Brett Brown en el banquillo cuando comience la próxima temporada. A bordo desde 2013, navegar las aguas de una polémica y radical reconstrucción (el Proceso, ahora iré con ello) le dejará con un pírrico 36% de victorias en casi 500 partidos de regular season, pero también le ha dado carta blanca durante años: no había que juzgar el presente. Cuando ha tocado hacerlo, Brown no ha demostrado ninguna capacidad para sacar adelante al equipo. Para hacerlo mejor que la (extraña) suma de sus partes. Y como la pareja Ben Simmons-Joel Embiid no ha sido entrenada por nadie más en la NBA, es de suponer que el primer paso, por probar, será cambiar de entrenador. Después, si todo sigue en la inercia actual, vendrían debates mucho más peliagudos.

Un desastre que apunta a los despachos

Antes de que caigan las súper estrellas, también debería hacerlo Elton Brand, que no ha sido capaz de convertir el Proceso (el futuro) en sustancia (el presente). No es fácil, pero en su debe queda que da la sensación, incómoda, de que el equipo sería mejor si Brand sencillamente se hubiera cruzado de brazos y se hubiera puesto a silbar con los pies encima de la mesa de su despacho. La mayoría de sus decisiones han sido erradas, un asunto que le señala a él pero también a quienes creen (es una droga adictiva) que la práctica siempre sigue escrupulosamente a la teoría en todos los planes de reconstrucción y futuro. Si fuera así, habría 28 campeones de la NBA cada año (todos menos los Knicks y los Kings, que ni así).

Los Sixers venían heridos por la lesión de Ben Simmons. Decisiva. Pero ni siquiera la de Gordon Hayward (aunque no tenga el mismo peso proporcional) les dio un empujón. Brown no ha sabido hacer que su equipo trate de aprovechar sus teóricas ventajas sobre los Celtics, que las tendrían que tener, aunque sí intentó (algo es algo) cambiar (con cierto éxito) una defensa del pick and roll que en los dos primeros partido había sido desmembrada por Kemba Walker y Jayson Tatum. Brown (y la comparación con Stevens es odiosa) no tiene un equipo trabajado ni inteligente ni rápido de reflejos. Tampoco tiene, los entrenadores no hacen milagros, jugadores que metan tiros por fuera o que entiendan cuándo y dónde hay que pasar la bola (IQ). El ataque de los Sixers es atroz, más sin Simmons y más en tiempos en los que todo lo generan guards rápidos y dinámicos en quintetos llenos de tiradores.

Los Sixers viven de Joel Embiid, que ha promediado en tres partidos 30 puntos y 13 rebotes. Y que ha sido all star los tres últimos años. Las críticas no le deberían tocar mucho, más allá de que no está la liga pensada, en estos tiempos, para ganar partidos sudando en el poste; y de que él no termina de romper como pasador, ha bajado esta temporada en defensa y tiene momentos en los que se le nota demasiado que está harto de todo lo que le rodea. Dicho eso, será obviamente el último en la cola de los reproches. Más bien, él se ha posiciado en el lado de los damnificados por Elton Brand: JJ Redick y Jimmy Butler parecían jugadores ideales para formar acompañarle en pista y Dario Saric y Justin Anderson eran amigos personales que le hacían la vida más fácil. Él mismo reconocido como "frustrantes" los movimientos del equipo. Embiid, el tiempo pasa para todo y para todos, tiene 26 años y acaba contrato en 2023. Eso, en la dinámica de la NBA actual, garantiza rumores y comentarios incómodos si las cosas no se han arreglado, o apuntan a hacerlo, en el cierre de la próxima temporada.

Se habló mucho al aterrizar en la burbuja de un Simmons más ala-pívot (más point forward), pero las lesiones no nos han dejado ver si había por fin encaje en playoffs para dos jugadores que saturan la zona y a los que su directiva sigue sin rodear de tiradores. Los Sixers han tenido que encomendarse de Alec Burks y Neto como motores de un banquillo infame, mala cosa. Y han visto como Tobias Harris ha promediado en tres partidos 14,7 puntos con un 33% en tiros de campo. Y Al Horford 5,3 puntos y 6,7 rebotes con un 40%. Ninguno de los dos ha metido un solo triple en doce cuartos de juego y con Embiid percutiendo en las zonas. En el tercer encuentro, Harris solo metió una canasta fuera de la zona. Venía bajo sospecha por su pobre rendimiento en la serie contra los Raptors de los anteriores playoffs. Tiene 28 años y el pasado verano firmó el que era contrato más voluminoso de la historia de la franquicia: 180 millones por cinco años. En la temporada 20023-24 cobrará casi 41 millones. Al Horford tiene 34 años y firmó por cuatro y casi 100 millones, también en un nefasto pasado verano de Elton Brand. En el curso 2022-23 cobrará más de 26 millones... con 37 años.

Brand quiso ganar ya. Plausible. Pero ha fallado. Y ha dilapidado el botín de picks, márgenes salariales y promesas de futuro que, gusten más o menos las formas (a mí, nada) amasó el Proceso. Un formato ahora mismo herido de muerte y que acabará, si el rumbo no se endereza, oficialmente en cuanto salgan Embiid o Simmons. Es el siguiente debate, todavía a menos de un paso (y a continuación de los de Brown y Brand, donde habrá guillotinas) de ser totalmente real pero mucho más cerca que hace un año de atropellar a este equipo. El tiempo vuela. Y los trucos de Hinkie pueden acabar en farol. Es como el póquer: si a los cinco minutos no sabes quién es el primo, es que el primo eres tú.

Un capital completamente desperdiciado

Los Sixers, salvo milagro (insisto) ahora mismo totalmente improbable, van a iniciar la cuenta atrás del proyecto Embiid/Simmons. Eso obligará a tomar decisiones y puede que estas sean acertadas… o puede que no. Hemos visto a muchos equipos actuar a golpe de ansiedad y movidos por las prisas, de charco en charco y de una locura a otra mayor. La realidad básica es que los Sixers de esta temporada han sido peores que los de la anterior, muchos millones de dólares después. Y que no pueden romper un techo que cada vez es más de cristal sin un base o un alero de primera categoría en anotación y amenaza exterior. Lo demás, son cuentas irreales. La tercera estrella no fue Fultz y no va a ser Tobias Harris: era Jimmy Butler, pero se fue a Miami Heat tras un obvio desencuentro con un equipo obsesionado con el peso en las zonas y con los aleros de facultades defensivas (Zhaire Smith, Matisse Thybulle…).

Los Sixers han ido desprendiéndose de Jerami Grant, Dario Saric, Robert Covington, Nerlens Noel… y de un saco de recursos de draft. Jugadores mejores que los que ahora tienen para una rotación cortísima y una plantilla que concentra toda su inversión en la nobleza: no queda margen para nada más. El Proceso de Sam Hinkie fue básicamente un tanking industrializado y pensado a años vista, un plan de descapitalización para amasar activos de futuro que tuvo momentos tétricos en lo deportivo entre 2013 y 2017 y que vendía un futuro brillante (del pozo a la cima sin pasar por la clase media) que acumuló creyentes, muchos fuera de Philadelphia: la franquicia cayó al puesto 28 (de 30) en asistencia a su pabellón. Pero, ay, el futuro

A la NBA no le gusta el tanking. Sobre todo, no le gusta que se hable de él. Y que en vez de disimular se le ponga nombre y se facture merchandising a su costa. El Proceso acabó siendo un asunto que inquietó a otras franquicias y a la propia liga, lo que llevó a los Sixers a tratar de controlar a Hinkie. El teóricamente muy respetable Jerry Colangelo se puso por encima del científico loco, con derecho a veto sobre cualquier decisión de este. Era diciembre de 2015: en abril de 2016 Hinkie ya se había ido. Los Sixers se pusieron manos a la obra: se podía criticar al arquitecto saliente, pero no se podía negar que había dejado un saco de posibilidades sobre la mesa de Colangelo, que contrató a su hijo Bryan. Este se pareció más al que salió mal de los Raptors que al Ejecutivo del Año con los Suns (hace tres lustros). Malas decisiones y un escándalo (tonto, pero escándalo) por cuentas secretas de Twitter en las que él o su mujer (según que versión se crea) ponían a caldo a jugadores y revelaban secretos de estado de la franquicia, derribaron un régimen que nunca tuvo la respetabilidad esperada y facilitaron la llegada de Brand (septiembre de 2018). Este aceptó a parte del equipo anterior, una losa que rechazaron otros aspirantes a los que se había tanteado, de David Griffin y Mike Zarren (uno de los cerebros de los Celtics) al mismísimo Daryl Morey.

Los Sixers viven, esa es la cruda realidad, de los fantasmas del Proceso y del impulso de ilusión (se está agotando) del verano de 2016, cuando se drafteó con el número 1 a Ben Simmons y se confirmó el debut de Joel Embiid (número 3 en 2014). Un año después de elegir al camerunés, escogieron a otro pívot con el pick 3, Jahlil Okafor; Un año antes habían gastado el número 6 (tras una operación con los Pelicans en la que soltaron a Jrue Holiday) en otro, Nerlens Noel. Tres pívots seguidos en una NBA que huye de ellos. En aquel verano de 2016 los Sixers, buscando poso veterano, ficharon a Gerald Henderson (una lesión de cadera le martirizó después), Jerryd Bayless y Sergio Rodríguez. En febrero de 2017 Noel se fue por dos segundas rondas, un Andrew Bogut que fue cortado y Justin Anderson, que después sería traspasado. Okafor salió meses después junto a Stauskas y una segunda ronda, todo a cambio de Trevor Booker. Esas fueran las operaciones de los Sixers con dos top-6 de draft.

En 2018 otearon la opción Jimmy Butler, cuando el alero buscaba su salida de Minnesota a golpe de sainete diario. Dieron a Jerryd Bayless, una segunda ronda y dos jugadores valiosos: Saric y Covington. No se puede criticar esta operación, sí que Butler solo jugara un año en Philly y se fuera dentro del desmembramiento del equipo que había perdido en segunda ronda del Este, sobre la bocina del séptimo partido y contra el futuro campeón, Toronto Raptors.

En febrero de 2019, dentro de esa remodelación sin forma aparente, Markelle Fultz fue traspasado a Orlando Magic por Jonathon Simmons, una primera ronda (uno de los activos que quedan en pie, es un pick de los Thunder) y una segunda. Fultz, al que una extrañísima lesión de hombro impidió tener siquiera una oportunidad en Philadelphia, fue el número 1 del draft de 2017. Una apuesta fallida... y especialmente dolorosa. Los Sixers se cebaron en busca de ese uno, que era de los Celtics: dieron dos primeras rondas, una de ellas la suya de aquel 2017, el 3 con el que los Celtics se llevaron a Jayson Tatum, ya una estrella y un martillo que los está pulverizando (las cosas de la vida) en estos playoffs. ¿Más madera? Sí: el all in que motivó la apuesta por Tobias Harris hizo mandar a los Clippers a Wilson Chandler, Mike Muscala, dos primeras rondas, dos segundas y un tirador de futuro como Landry Shamet. Un coste altísimo para, eso sí, ir a por todas con el quinteto Simmons-Redick-Butler-Harris-Embiid. Después llegó la eliminación y una agencia libre en la que Redick firmó con los Pelicans y Butler se largó a Miami. Y llegaron los contratazos a Harris y Horford. Y el resto: el desastre... salvo milagro. Nadie ha remontado un 3-0, solo tres veces se ha forzado un séptimo partido desde ahí y ningún equipo lo ha hecho desde los Blazers en 2003. Jugaban en los de Oregón Arvydas Sabonis y Scottie Pippen. Ha llovido.

Cuando los Celtics den el golpe de gracia a estos Sixers 2019-20, acabará casi con toda certeza la era Brett Brown y se abrirá un futuro que ahora mismo provoca aprensión. Los contratos de Harris y Horford son casi imposibles de mover. El casi es por respeto a las dinámicas de la NBA, donde todo es posible, y porque siempre se puede hablar… si se añaden capas a la tarta con la que se va de puerta en puerta. Pero los Sixers, de mala operación en mala operación, se han quedado sin lo que fue hace no tanto un saco de picks, assets y posibilidades con las que ir al mercado. El futuro no perdona… y llega muy rápido. La presión, a partir de ahora, irá en aumento si las cosas no se enderezan. Y la presión, en cuanto avance 2021, apuntará ya directamente, cuando caigan el resto de piezas del tablero, a la pareja Simmons-Embiid. Al último rastro del Proceso.