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NBA

Jackson: el 'gemelo' de Floyd fue uno de los demonios de la NBA

Stephen Jackson se ganó en Venezuela su sitio en la NBA, fue campeón con los Spurs, protagonista en la peor pelea de la historia...

Jackson: el 'gemelo' de Floyd fue uno de los demonios de la NBA
Sam Sharpe-US PRESSWIREDIARIO AS

Stephen Jackson era amigo íntimo de George Floyd. De hecho le llamaba Twin (gemelo) porque, al menos al primer golpe de vista, el parecido entre ambos resultado llamativo. Ahora, después de que la muerte de Floyd tras ser asfixiado en plena calle por la policía de Minneapolis haya despertado una ola de protestas y manifestaciones por todo Estados Unidos (un tsunami, en realidad), Jackson se ha visto en el epicentro de un movimiento que pide el fin de la violencia policial contra las minorías y, abriendo el zoom al origen de ese y muchos otros problemas, un cambio global, sistémico, en un país consumido por los prejuicios raciales.

Jackson alzó una voz rota en cuanto vio las imágenes de la muerte de Floyd, su amigo y otro afroamericano borrado de la existencia de una forma incomprensible. Después, se le ha visto en las manifestaciones con la hija pequeña de George Floyd, y organizó una rueda de prensa improvisada en las calles de Minneapolis, rodeado por Karl-Anthony Towns y otros jugadores de los Wolves y por el actor Jamie Foxx, que le había prometido -después de escucharle- que podía contar con él para lo que quisiera. Allí, sobre una acera y no en plató de televisión o un tribunal, Stephen Jackson dejó una intervención de nueve minutos que tardará en ser olvidada: “No van a calumniar a George Floyd, por eso estoy aquí. Por mi gemelo (Twin). No me podrás negar que ese hombre que tenía la rodilla en el cuello de mi hermano, quitándole la vida con las manos en los bolsillos, tenía un gesto en la cara que decía ‘estoy protegido’. No nos queda más remedio que dejar de pedir y empezar a coger. Los gritos de mi voz llegan más lejos de lo que muchos creen. Vengo de la basura, vengo del barro. ¿Lo entendéis? Mucha gente viene del mismo sitio que yo y ahora estamos aquí, juntos y reunidos. Y necesitamos que todo el mundo se una a nosotros. Porque si ahora no estás con nosotros, estás contra nosotros. No hay término medio ya, o juegas en nuestro equipo o en el contrario”.

Un camino improbable a la NBA

Vengo de la basura, vengo del barro: Stephen Jackson vivió una infancia muy dura, se aferró a un lugar en la NBA que llegó a ser improbable, fue campeón y se convirtió después en uno de los demonios de América, uno de los forajidos de una liga que luchaba por encontrar su identidad entre el final de la era Michael Jordan y la explosión de la generación LeBron. Un tiempo de virajes, incertidumbres y cambios de guion. Cuando el comisionado David Stern peleó con el sindicato de jugadores (hace tres lustros) por la aplicación de un estricto y polémico código de vestimenta. Cuando los propios actores de la liga clamaban por lo que consideraban un intento de que parecieran “menos urbanos”, más dóciles... menos negros: más fáciles de vender para el americano medio y el ciudadano modelo de los barrios residenciales de las afueras. Dentro, en las zonas duras de las ciudades, habitaban demonios.

Pero no solo en esos barrios de las grandes ciudades que perpetúan la segregación y el redlining (las líneas rojas que podrás o no atravesar en función del color de la piel con el que nazcas). Stephen Jackson nació (5 de abril de 1978: 42 años) en Port Arthur, una ciudad texana, 140 kilómetros al Este de Houston, en la que se refina petróleo. A los trece años vio cómo iba a parar a la cárcel su padre, adicto a las drogas y de carácter violento y abusivo. Menos de tres años después fue asesinado su hermanastro mayor, y él tuvo que madurar a la carrera y hacer de cabeza de familia mientras su madre se deslomaba en dos puestos de trabajo. Nunca se llegó a perdonar del todo no estar al lado de su hermano y por eso, dicen, siempre ayudaba a todos en su vestuario. Tim Duncan dijo que era “el compañero perfecto” y los que le tratan aseguran que mira a los ojos y dice las cosas a la cara, por duras que sean, pero que siempre está ahí para los suyos. Eso, en parte, le puso en la diana de América en 2004. Donnie Walsh, presidente de los Pacers, también lo vinculó a las tragedias de su infancia: “Por eso siempre, siempre, ayuda a sus compañeros”.

Antes de esa noche del 19 de noviembre de 2004, The Malice At The Palace (la malicia del Palace), Stephen Jackson brilló jugando al baloncesto en la renombrada Oak Hill Academy y fue el máximo anotador en un McDonald’s All American en el que estaban (1996) Kobe Bryant, Jermaine O’Neal y Tim Thomas. Se comprometió con Arizona pero no alcanzó el mínimo académico para recibir la beca, así su futuro en el baloncesto, un sueño alimentado durante largos meses trabajando en el restaurante de soul food de su abuelo, pareció morir allí. Pasó un semestre en Kansas (Butler County Community College) durante el que ni siquiera jugó al baloncesto antes de que, por fin un golpe de viento a favor, le sonriera la suerte en las semanas previas al draft de 1997. Virginia Bibby, la madre de Mike Bibby, lo llevó a unos partidillos con jugadores de los Suns. En ellos no solo destacó sino que defendió con ferocidad a Cedric Ceballos, all star en 1995 que acababa de llegar procedente de los Lakers. Así impresionó a Danny Ainge, que entrenaba a los de Arizona y que pidió a la franquicia que lo eligiera en el draft. Se llevó el número 42, en segunda ronda... y fue cortado 30 de octubre de 1997, antes de debutar en una NBA que se le volvió a negar.

Su temporada rookie, de hecho, llegó tres años después y con los Nets 2000-01. Había pasado por la menor CBA (Continental Basketball Association) y se había ido a jugar a Australiza, la República Dominicana y Venezuela, donde sus casi 23 puntos por partido con un 42% en triples le reabrieron la puerta de la gran liga. En los Nets hizo amistad con Stephen Marbury y se ganó un lugar en los Spurs, donde maduró en la temporada 2001-02 y fue esencial, de pronto, en la 2002-03, la del segundo anillo de los texanos. Casi 12 puntos de media, 58 partidos de Regular Season como titular y tercer máximo anotador (12,8) del equipo en unos playoffs en los que alternó noches dispersas de pérdidas groseras con triples decisivos y últimos cuartos heroicos.

El viaje a Indiana... y al infierno

Después de aquel título, parecía unido para muchos años a unos Spurs cuya cultura de equipo había hecho maravillas con su talento: Don Nelson decía que hacía todo bien menos rebotear y Larry Brown que la gente no se daba cuenta de lo verdaderamente bueno que era. Pero tensó la cuerda en las negociaciones y acabó en un mercado veraniego muy delicado, con las franquicias apretadas en su margen salarial y abocado, entre burlas de muchos, a un contrato de dos años con Atlanta Hawks por poco menos de un millón de dólares por temporada. Sin embargo, se tomó ese paso como una apuesta, una pelea por su futuro: 18,1 puntos por partido y traspaso después de una temporada a los Pacers, donde firmó un nuevo contrato de seis años y 38,3 millones en el verano de 2004.

Los Pacers venían de ganar 61 partidos y jugar la final del Este. Eran un equipo de aspiración máxima con un vestuario lleno de carácter. Difícil: Stephen Jackson se unió a Ron Artest, Jamaal Tinsley, Jermaine O’Neal y un veteranísimo Reggie Miller. Pero los sueños de aquel equipo, durísimo, acabaron el 19 de noviembre de 2004, The Malice at the Palace, la pelea que marcó el punto más bajo para una NBA en un momento confuso y que después cambió su cultura, de los vestuarios al juego (cambios de normas que auparon a los Suns de D’Antoni y forjaron el actual estilo ultra ofensivo) y hasta un Team USA que venía del desastre (deportivo y de relaciones públicas) de Atenas 2004.

Una falta absurda y por detrás de Ron Artest a Ben Wallace en el último minuto de un Pistons-Pacers ya decidido para los visitantes acabó con una tangana monumental que se convirtió en un hito de pesadilla del deporte estadounidense cuadno un aficionado lanzó una Diet Coke a Artest, que se tranquilizaba como podía en la mesa de anotadores. Artest se lanzó a la grada a pelearse con los aficionados. Y Stephen Jackson, que ya sabía que aquello no iba a acabar bien, fue detrás de él simplemente porque eso es lo que haría un compañero: “No podría haber vivido sabiendo que no estaba a su lado”. Stern tardó menos de 48 horas en aplicar sanciones históricas: 146 partidos (y 11 millones de dólares al limbo en sueldos) a nueve jugadores, 73 (86 contando los playoffs) a un Ron Artest que se llevó el mayor castigo de la historia. Para Stephen Jackson fueron 30 partidos y un mordisco de 1,7 millones a su sueldo.

La NBA tardó en recuperarse, los Pacers como franquicia también, y David Stern reconoció ese como uno de los puntos más oscuros de su mandato, uno que solo empeoraba el “el miedo y la angustia existencial” que le provocó el positivo por VIH de Magic Johnson. Después, cambió las normas de seguridad en los pabellones, controló el consumo de bebidas alcohólicas y trató, en muchos casos con polémica y una extraña gestión de los asuntos de cultura y raza, de enderezar una NBA en la que todo ha cambiado mucho: los Lakers valían entones 447 millones de dólares. Ahora todas las franquicias superan los 1.000 y la angelina, una de las joyas de la corona del deporte mundial, está valorada por Forbes en 4.400 millones.

Antes de ser traspasado a los Warriors en 2007, poniendo fin a una etapa en Indiana herida de muerte por la infame pelea de Detroit, Stephen Jackson se declaró culpable de disparar al aire en defensa propia en las inmediaciones de un club de striptease de Indianápolis. Otra muesca en el comprometido historial de un jugador que adquirió una leyenda maldita que comenzó a cambiar en Oakland, ciudad de rabiosa contracultura, ideal para alguien como él y con un vestuario que lo acogió con los brazos abiertos, liderado por Baron Davis.

Al otro lado del Puente de la Bahía su labor social y su entrega con la comunidad cambiaron un relato que en lo deportivo ya era intachable: tres temporadas seguidas de más de 20 puntos por noche en los Warriors, donde fue uno de los líderes del equipo del We Believe, uno de los más recordados de punta a punta de América. El grupo de bajitos locos de Don Nelson que derribó en primera ronda de playoffs a unos Mavericks gigantes: finalistas el año anterior, con Dirk Nowtizki como MVP de la Regular Season y 67 victorias en el zurrón antes de estrellarse en playoffs (2-4) contra Baron Davis, Jason Richardson, Monta Ellis, Matt Barnes... y Stephen Jackson, que promedió 22,8 puntos en la eliminatoria y al que el equipo se encomendó, como el único con galones de campeón en el vestuario, cuando Baron Davis sufrió un problema muscular en el inicio del sexto partido. Jackson anotó 33 puntos con un 7/8 en triples y los Warriors consumaron una proeza única. Ningún jugador de la franquicia había anotado siete triples en un partido de playoffs. Luego llegaron Stephen Curry y Klay Thompson...

Stephen Jackson jugó hasa 2014 (Bobcats, Bucks, otro paso por los Spurs, Clippers...) y después se convirtió en una voz recurrente en la televisión deportiva estadounidense, un brillante y sincero analista de la NBA que, además, habla sin tapujos en el podcast All The Smoke que comparte con Matt Barnes, otro jugador peligroso. Hace no mucho apoyó la legalización de la marihuana reconociendo que la había consumido durante toda su carrera, y ahora ha dado un paso al frente en la lucha por los derechos de los afroamericanos justo cuando la desgracia ha tocado en la puerta de al lado con la muerte de su íntimo, George Floyd. Pero la cuestión es que, para los afroamericanos en Estados Unidos, la desgracia siempre parece tocar en la puerta de al lado. Por eso Stephen Jackson alza una voz que en su día fue la de un proscrito, el demonio de una NBA que (al menos en parte) fiaba su futuro a exorcismos. Hoy la percepción sobre él ha cambiado radicalmente. La de la NBA también. ¿Y la de su país? Ese es el siguiente paso, el más importante y el más difícil de todos.