Los Cavs van a jugar la Final; No, los Celtics; No, los Cavs...
Uno no sabe dónde estarían los Celtics con Gordon Hayward. O cómo. O más bien qué cábalas se podrían hacer con él a bordo de cara a esos playoffs que en realidad todavía ni se empiezan a adivinar en el horizonte. Están lejísimos.
Pero sí sabemos dónde están ahora, sin él: 14-2 después de catorce victorias seguidas que son un pequeño milagro porque quien más quien menos esperaba algo más de resaca después de lo de Hayward. Deportiva y emocional. Pero ahí están: el primer equipo que llega a catorce victorias con el mejor rating defensivo y la tercera mejor diferencia entre rating porque por ahora, y pese a los partidos que se han perdido Al Horford y Kyrie Irving, el ataque ha ido haciendo lo justo para sacar adelante los partidos. Un par de datos aportados por Sean Grande: los Celtics están 5-0 en partidos en los que anotan un máximo de 96 puntos. El resto de equipos marcha 14-89. Y están 8-2 cuando tiran por debajo del 43% y los demás, 32-105. Su ataque no está en la mitad buena de la clasificación en casi ningún apartado estadístico. Pero es que, Tom Haberstroh recopiló los datos nada más terminar el partido de esta noche, estas son las noches que han tenido contra los Celtics algunas de las grandes estrellas de la liga: 21% Stephen Curry (3/14), 18% Carmelo Anthony (3/17), 21% Porzingis (3/14), 25% Joel Embiid (4/16), 26% Kemba Walker (5/19), 28% Klay Thompson (5/18) y 35% Russell Westbrook (7/20).
Si se echa un vistazo de arriba a abajo a la salud de los Celtics, conviene ponerse más en que el ataque mejorará lo suficiente que en que la defensa dejará de sostener al equipo en algún momento del futuro a medio plazo.Suponemos que será así básicamente porque está Brad Stevens, que definitivamente se está posicionando como el verdadero aspirante (igual que durante años se buscó al nuevo Michael Jordan) a Gregg Popovich 2.0. Más que un gran entrenador, uno que acaba convirtiéndose en un tomo de la historia de la liga. Que alarga su influencia durante décadas (recuerdo que tiene 41 años), que es más importante que cualquier estrella y cuyos ingenios tácticos acaban siendo tan rutinarios que se necesita coger distancia para que puedan ser valorados en toda su enormidad. La excelencia hecha rutina. El diseño de la máquina de ganar. Le queda mucho camino, y necesita encontrar a su Tim Duncan (en ello está... ¿o acaso ya lo ha encontrado?) pero no sé quién demonios se podría atrever ahora mismo a apostar contra él. Stevens es, de hecho, lo único que puede interrumpir lo que parecía una sucesión inevitable en el trono del Este: de LeBron James a Giannis Antetokounmpo.
Desde este punto de vista, la lesión de Hayward es un crimen contra la humanidad. Tenía tan clara su idea de juego el entrenador de Indianápolis (a 160 kilómetros nació Larry Bird) que cuando finalmente se la facilitó Danny Ainge (con sus buenos dolores de parto a cuestas) lo último que se podía esperar era un contratiempo semejante. No digamos desear. Pero eso le puede pasar a cualquiera y tener a Brad Stevens, no. Desde 2015, los Warriors están 214-40 con un +11,1 en diferencia de puntos contra los otros 28 equipos de la NBA y 4-2 con un +2,2 contra los Celtics. En anteriores temporadas, en el ajuste contra el súperequipo parecían esenciales Avery Bradley y Jae Crowder. Ninguno de los dos está ya en el roster que ganó al campeón la pasada noche. La sexta de ocho totales en la que se escapa con el triunfo después de haber ido perdiendo en el último cuarto, un ránking en el que ya lideró la NBA la pasada temporada. La clave empieza por S pero no es suerte. Es Stevens.
Los Celtics apostaron en 2016 por Jaylen Brown con un número 3 que a muchos les pareció inflado. E hicieron el pasado verano y desde el número 1 la jugada de Jayson Tatum cuando tenía a tiro a Markelle Fultz y Lonzo Ball. Si ahora mismo todo parecen buenas decisiones es porque encajan en la hoja de ruta de un entrenador que también podría ser un genio del crimen con mirada angelical: ya no engañas a nadie, Brad. Lo que hemos visto de los Celtics debería bastar para apostar con (temprano) fundamento por el Orgullo Verde como finalista de la NBA en 2018. De momento solo eso, con estos Warriors en el ajo. Ahora mismo todo funciona, al equipo se le caen los kilos de actitud de los bolsillos y si Stevens dice que a Tatum no le influirá el rookie wall porque el rookie Wall no existe, todos nos lo creemos. Porque lo dice el tipo que dirige al equipo que ahora mismo es el equivalente del novia/novio que todo padre/madre querría para su hijo/hija (que cada uno combine los géneros como guste).
Pero hay un problema en la Arcadia verde: los Cavaliers, ahora mismo algo que nadie querría ver del brazo de su descendencia. Un equipo de espíritu cada vez más macarra (y no hablo de su comportamiento en pista) y de cuya pésima política deportiva llevo advirtiendo desde el verano. Que respondió a una Final en la que vio (o vimos todos los demás) que necesitaba más defensa y más piernas jóvenes con más ataque y menos piernas jóvenes. Que sigue pensando que todo vale porque LeBron les dejará en el peor de los caos a dos o tres victorias del anillo. Cuyos problemas para hacer algo remotamente parecido a defender son estructurales y no una cuestión de interés (que también) y que en lugar de un genio de los banquillos tienen al frente a un buen gestor de ánimos. O de ánimo: el de LeBron, concretamente. Una franquicia sobre la que acecha la sombra del fin de ciclo y un roster muy poco capaz de defender que espera como agua de mayo el regreso de Isaiah Thomas, uno de los peores defensores de la NBA. Glups. Kyrie Irving ya no está y, LeBron al margen, quizá algunos de los veteranos del vestuario ya ni tienen en realidad tantas ganas como en los dos últimos años de enfrentarse en junio a los Warriors.
Aparentemente es un año perfecto para apostar contra los Cavaliers, para poner dinero a la primera Final sin LeBron James desde 2010.
LeBron va a cumplir 33 años antes de Nochevieja. Está en su decimoquinta temporada en la NBA. Va camino de los 42.000 minutos y para tener a su equipo en el 50% de victorias anda en los 38,1 por noche, por encima de los 37,8 con los que lideró la liga la temporada pasada. Se supone que cada vez le tendría que costar todo más (porque se supone que es humano: una vez chocó contra una cámara y se hizo un chichón) y que la defensa y las irregularidades de la rotación de los Cavaliers serán por fin demasiado. Este vez sí, visto el ascenso imparable de los Celtics… de Kyrie, que ha cambiado de bando. El guion es a priori impecable.
Pero no. No puedo apostar contra LeBron en el Este. Soy incapaz. Lo hice en el pasado y salí escaldado. Aposté por los Pacers, aquellos buenísimos Pacers, cuando jugaba en Miami Heat. Incluso el año pasado, demonios, me pasé un mes advirtiendo del peligro que le acechaba si se cruzaba con los Raptors. Los Raptors. Porque, atención, habían sumado a tiempo a Ibaka y PJ Tucker. Supongo que llegado el momento, y quizá con un acompañamiento distinto al que tiene ahora (el pick de los Nets…) entrará en modo Zero Dark Thirty y subirá marchas hacia ese nivel suyo de playoffs con el que dicta lo que sucede en los partidos desde el salto inicial. Comenzará a enlazar partidos de 42+12+14+4 con un 55% en tiros y a todos nos volverá a parecer tan normal: es lo que tiene que hacer LeBron, que para eso le plantificó dios en Akron. Y casi de repente aterrizará otra vez en las Finales de la NBA. Por novena vez en doce años y por octava consecutiva.
Es mucho más fácil apostar ahora mismo por los Celtics, que de hecho incluso lo merecen. Pero no puedo. Con LeBron James soy como el perro de Pavlov: vivo condicionado. Sometido a estímulos aprendidos. Hasta que se demuestre lo contrario, al menos.