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FINALES NBA | WARRIORS - CAVS (1-0)

Mike Brown: de una Harley beis y una cama de Spiderman a entrenar a los Warriors

El pasado jueves dos entrenadores de raza negra se enfrentaron en unas Finales por primera vez en 42 años. A Mike Brown los Cavs le despidieron dos veces… y todavía le están pagando.

Oakland
Mike Brown, técnico de los Warriors, durante el primer partido de las Finales 2017.
EZRA SHAWAFP

Steve Kerr, por suerte, volverá a entrenar a pesar de sus terribles problemas de espalda y de hecho podría hacerlo incluso en estas mismas Finales 2017. Pero en los últimos once partidos de los playoffs (de 13 totales, todo victorias), el head coach de los Warriors ha sido Mike Brown, que volvió a dirigir un partido de unas Finales diez años después de las primeras, cuando solo tenía 37 y entrenaba, círculo cerrado, a los Cavaliers de un LeBron de 22 años: 0-4 ante los Spurs de su mentor, Gregg Popovich, que luego ejerció de intermediario entre Steve Kerr y Brown cuando el primero buscaba mano derecha tras la marcha de Luke Walton a los Lakers, el equipo al que entrenó Brown entre sus dos etapas en Cleveland. De la primera salió con un premio de Entrenador del Año (2009) y ese viaje a las Finales, pero también como comandante del primer equipo que superó las 60 victorias dos temporadas seguidas sin avanzar a la lucha por el título en ninguna de las dos (2009, 2010).

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Por entonces LeBron ya desconfiaba de la falta de imaginación y el exceso de corsés en el juego de ataque de un Brown que fue de nuevo despedido por los Cavs después de cumplir solo una temporada (2013-14, en conflicto con Kyrie y a las puertas del regreso del Rey) de un contrato de cinco y 20 millones. Así que Mike Brown (47 años y natural de Ohio) se enfrenta el equipo con el que fue finalista, que le despidió dos veces en cuatro años, que todavía le está pagando el finiquito y cuyo entrenador, Tyronn Lue, le debe 100 dólares desde hace casi dos décadas por una apuesta en un concurso de tiros cuando Lue era un jugador todavía inexperto en los Lakers. “Con el contrato que tiene ahora en los Cavs ya va siendo hora de que me pague”, dice Brown. Son, por la lesión de Steve Kerr, los primeros entrenadores de raza negra que se enfrentan en unas Finales en 42 años. Desde que en 1975 precisamente los Warriors (su último título hasta el de 2015) de Al Attles barrieron a los Bullets de KC Jones. Ellos dos, Bill Russell, Lenny Wilkens, KC Rivers y el propio Lue son los únicos seis entrenadores campeones de raza negra. En esta temporada 2016-17, solo ocho en 30 franquicias de una NBA con un 75% de predominancia de esa raza entre los jugadores.

Así que Mike Brown es, sin duda, uno de los personajes de estas Finales. Jugador de poco talento en los Toreros de San Diego, entendió pronto que para vivir del baloncesto, su pasión, tendría que hacerlo en otras labores: a los 22 años era analista de vídeo, a los 27 asistente (y ya con dos hijos) y a los 35 entrenador principal reconocido por su profundidad como estratega defensivo, apodado Mister Potato y traicionado por un carácter que era como un cable de alta tensión, todavía demasiado joven: “Si lo que transmite tu cara no es lo correcto, tus jugadores sentirán que les estás fallando”, le aconsejó Eric Snow. Para 2015, después de unos años vertiginosos en los que dilapidó su reputación entre los Cavs de la reconstrucción y los Lakers de los imposibles (sustituir a Phil Jackson, hacer funcionar el equipo al que llegaron Dwight Howard y Steve Nash), Mike Brown estaba harto del baloncesto, al menos del negocio que rodeaba al juego, se acababa de divorciar y vivía solo en su enorme casa a las afueras de Cleveland porque sus hijos se preparaban, lejos, para ser deportistas profesionales. Como su hermano, Anthony Brown, tres años más joven que él y que jugó cuatro en la NFL (1995-99) tras superar un terrible accidente de coche que casi le cuesta la vida en 1991, cuando era copiloto de un coche lleno de malas compañías que buscaba un casino por una autopista de Salt Lake City. Le salvó, así es la vida, no llevar cinturón de seguridad y salir despedido antes de que el peso del vehículo lo aplastara.

De repente con demasiado tiempo libre y desde luego demasiado solo, Brown (nacido por la carrera militar de su padre en Würzburg, el pueblo de Dirk Nowitzki) se dedicó al ejercicio físico, a algunas labores de manitas aquí y allá y a largos y catárticos recorridos en su Harley Davidson beis, con la que recorría las orillas del lago Erie escuchando a los Beastie Boys y tratando de dar sentido a todo lo que había vivido en los últimos años. Siguiendo la trayectoria de uno de sus hijos, acabó con su moto y su casco negro mate en Albuquerque (Nuevo México). Allí ocupó un pequeño apartamento y retomó el contacto con Gregg Popovich, del que fue ayudante en el anillo de 2003 antes de irse a trabajar con Rick Carlisle a Indiana, donde vivió la legendaria pelea en el Pistons-Pacers del Palace. De hecho, él persiguió a Ron Artest y evitó, probablemente, daños mayores. Popovich le dijo a Brown que ya había pasado demasiado tiempo holgazaneando y le dio vía libre para moverse en el día a día del equipo: reuniones, charlas tácticas, partidos… Sin obligaciones y de forma progresiva, Brown recuperó su interés por los intríngulis del universo NBA y empezó a pasar mucho tiempo en Texas. Tanto que acabó llevando un coche y una maleta con ropa a la casa de Danny Ferry, que se había mudado a Atlanta para trabajar en los despachos de los Hawks. Brown ocupaba cuando lo necesitaba la casa y dormía en la habitación que había sido del hijo de Ferry, llena (cama incluida) de referencias a Spiderman.

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EZRA SHAWAFP

Entonces los Cavs a los que él entrenó derrotaron a los Warriors y Luke Walton se marchó a los Lakers… a los que él entrenó. Y Steve Kerr se puso en contacto con Gregg Popovich, que le dijo que él firmaría a Mike Brown sin pensárselo y acto seguido llamó a este para jurarle desprecio eterno si no aceptaba el trabajo en cuanto recibiera la llamada. El Brown que llegó poco después a Oakland era una persona, y por lo tanto un entrenador, totalmente distinta al personaje excesivamente rígido y plomizo de su anterior etapa en los banquillos, en realidad lejanísima. Un nuevo comienzo en esos Warriors también distintos a cualquier equipo que hubiera conocido y por lo tanto una oportunidad de oro que, por ahora, Mister Potato está sabiendo aprovechar. Excelentes noticias para un buen tipo y, desde luego, un entrenador mejor de lo que nos llegó a parecer hace apenas tres o cuatro años. Palabra de Gregg Popovich.