Knicks: la ciudad que nunca duerme vuelve a soñar
Nueva York despierta del habitual letargo veraniego con nuevas piezas y nuevos objetivos. La paciencia y la ilusión, las claves.
La ilusión inunda las grandes avenidas y llega hasta los rincones menos transitados de Manhattan. Baja desde el Bronx, cruza Harlem, pasea por Central Park y baja por Broadway hasta el distrito financiero. Desde allí, utilizando metros y Ferrys, con el Hudson, Upper Bay y el Río Este como grandes aliados, llega a las casas de millones de neoyorquinos. Y su viaje no ha hecho más que empezar. Internet cruza estados, fronteras y océanos. Nueva York vuelve a sentirse orgullosa de sus Knicks. Veremos por cuánto tiempo. Y tiene, como siempre, un foco desproporcionado al que hacer frente. Porque solo así se entiende el baloncesto en la Gran Manzana. Entre estrellas y estrellados. Entre el éxito y el fracaso. Siempre en boca de todos. Que empiece el espectáculo.
Hacer predicciones antes de que arranque la temporada siempre es arriesgado. El deporte es, por definición, sorpresa y tensión; alegría y tristeza. Y más en este caso. Los posibles imprevistos que cambian partidos, meses y temporadas su multiplican cuando hablamos de los New York Knicks 2016-17. Sumidos ya en la nube, jugadores, técnicos y, sobre todo, aficionados, lucharán contra su subconsciente por mantener los pies en la tierra. Pisar el suelo con firmeza y sin contratiempos sería sinónimo de buena temporada en Manhattan. Demasiados 'peros', demasiadas dudas. ¿Alguien esperaba otra cosa? Hablamos de los Knicks, del Madison Square Garden y de Nueva York. Aquí no existe la sombra. No hay tiempo para crecer sin focos. Aquí te juzgan por cada personal, por cada bloqueo. Aquí se gana o se pierde. Se quiere o se odia. Un juego de extremos siempre al borde de la explosión.
Faltaban sueños, faltaba emoción. El desembarco de Derrick Rose lo arregló. Un MVP con cartel borroso de estrella. Era el premio gordo para unos Knicks que, evidentemente, no tenían grandes expectativas cuando sonaba sin parar el apellido Durant. El premio gordo porque convertía al equipo, de la noche a la mañana, en lo que se conoce como 'Equipo League Pass' (todos querrán ver a los Knicks). Y, además, sin riesgo: el contrato de Rose, más de 21 millones de dólares, termina el próximo verano, por lo que el botón rojo, el de reiniciar, se encuentra solo a unos meses de distancia.
Después llegó Joakim Noah, otro grande venido a menos y con el mismo problema que Rose: las lesiones. Y le siguieron Courtney Lee, Brandon Jennings, Kuzminskas, Hernangómez... Los Knicks son un equipo nuevo con un par de ricas conservas. Un anotador insaciable que aprende a liderar pasada la treintena y una rookie convertido en estrella mediática que parece capaz de crecer como solo lo consiguen los más grandes (entre focos). Vital fue también la renovación de Lance Thomas (glue guy). Una plantilla algo descompensada (el banquillo pinta flojo: muy dependiente de Jennings) que tendrá que inventar la química sobre el parqué mientras suma, al menos, tantos triunfos como derrotas. Ya no vale solo perder.
Si las lesiones les respetan (es mucho decir, lo sé), los Knicks deberían luchar por los playoffs en una Conferecia Este que, alejada de los grandes focos (más allá de LeBron y, quizás, los Bulls), sí ha tenido tiempo para crecer. Y vaya si lo han hecho. Que se lo pregunten a Pistons, Celtics o Raptors.
Sin hablar de rondas, el famoso partido a partido parece la filosofía más sana desde el punto de vista Knickerbocker. Y de la salud precisamente depende la temporada en la Gran Manzana. Hay que sudar. También reír y llorar, así es Nueva York. Siempre con ilusión. No se lo pierdan.