Ediciones
Resultados
Síguenos en
Hola

¿Y a quién odiamos ahora?

Odiar al Madrid, aunque sea desde el respeto y la baja intensidad, también necesita de referentes: es una ley no escrita que conviene respetar. No se enseña en las escuelas, pero se aprende con el tiempo viendo a tipos como Juanito, Hugo Sánchez, Paco Buyo, Fernando Hierro, Redondo o Raúl. Sabes lo que representan. Conoces las connotaciones, el significado, y jamás te defraudan. Irán a por los tuyos sin dar cuartel y colgarán tu ira en la solapa, como una medalla, porque son los caciques rivales y esa gente no aspira a ganarse tu cariño, o qué te esperabas.

Casemiro es uno de esos, heredero de una estirpe que saca de sus casillas a los rivales y proporciona paz al amigo, al compañero, acaso la mayor aspiración que cualquier futbolista puede albergar en su carrera profesional. Quizás no sea justo, pero es necesario. En un equipo plagado de tipos adorables como el propio Ancelotti, Benzema, Modric, Alaba con su silla de plástico, uno al que apodan El Pajarito o Camavinga, el brasileño cumplía con su función de recordarnos que no está bien sonreír cuando el maligno gana. Y esta gente ha ganado mucho despertando una cierta simpatía generalizada, que es lo peor que te puede hacer el Madrid en época de vacas flacas. ¿Quién puede odiar a Lucas Vázquez, un gallego nacido en Curtis? Debe ser algo así como aborrecer el pulpo, el lacón o las zamburiñas.

Casemiro representaba el equilibrio tanto en el campo como fuera de él. Futbolista moderno, de los que atisbaba cuanto sucedía en el verde con una visión periférica de 360 grados, casi un ciborg. Personaje clásico, de los que reconciliaba al hincha rival con esa sensación tan humana de gritarle al televisor mientras tu madre se persigna al cruzar el pasillo. Profesional infravalorado por el preciosismo filosófico, además. Ahora que se va, ¿a quién vamos a profesar tanta antipatía contenida para mantener intacto el universo del hincha? ¿A Tchouaméni? Quizás a Carvajal, okey, pero ni por esas me muestro yo dispuesto a perdonar a los ingleses: hasta la mala hostia quieren quitarnos, ahora que parece sobrarles el dinero.