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Volver a donde sin saberlo fuiste feliz

Entre la travesura y la picardía que delataba su sonrisa, antes de abandonar el césped del estadio Johan Cruyff le dio a Manolo González por besar el escudo de la camiseta del Espanyol con la que había posado junto a Hansi Flick, quien le observaba como extrañado. El último que hizo ese gesto públicamente en territorio culé fue un tal Tamudo, la noche del Tamudazo. Un rato antes, aún en Cornellà, al entrenador le habían preguntado si veía posible replicar, 15 años después, aquel Delapeñazo que se cuenta como el último triunfo perico en Can Barça. “Lo más parecido que hay a De la Peña hoy en día soy yo... Y si salgo y marco lo firmo ya”, bromeó. Manolo es, sin duda, la cara de este Espanyol.

La cruz, por el contrario, es casi todo lo demás. Resulta deprimente comparar la actual plantilla con aquellas que sembraron el pánico en el Camp Nou. Es desconsolador regresar a Montjuïc, el lugar donde el espanyolismo fue feliz sin saberlo (dos Copas del Rey y una final de la Copa UEFA en sus 12 años de estancia), como visitante y sin apenas esperanza de un auténtico milagro. El club camina a la deriva, con Chen Yansheng desaparecido pero a la vez demorando una ampliación de capital necesaria como el comer, mientras su gente sí responde: a la adopción de perros, a la DANA, a lo que le propongan. Lástima que, de vez en cuando, también haya que jugar un partido de fútbol.

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