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Venables para siempre

“Cuando llegué a Barcelona, la gente me decía que no era posible ganar la Liga por los árbitros, pero sí al Madrid”, explicaba el propio Venables a su llegada a un club y a una ciudad que todavía entonces sentían el fútbol desde los complejos, un marco mental estresante e inestable sobre el que construir algo sólido y duradero. “Hicimos las dos cosas: ganamos 0-3 en el primer duelo directo con ellos, en el Bernabéu, y más tarde, también la Liga”. Fue el primer título que celebré como culé perfectamente definido, sin rastro de aquel madridismo sedoso que mi abuelo había intentado inocularme desde la cuna.

Venables era, para mí, un entrenador inglés con nombre de brandy, que es el tipo de cosas que uno aprende cuando se cría en un bar. Llevaba el pelo más corto que mi padre, tenía la mandíbula ancha de un bulldog y hablaba con un acento tan extraño que a veces me parecía estar escuchando a un humorista. Yo no lo recuerdo, pero los más viejos del lugar me cuentan que Schuster lo miraba con desconfianza, al menos los primeros días, y que de tan londinense parecía no saber dónde quedaba, exactamente, el resto de Inglaterra. Todo eso le convertía en el mejor candidato para entrenar a un equipo que necesitaba conocerse a sí mismo y aprender a jugar con un ojo cerrado, a veces incluso con los dos.

Con él al mando, el Barça estuvo a punto de romper el maleficio de la Copa de Europa. Casi lo logramos. Casi derribamos el muro. Pero cada penalti que chutamos desde nuestras casas -no se pueden fallar tantos si no es poniendo en los pies torcidos del aficionado toda la responsabilidad- quedó incrustado en una fotografía fatídica y la anécdota del rubio Bernardo subiéndose a un taxi para huir de sí mismo, no ya tanto del Sánchez-Pizjuán. De aquello no se recuperó un Venables que había acariciado lo imposible y nos hizo creer en lo improbable.

Por el camino aprendimos a mirar, que no es poco, y en una fotografía de aquella misma temporada descubrimos a un niño que pronto pasaría de recogepelotas a capitán, más tarde a entrenador y finalmente a leyenda. Algo de Venables quedó impreso en él, como habrá algo de Venables rondándonos para siempre.