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A cinco. El fútbol te traslada de la desazón al optimismo en pocas horas. Hace unos días el Barça se acostaba 11 puntos por encima del vigente campeón de Liga, pero esta noche lo ha hecho con un margen inquietante de solo cinco. Es lo que tiene genéticamente el Madrid, incapaz de entregar la cuchara ni de ponerle alfombra roja a su eterno gran enemigo deportivo, que se debate ahora entre ganar hoy al Cádiz como sea o en cambiar de conversación entre ‘Negreira y Negreira’. El valioso triunfo de Pamplona se cimentó en una actuación colosal de Vinicius, un despliegue tremebundo de Modric y Valverde, y el sonado debut liguero del hispano-uruguayo Álvaro Rodríguez. Un crío de 18 añitos que en cinco minutos descosió a la zaga navarra. Dio dos asistencias en tan poco margen de tiempo y su desparpajo barrunta canterano aprovechable al 100%. Yo lo subía al primer equipo para la próxima temporada y me dejaba de experimentos tipo Jovic. Al lado de Vini, Rodrygo y Benzema romperá en delantero total.

Te lo debo, papá. Llevo 57 años en este mundo y si algo me ha quedado claro desde que nací es que el Real Madrid es parte de mi dermis y mi epidermis. Una de mis frases favoritas es “la vida es blanca y bella”. Aparte de la familia, que es sagrada, todo lo que he vivido y disfrutado en torno a esa sagrada camiseta, pantalón y medias blancas se debe a ti, papá. Tú me explicaste cuando era un renacuajo que apenas podía con una pelota de goma que el Madrid “es el equipo más grande, hijo. Siempre luchan hasta el último segundo y jamás se rinden”. Me estabas inculcando no solo una opción futbolística para elegir el camino adecuado. También me mostraste una filosofía de vida. Desde aquel Madrid-Las Palmas de mi primer encuentro en el Bernabéu (1973), calculo que habré visto el 99,9% de los partidos del mejor equipo de la historia del fútbol. Solo me faltó un Real Sociedad-Real Madrid de pretemporada porque en Cracovia no había manera de verlo en ningún canal de esa época (2009). Papá, tú has visto las 14 Copas de Europa y eso no muchos lo pueden decir. Ya me avisaste antes de la final de Ámsterdam que la espera de 32 años tocaba a su fin y que empezaba “la era en color”. Ocho Orejonas han caído desde entonces. Jamás olvidaré el abrazo emocionado que me diste con el 5-0 al ‘Dream Team’ de Cruyff, el 7 de enero de 1995. Los dos lo disfrutamos en nuestro abono del Bernabéu, ese que peleaste en su día para que yo pueda presumir ahora de ser socio de nuestro Madrid desde el 1 de septiembre de 1981. Aquellas remontadas europeas de los 80, apiñados en las gradas de pie del lateral de Padre Damián, con la Quinta del Buitre y nuestros Juanito, Santillana, Camacho y Valdano dejándose el alma en el campo, quedan para nuestra memoria. El periodismo y mis obligaciones profesionales me llevaron después a la tribuna de prensa, pero nuestros abonos te permitieron disfrutar en el santuario de La Castellana junto a tu nieto Gonzalo, hasta que hace cinco años me dijiste con todo el dolor de tu corazón blanco que tus piernas manchegas ya no daban para más y que desde ese día seguirías nuestras aventuras junto a mamá en vuestro pisito de Carabanchel. Ahora mi hijo Marcos, que es socio desde el día que nació (2-10-2002), ocupa orgulloso el sitio de su abuelo en la grada. Papá, el año pasado tocaste el cielo con esa 14 que jamás olvidaremos. Y el sábado cantaste orgulloso el “campeones” tras la conquista de Marruecos. El jueves te nos fuiste allá arriba para siempre, con tu Real Madrid campeón de Europa y del Mundo. Bendita rutina. Has dejado aquí un hueco terrible, pero a partir de ahora sé que en cada gol de nuestro amado Madrid te abrazarás conmigo. Hoy te he sentido. Papá, gracias por tanto.