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Un mercado volátil

Hace unos días, ante una nueva edición del trofeo Joan Gamper, el periodista Albert Blaya recordaba en Twitter que el año pasado el partido se jugó en el estadio Johan Cruyff, “con Sergi Roberto en el doble pivote, Demir como interior, Braithwaite de extremo y marcó Riqui Puig. Vimos debutar a Emerson Royal y se creyó que Memphis llenaría parte del vacío”. Da escalofríos, ¿verdad? Y todo eso sin contar el síncope existencial de los culés tras la salida traumática de Messi. Hoy, un año después, Demir, Emerson y Riqui ya no están en el club, Memphis cambiará de aires y Braithwaite sigue en ese limbo de los que cobran sin tener dorsal.

El Gamper de este año nos mostró un equipo para soñar y es obvio que Joan Laporta ha sabido reactivar el entusiasmo de los culés con fichajes de relumbrón. Pero el contrapunto es que esa política también refleja una tendencia cada vez más general entre los grandes clubes. En la última década, la competitividad, el rastreo del mercado para descubrir talentos cada vez más jóvenes, la codicia de los agentes y la impaciencia ante los resultados han convertido la oferta de jugadores en una Bolsa de valores falseados. La confusión reina a expensas de los aficionados, que invierten sus sueños en apuestas que son muy volátiles, aunque los clubes las vendan como valores seguros. Pienso en esos futbolistas que llegan con grandes expectativas y son liquidados demasiado pronto, tras verles jugar media docena de partidos como suplentes… Nadie se libra: Odegaard salió del Real Madrid y a los 23 años hoy es capitán y pieza clave del Arsenal; Xavi Simons se fue del PSG por falta de interés y han bastado tres buenos partidos en el PSV para que los franceses quieran recuperarlo; Jutglà ya marca buenos goles en el Brujas y Nico saldrá cedido al Valencia. Junto con Abde y Balde estaban llamados a ser los nuevos estímulos de la escuela azulgrana, pero la inflación de talento los va arrinconando, sin darles la confianza que con el tiempo nos permitirían conocer su valor real.