Un equipo por encima de sus futbolistas
Hasta el verano de 2023, Lamine Yamal había jugado siete minutos con el Barça, ante el Betis, todavía con quince años. Hace tres temporadas, Nico Williams era futbolista del Bilbao Athletic; hace dos solo jugó 14 partidos como titular en el primer equipo rojiblanco. Jamás ha disputado un partido de competición europea con su club, igual que Dani Vivian, quien tres cursos atrás cumplía cesión en el Mirandés. Regresó al Athletic para ser tercer central. A la Selección llegó anteayer, en la ventana FIFA de marzo. Marc Cucurella solo jugó ocho minutos con el Barça en una eliminatoria copera ante el Murcia. Nunca contó para el primer equipo y acabó siendo traspasado al Getafe por menos de doce millones. Dani Olmo dejó el club catalán con 16 años intuyendo que encontraría mejores oportunidades en otro lugar (Zagreb).
Osasuna vendió a Merino al Dortmund por 3,7 millones, diez veces menos de lo que le costó al Barça en esa campaña André Gomes. A Fabián se lo llevó el Nápoles por 30 millones un verano en que los azulgranas pagaron 41 por Malcom y 36 por Lenglet y el Madrid, 32 por Odriozola. Grimaldo dejó La Masia con 18 años por dos millones y al Leverkusen llegó libre en 2023, quizá porque nadie le llamó desde España. Nacho empezó la temporada como cuarto central blanco. Laporte apuntaba a prejubilado en Arabia. Oyarzabal, último héroe, venía de superar una rotura de cruzado. Y el seleccionador, Luis de la Fuente, nunca había dirigido a un equipo ni en Primera ni en Segunda División cuando se hizo cargo de La Roja.
Así explicado, el grupo inspiraba lógica desconfianza: jugadores denostados o descartados por los grandes de aquí, poca experiencia en eventos mayores y jóvenes por calar. Y sin embargo, la gran virtud del equipo ha sido una extraordinaria, casi insólita, personalidad en todos y cada uno de los partidos. Por el camino encontró a las otras cuatro campeonas del mundo europeas, cuyos galardones suelen deslumbrar, y fue despachándolas sin apartarse de su estilo. Pasó algún mal rato, porque no hay título conquistado sin momentos de sufrimiento, pero nunca estuvo fuera de control. Y eso, con un equipo en el que casi la mitad de sus futbolistas no alcanzaba los veinte partidos internacionales y en el que solo Rodri había figurado entre los treinta finalistas al último Balón de Oro.
Sucedió que se juntaron buenos jugadores sin más que acabaron resultando excepcionales por su descaro, su compromiso y su solidaridad. En la última actualización de mercado, la plantilla de España estaba valorada en 965 millones; la de Inglaterra, en 1.520, y la de Francia, en 1.230. Ese martilleo de datos sirve para explicar que el equipo estuvo abrumadoramente por encima del prestigio de sus futbolistas.
A De la Fuente hay que atribuirle el clima y el estilo. Si alguna utilidad social tiene la Selección es unir al país al menos durante un mes, y lo ha conseguido, sin disensiones, sin malas caras, sin el frentismo de otra época con la Prensa, pero es que además el riojano ha sido el técnico más valiente del torneo cuando, por falta de currículum, hubiese estado justificado lo contrario. España ha dejado una primera presión convencida en campo contrario, una apuesta por los extremos, dos centrocampistas llegadores, dos laterales largos, una vocación de marcar un gol más que el rival y no de encajar uno menos, una puesta en escena irreprochable, muy por encima de las expectativas más optimistas. Ganar gusta siempre, pero hacerlo de manera tan hegemónica, con un reconocimiento y una admiración universales, le da prestigio al fútbol español. Ese que se nos fue marchitando poco a poco en la última década.
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