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Los países anfitriones normalmente se crecen y nos deleitan con unas performances mejoradas en los Mundiales que organizan. Acordaros de la Corea del Sur semifinalista en 2002, o del primer torneo celebrado en África en 2010, donde Ghana estuvo cerca de llegar a las semifinales. Rusia llegó a cuartos en 2018, Estados Unidos se clasificó para octavos cayendo contra el campeón Brasil en 1994 e Inglaterra alcanzó la gloria contra Alemania en 1966. Los milagros son muy raros y lo de Qatar no había por dónde cogerlo. Un 23% de todas las Copas del Mundo, ha sido ganadas por el anfitrión, aunque ninguna desde Francia en el 98.

Ahora, en la primera Copa del Mundo celebrada en Oriente Medio, un equipo árabe, del norte de África, Marruecos, lo vuelve a demostrar, no es el anfitrión pero la fuerza de representar no solo a un continente sino como dicen Walid Regragui y sus futbolistas a todo el mundo árabe repartido por todo el planeta, les ha empujado hacia las semis y de alguna manera han podido vengar a la Camerún del 90 por el aquel gol de Lineker, a la Senegal del 2002 por el gol de Turquía en el último minuto del descuento y a la Ghana de 2010 por la mano de Luis Suárez y la pregunta es: ¿Hasta dónde puede llevarles ese orgullo? Ya han hecho historia y de sobra. La semifinal contra Francia que tanto anhelaba Regragui debería ser el límite. Vencer a supuestas grandes como España, Portugal y Bélgica ha tenido un alto precio, tanto en lesiones como en sanciones. Francia, actual campeón, y con posibilidades de ser el primer equipo después de Brasil en 1962, en quedarse de nuevo con la Copa del Mundo, es un rival que supera con diferencia a todo lo que se ha enfrentado hasta ahora. Eso sí, Marruecos todavía no ha encajado un gol de un contrario y Francia y su sangre fría sufrió demasiado contra Inglaterra. Además, Marruecos ya ha demostrado que es una selección que se comporta como un equipo, no tiene nada que perder y que con su garra e inspiración puede vencer a cualquiera.

¿Os imagináis una final Croacia-Marruecos? Dos Underdogs que compartieron grupo en la final. Eso sí que sería una buena historia. Mucho final de ciclo de generaciones doradas, terapia colectiva para los jugadores y en el caso de los villanos, los árbitros y los entrenadores, un buen derramamiento de sangre como se hacía antiguamente.