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Temblores de leyenda

Carlos Alcaraz achacó a los nervios, a la tensión autoimpuesta, a la presión de jugar contra un mito, esos inoportunos calambres que le bloquearon en la semifinal del viernes ante Novak Djokovic. Mientras masticaba sus argumentos recordé otra semifinal de Roland Garros, el año pasado, en la que Alexander Zverev se rompió en su partido frente a Rafa Nadal. Otra leyenda. La grave lesión de Zverev fue aparentemente diferente, porque vino por una torcedura, por un mal apoyo; mientras que la de Alcaraz ha sido por la aparición de rampas que se apoderaron de su cuerpo. Son distintas, sí, pero en el fondo vinieron provocadas por la misma situación: tener enfrente a un grande de la historia en un escenario ilustre. En aquel partido, el alemán estaba desplegando su mejor juego ante Nadal, con la sensación incluso de que podía voltear el marcador. Pero ganar a Rafa en París son palabras mayores, que obligan a rebasar las barreras habituales.

Esos límites pueden ser físicos, como le ocurrió a Sascha, o mentales, como le pasó a Carlitos cuando se vio ante Djokovic. El español tiene juego de sobra para plantarle cara a cualquiera. De hecho, a Nole ya le batió en Madrid en 2022. Pero cuando retas a un mito, en este caso a un campeón de 22 Grand Slams, que este domingo pueden ser 23, no sólo entra en litigio la raqueta.

Alcaraz aprenderá a controlar esos otros factores. Es más, con el tiempo será él quien imponga esa tensión. Stefanos Tsitsipas ya la padece. Hoy, en la final, Casper Ruud puede tener sentimientos similares ante Djokovic, igual que le pasó hace un año ante Nadal. El desenlace dependerá mucho de su capacidad para domar esa intimidación del más laureado de la historia. Ruud ha hecho un gran torneo, pero alzar el trofeo ante Nole es un desafío mayúsculo. A su favor, al menos, juega una cosa: ha pasado antes por aquí. Es su tercera final de Grand Slam. Y ya conoce ese temblor.