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Irreconocible. Hace cinco meses, el Madrid coronaba el Everest del fútbol con una Champions maravillosa y académica, plagada de postales inolvidables (los penaltis del Etihad, el doblete de Joselu al Bayern, el golazo de Carvajal de cabeza en Wembley...). Un Madrid que llenaba los telediarios de todo el planeta, convencidos de que ese gen ganador de esta camiseta los convierte en una especie de seres superiores con la pelota en los pies. Un Madrid admirable que competía con orgullo, que mordía en cada balón dividido, que celebraba los goles como una familia, donde titulares y suplentes se repartían los egos con un equilibrio que evitaba fisuras en el vestuario. Todos remaban en la misma dirección y se notaba en la brillante cuenta de resultados: Champions, Liga y Supercopa de España. Pero cinco meses después el Madrid es una sombra borrosa, sin energía, presionando sin orden y sin sentido solidario entre líneas, con un crack mundial que no da con la tecla de su prestigio (Mbappé), con un Balón de Oro destronado que sigue afectado por la afrenta de París, con un Bellingham que no se acerca ni de lejos al jugadorazo que nos enamoró el curso pasado al ritmo de los Beatles y con una sala de máquinas llena de grietas. Vean a Tchouameni...

Mal el 14. El francés luce el mismo dorsal del mítico Casemiro, al que suplió hace tres temporadas por el módico precio de 80 millones de euros. Justo lo que habíamos recaudado por el brasileño. En su primer año dejó algunas dudas, pero más o menos cumplió. En su segunda entrega, ni fu ni fa. Y en este tercer acto directamente se ha venido abajo. Involucrado directamente en los dos primeros goles del sorprendente Milan de Fonseca, que sacó los colores a un rival que lleva diez días tendido en la lona. Encajar siete goles en dos partidos seguidos en el Bernabéu no lo habían visto nunca mis blancos ojos. Frustrante la debilidad defensiva del vigente campeón. Y no me consuela ver también de capa caída al City de Guardiola y al Bayer Leverkusen de Xabi Alonso. De momento somos el 17º de la clasificación, mientras veo por arriba al Sporting de Portugal, al Mónaco y al Brest. Algo está pasando en el fútbol europeo y se me escapa de las manos.

Amunt Valencia. Lo mejor de la triste velada fue el sentido y ejemplar homenaje de la afición del Bernabéu a toda esa buena gente de Valencia que sufre una pesadilla que nos tiene noqueados. La pancarta ‘Todos somos Valencia’, la bandera gigante de la senyera y el minuto de silencio con el himno de la Comunidad de Valencia. Impecable. Hoy ha sido un día complicado para todos, pero lo importante es que las víctimas de la tragedia han sentido el aliento de todos los españoles (“el pueblo siempre salva al pueblo”). En este momento me acuerdo de Natan, de Benetússer, que ha perdido a varios amigos con la riada y ve cómo sus niñas pequeñas lloran porque el agua se ha llevado los dos balones firmados por los jugadores del Real Madrid. Y no me olvido de admirado Manuel Mestre, presidente de la Peña Eurodís de Picanya. Su casa estaba al lado del puente que sucumbió arrastrado por la fuerza del agua asesina. Se ha quedado sin hogar y los recuerdos de toda una vida sólo están en su blanco corazón. Tiene que empezar de cero. No le queda nada. Bueno, sí. La solidaridad de sus múltiples amigos, esos peñistas de Honrubia y de San Clemente que estos días le han dado todo lo necesario, además del cariño, para poder iniciar una nueva vida. ¡Qué grande es España!

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