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Sacchi, Baresi, Maldini...

Hubo un momento en el que resultaron insoportables. Era el Milan de Arrigo Sacchi, empeñado en esterilizar los ataques del equipo rival con una defensa adelantada que reducía el campo a 20 metros. Una gran conquista de la pizarra y una gran derrota para el fútbol de verdad. La Quinta del Buitre se quedó sin su merecida Copa de Europa por culpa de estos osados rossoneri, liderados atrás por un mariscal de campo como Franco Baresi y un avión en la izquierda que parecía sacado de una agencia de modelos (Paolo Maldini). Y tres holandeses empeñados en hacer del fútbol el séptimo arte: Rijkaard, Gullit y Van Basten. Durante dos años seguidos me amargaron la vida, como a todos los madridistas. No había manera de encontrarles el punto débil. Míchel, Butragueño y Hugo acababan desesperados ante la madeja táctica de Sacchi. Insisto: insoportables.

Tampoco me olvido de sus obreros más cualificados. Ancelotti le metió el primero a Buyo de aquella manita de San Siro que desangró nuestro orgullo vikingo. Esa máquina sin sentimientos tocó el cielo en 1994, al enchufarle un glorioso 4-0 al Barça de Cruyff, desnudando las limitaciones de ese Dream Team que aquí ganaba las ligas sin merecerlo: las dos de Tenerife (García de Loza y Gracia Redondo saben de lo que hablo) y el penalti fallado por Djukic con el Depor. Esa gran victoria en Atenas ante los azulgrana obligó a mis amigos culés a guardarse para siempre las camisetas del Milan que lucían en los veranos de finales de los 80 para chotearse de nosotros. Se arrepintieron. El Milan pasó a ser un club amigo. Nos invitaron a su Centenario en San Siro, que resolvimos con una manita imperial (1-5) en el partido en el que Guti enamoró para los restos a Berlusconi, sentando cátedra con su dominio de la escena. Vuelven al Bernabéu muchos años después y se mantienen por detrás en el ranking europeo (15-7). Máximo respeto.

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