Resistencia, revuelta y harakiri
Desafió el Espanyol las leyes de la lógica en el Bernabéu, aunque al final cayó el castigo una vez más por su propio peso. 28 años sin ganar, 12 sin siquiera puntuar. Resistió los arreones del Real Madrid en la primera parte, emulando la entereza que le llevó al empate sin goles en el Metropolitano. Se avanzó en la reanudación, justo cuando los blancos suelen imponer su superioridad. Forzó Jofre algo tan inaudito como la pifia de Courtois. Y llegó a reinar un 0-1 mientras las estadísticas reflejaban nueve tiros a puerta de los Mbappé, Bellingham, Güler y cía, y sus consiguientes paradas de Joan García, por ninguno perico. Ni el gol.
Habían pasado los de Manolo González, cuyo planteamiento estaba saliendo a pedir de boca al borde de la hora de partido, de la resistencia a la revuelta. La hazaña parecía posible. Pero, aun siendo interminable la pólvora del Madrid, e inmediata la entrada de Vinicius tras el 0-1, más que nunca se puede atribuir la remontada a deméritos individuales, a errores groseros, que a aciertos blancos o a un plan de partido desencaminado. Carlos Romero, que a punto había estado de marcar en un chut desde la frontal, regaló el primero y el penalti con el que se cerraría el 4-1. El anterior lo había concedido Aguado, nada más entrar, en una incomprensible pérdida. El Espanyol falló, pero compitió. Eso no da para puntuar en el Bernabéu, pero debe dar para salvarse, el objetivo real.