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Repentinos nubarrones en el Madrid

No hubo color en el Metropolitano, donde el Atlético jugó como quiso y el Real Madrid se olvidó de jugar. Se enredó en una maraña de problemas, a partir de una alineación que desde fuera sonaba mal. En el campo, tampoco funcionó. Ancelotti alineó una multitud de centrocampistas, prescindió de un delantero convencional y se sintió obligado a modificar esquemas, cambiar jugadores y buscar soluciones a un partido que al Madrid se le escapó desde el comienzo.

Se sabe que la percepción juega un papel crucial en el fútbol, cuya naturaleza cambiante produjo un derbi paradójico. El Atlético llegaba apretado por los resultados y la mala impresión que dejó en Mestalla. El Madrid había comenzado la temporada a todo trapo: seis partidos, seis victorias. En la mayoría de ellos había dejado datos preocupantes, la mayoría de ellos en el capítulo defensivo. Recibía goles tempranos y se veía obligado a remontar, pero finalmente imponía su ley. En cuestiones clasificatorias, el partido significaba una final para el Atlético. Una derrota le colocaba a 11 puntos del Madrid, con un partido menos, y nada fácil: contra el Sevilla.

Hora y media después, la percepción alrededor de los dos equipos fue radicalmente contraria. El Atlético ganó con autoridad y las ideas claras. No se salió de su guion en ningún momento. Funcionó en todos los aspectos, hasta el punto de procurar un partido tranquilo a Oblak. La defensa se encargó de desbaratar los ataques del Madrid, que terminó por recurrir a los tiros de media distancia, uno de ellos con éxito. El derechazo de Kroos varió el signo del encuentro durante los diez últimos minutos de la primera parte. El Real Madrid no aprovechó el desconcierto del Atlético. Cuando regresó del descanso, recibió el tercer gol. El partido regresó a su estado anterior.

Los tres goles fueron similares. Tres remates de cabeza sin oposición. Pasarán factura al crédito de Alaba, jugador de gran clase, pero no central por naturaleza. Rüdiger sí nació para central, pero le falta la clase de su compañero y tiende a dispersarse. Fracasaron los dos en una noche en la que nadie del Real Madrid destacó. Algún apunte de Brahim Díaz cuando Ancelotti recurrió al 4-3-3 y nada más.

Ese 4-3-3 tuvo más sentido que el dibujo inicial de Ancelotti, vista la respuesta de sus jugadores a las incomodidades que le planteó el Atlético con sus tres centrales y dos carrileros, Nahuel Molina y Samuel Lino, que atormentaron a la defensa madridista. Tanto Fran García como Lucas Vázquez se vieron numerosas veces en tierra de nadie, con alguien volando a su espalda.

Si en el Madrid fue imposible elegir a un destacado, en el Atlético sobraron los aspirantes. Esa diferencia tan acusada explicó el derbi. El Metropolitano vibró con los goles de Morata, las incursiones de Lino, la astucia de Griezmann, el redescubrimiento de Saúl y la eficacia de sus centrales. En hora y media se pasó de la sospecha al éxtasis. Atrás quedaron los nubarrones y regresó el optimismo. Dicen que estos cambios de humor son propios del Atlético, pero lo son del fútbol.

Pregúntenle al Real Madrid, abrumado por las críticas y los interrogantes. Venía de navegar por un plato de mar y de repente se ha abocado a una borrasca. Se cuestiona a los centrales, se ruega por el pronto retorno de Carvajal, no está claro quién es el titular en el lateral izquierdo, no olviden a Camavinga cuando lleguen los partidos de alto voltaje, se debate sobre jóvenes y veteranos en el medio campo, se discute el sistema, de alguna manera condicionado por la posición de Bellingham en la punta del rombo, preocupa el rendimiento de Rodrygo y se anhela la vuelta de Vinicius. Por cada partido que no juega, su importancia crece.