Qué poco duró la alegría
La alegría de Rafa Nadal ha durado apenas una semana, desde su debut en dobles con Marc López en Brisbane hasta el anuncio hoy de un nuevo parón por lesión. Entre medias jugó tres individuales. Los dos primeros, sendas victorias ante Dominic Thiem y Jason Kubler, sirvieron para ilusionarnos con el regreso del Nadal de toda la vida, solo falto de rodaje. El tercero, su derrota ante Jordan Thompson, ratificó su nivel competitivo, pero nos devolvió una imagen que también es el Nadal de siempre, sobre todo el de los últimos tiempos, un jugador con un físico maltrecho que quiere y no puede, inmerso en una historia de nunca acabar. El cuerpo no le dio para afrontar un partido tan largo, en condiciones de dureza. Y volvió a romperse.
Nadal anunció que sufre “un microdesgarro en un músculo”, un diagnóstico menos grave del susto que nos acongojaba a todos desde el viernes, porque no está asociado a la operación que le tuvo al borde de la retirada del tenis el año pasado, pero que le va a impedir participar en el Open de Australia. Este es el 16º Grand Slam que se pierde por problemas de salud en su dilatada carrera, el tercero en Melbourne. Un triste destino que se acentúa con la edad. El balear ha comunicado la noticia de su baja en términos optimistas. No va a poder competir en la que posiblemente hubiera sido su última comparecencia en Australia, un torneo que ha ganado dos veces, pero todavía no se puede descartar su presencia firme en la temporada de tierra. Eso es lo que deseamos todos. Y en ese objetivo centramos las últimas esperanzas. Pero, sinceramente, con este nuevo frenazo es difícil no sentir que la vela se apaga con rapidez hacia un inevitable adiós. Nadal sigue teniendo tenis de sobra, lo hemos visto estos días, pero la carrocería no aguanta el ritmo. Ojalá estemos equivocados y solo haya tropezado con otra piedra en el camino. Rafa quiere transmitirlo así. A eso nos agarramos.
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