Promocionar es morir un poco
Ocho de la mañana. Sin un alma en la calle, un Seat Ibiza gris de cinco puertas con el culo abollado espera frente al semáforo. Esta escena ya la he contado en otras ocasiones y exige fijarse en el conductor. El idiota al volante merece un espacio en esta columna y mucho más teniendo en cuenta que andamos a 8 de junio y que la columna va de fútbol. Mientras espera la luz verde, se entretiene en golpear el salpicadero de su coche con ganas. Parece que quiere acompañar con su propia percusión algún ritmo tribal, alguna canción que aprendió cuando era joven. Y cuando acaba con el salpicadero la emprende a hostias contra el techo. Uno, dos, tres puñetazos y el caso es que su gesto más que rabia o frustración transmite felicidad. Abre la boca de par en par, como si estuviera cantando y riendo al mismo tiempo. ¿Qué le ocurre a este anormal? ¿Querríamos desayunar lo que él ha desayunado?
La respuesta es simple: fútbol y calendario. Es 18 de mayo de 2015 y el que conduce es Sergio Cortina, que hoy no ha puesto música en el coche mientras se dirige al curro, como hace cada mañana. No suenan los Undertones, no hay soul ni punk, ni siquiera un gritito estrambótico de los Pixies. Desde la semana pasada, en el Seat Ibiza gris de cinco puertas y abollado por el culo solo suenan las canciones que ha aprendido desde pequeño en el estadio. En breve el Oviedo se juega el ascenso a Segunda División en Cádiz, y ahí está el tío, maltratando el coche mientras cuenta los minutos para el gran día.
Da igual dónde y contra quién, antes de cada promoción el cuerpo y la mente del fanático se desligan. El cuerpo celebra pero el cerebro flota en un líquido que bien podría ser la destilación química de la ansiedad. Duermes pero no descansas y el día de partido los nervios te estrujan el estómago hasta dejarlo del revés. Haces demasiadas tonterías. Es insano. Calculo que por cada semana de promoción se pierde un mes de vida. Yo he sobrevivido a nueve promociones, lo que equivale a 24 meses perdidos. Doblaré la gorra dos antes de la cuenta por culpa del mágico sistema de ascensos y descensos del fútbol europeo. Pero eh, en estos tiempos de Superliga, hay que decir bien alto que prefiero morir así. Los que se jugaron la vida ayer y se la juegan hoy en el ascenso a Primera me entienden.