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¡Oh, capitán, mi capitán... para siempre!

Está tocando a su fin una carrera memorable y conmovedora. Raúl García era odiado en San Mamés. Sí, literalmente. Tampoco es algo extraño, amorfo, del planeta Marte que pudiera poner sobre la lupa Iker Jiménez. En la mitad de los campos españoles le pasaba. Su instinto ganador enardecía a la grada enemiga. Pero bastaron un par de ejercicios de su coraje perenne para ganarse a la platea. Nueve temporadas después, anuncia que cuelga las botas con un coro amigo en la Catedral que demuestra que tiene la gente en el bolsillo. Han sido 357 partidos como león. Tal vez el más importante lo vivió hace tres semanas en La Cartuja, con ese gol en la tanda de penaltis que supuso un granito de arena hacia el título, casi sin pestañear, porque el oficio de este titán es ganar. Pero realmente el momento más emotivo llegará en el 358, sí, en el de hoy, porque no es un día más. Es el del regreso a casa, bueno a un Metropolitano heredero de su antigua querida morada, el Calderón.

No es el único que vive días de nostalgia. Muniain también lo va dejando, en este caso el Athletic, un club que le recibió como niño prodigio y lo despide como un hombre con hijos y un hueco que va a ser difícil de rellenar. Sólo nos queda De Marcos. Y ojalá éste no se retire también. Él sí es titular indiscutible y puede haber suerte. Si no, le toca a Iñaki Williams coger el relevo. O Lekue o Simón. Mientras, honor y gloria para Rulo. ¡Oh, capitán, mi capitán... para siempre!

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