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No nos ganan desde 1988…

La vida ha cambiado.- Uno nació en tiempos donde a los alemanes se les veía como una de las grandes deidades del fútbol. Jugadores altos, rubios, espaldas kilométricas, chutadores implacables, enormes en el juego aéreo y tremendamente competitivos. Nos parecían casi inabordables. De hecho, en su Mundial, el de 1974, ni siquiera tuvimos hueco entre los invitados a la cita. Y lo ganó Alemania, lógicamente. A la Holanda de Cruyff, para más señas. Cuando nos tocó a nosotros jugar en casa, en el Mundial de 1982, aumentaron la herida al tumbarnos en un Bernabéu abarrotado de banderas españolas e ilusiones adolescentes. Littbarsky y Fischer nos dejaron hundidos y sin respuestas. Pero nuestra Selección fue creciendo, táctica y físicamente, y los germanos se fueron durmiendo en el recuerdo de sus tiempos de opulencia y conquistas.

En 1984 empezó a cambiar la moneda con el gol épico de Maceda a Schumacher en el último minuto, en la Eurocopa de Francia. Solo Platini nos apartó del título en la final de París. Y en 1988 llegó la última vez que nos mojaron la oreja en partido oficial. Fue en la Eurocopa disputada en territorio alemán. Los dos goles de Völler arrebataron los sueños a aquella España liderada por mi admirada Quinta del Buitre. Pero a partir de ahí se clausuró a Sala de los Horrores y abrimos la lata donde La Roja le ha comido la moral a los teutones.

Lo mejor empezó en la final de la Euro 2008, en Viena, con aquel golazo del Niño Torres que encumbró la obra de Luis Aragonés. Repetimos en 2010 en la semifinal de Sudáfrica, con el testarazo testosterónico de Puyol que puso en pie a 47 millones de españoles. Todavía nos quedaba una nueva barrida de nuestra España ante esa Alemania que ya balbucea cuando nos ve en el face to face. Fue un 6-0 imperial en La Cartuja, en los duros tiempos de la pandemia con las gradas vacías. Esa mágica noche sevillana convencimos a Toni Kroos de que ya no tenía sentido seguir siendo la brújula de un equipo que empezaba a ir a la deriva. Pues en Qatar no se ha roto la racha. Un empate que sabe a oro y los alemanes que siguen sin ganarnos un partido de verdad desde hace 34 años. Ya ha llovido lo suyo...

Mo-ra-ta-ta-ta.- En El Carrusel de la SER ya comenté que la entrada de Morata serviría para inquietar más a los centrales alemanes y comprobar que el madrileño está on fire. Va a ser su Mundial. A poco de entrar al campo en la segunda parte hizo una obra de arte al rematar con una calidad infinita un buen centro de Jordi Alba desde su costado favorito. Morata es un ‘9′ puro y con España se mueve como pez en el agua. Su golazo nos hizo creer que íbamos a mandar a los alemanes a su casa con vacaciones anticipadas. Pero, al final y al cabo, es Alemania. No lo olvidemos.

Turno para Unai Simón.- A pesar de que con su juego de pies vamos a acabar todos con arritmias cardiacas, tengo especial debilidad por el portero vitoriano. Bajo palos me recuerda cada vez más a Arconada. Se hace grande en el uno contra uno y vuela con la agilidad de un guepardo. Le sacó una mano a Musiala para enmarcar. Le sacó otro chutazo a Kimmich. Y en la última jugada del partido evitó la derrota achicando el espacio a Hofmann en un cara a cara que nos puso de los nervios. Para mí, es el mejor portero bajo palos del Mundial. Solo falta que se atreva a pegar un pelotazo en vez de arriesgar tanto en la salida de balón desde su guarida.

A por los ‘japos’.- Aunque nos valga el empate para meternos en octavos, nuestros chicos deben ir a ganar a los nipones para asegurar la primera plaza. Especular no me gusta, aunque resulte muy tentador...