No me fío de estos bávaros
El Bayern ya no es un dolor de muelas. Lo fue en los años 70 y 80, amargando más de una noche de mi infancia y mi adolescencia. Estos bávaros ni siquiera respetaban el majestuoso Trofeo Bernabéu. Años marcados por las fantasmadas de Maier y Kahn en su portería, los desplantes chulescos de Effenberg, el poderío de Matthäus y Rummenigge... Nos tenían un poco acomplejados, para qué engañarnos. Pero llegó el 2000 y de pronto irrumpió un díscolo que desconocía el significado de la palabra disciplina, llamado Nicolas Anelka. Después de un curso de barbecho salió al pasto para marcarle al Bayern dos goles determinantes en el Bernabéu (en la ida) y en el Olímpico (en la vuelta, a pase de Savio). Semanas después llegó la Octava con la goleada sublime al Valencia en Saint-Denis...
Mis hijos han crecido viendo cómo el Bayern sucumbe en nuestros cruces del Siglo XXI. Han visto los cabreos de Müller y Vidal, con ese complejo antimadridista que empequeñece a algunos futbolistas. En la era Cristiano los pusimos en su sitio varias veces. Ya no son el ogro alemán que nos devoraba como Saturno a sus hijos. Con todo, no me fío un pelo de estos tipos blindados por una autoestima férrea en Europa que merece un respeto. Estén como estén, siempre acaban cerca de la Orejona. Confiarse sería un error dramático. Pensemos que esta noche enfrente está el City...