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Nadie es perfecto

Tras el reciente anuncio de convocatoria de elecciones por parte de Florentino Pérez, vino a mi cabeza el breve mandato en el club blanco de Ramón Calderón. Aquel Madrid tuvo la ocurrencia de fichar en el mercado de invierno a Lass Diarra y a Huntelaar. El problema es que nadie sabía desde el club que solo se podía inscribir a uno de esos dos jugadores para la Champions puesto que ambos futbolistas habían participado esa misma campaña en la UEFA con sus anteriores equipos. Finalmente, pese a los recursos y las protestas desesperadas, terminaron envainándosela y escogiendo al francés en detrimento del neerlandés para disputar la competición continental. Pero todo aquel sainete dejó una profunda huella y acabó precipitando, junto a nanines y otras historias, el adiós a los pocos días en forma de dimisión de Ramón Calderón, quien venía de ganar dos ligas consecutivas en fútbol y de cosechar un sabroso doblete en forma de Copa ULEB y Liga ACB en la sección de baloncesto. Es decir, tampoco es que la parcela deportiva hubiera sido un erial. De hecho, se hicieron algunos fichajes interesantes con Mijatovic al mando y fue la última vez que se consiguieron dos ligas seguidas.

Pero lo que no se perdona bajo ningún concepto en un club grande es la cutrez. La improvisación. La chapuza. La dejadez de funciones. Por eso a Laporta le puede acabar pasando más factura lo de Dani Olmo que todo el caso Negreira junto. ¿Tener historias sucias con algunos árbitros bajo cuerda como parte de un entramado siniestro durante casi dos décadas? Bueno, nadie es perfecto, como decían en el final de Con faldas y a lo loco. El aficionado es así. Pero lo de no poder inscribir a un jugador recién fichado por pura ineptitud e incapacidad propia es algo que sí que no te perdonan los tuyos. Por eso Laporta se apresuró el otro día a salir rápido al corte, como Mascherano en sus mejores tiempos, en cuanto Raphinha deslizó una inconveniente verdad en la rueda de prensa previa de la Supercopa. Le secó en la misma banda como Chendo a Maradona. Porque sabe que hay mucho en juego. Entre otras cosas, su puesto. Nadie te manda un telegrama avisando de que está próximo el final. Simplemente sucede. Luego, años más tarde, ya conectas todos los puntos. “¿Cómo te arruinaste?”, le preguntaba Bill a Mike en Fiesta, de Hemingway. “De dos maneras. Primero gradualmente y luego de repente”.

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