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¡Mondo maravilloso!

Los Juegos Olímpicos son un compendio de momentos, que en algunos casos dejan recuerdos imborrables, de una magnitud mítica. Cuando termine esta edición de París asomarán en letras de oro los nombres del nadador francés Léon Marchand, la gimnasta estadounidense Simone Biles y el pertiguista sueco Mondo Duplantis, que ayer enloqueció el Stade France con el récord del mundo: 6,25 metros, un centímetro más que la anterior marca, registrada por él este mismo año y 30 centímetros mejor que el salto del segundo clasificado, el estadounidense Sam Kendricks.

Cuando Duplantis entra en acción el atletismo opera en otra esfera, en un futuro más lejano que cercano. Es un atleta incomparable. Nadie se le acerca. Su obsesión no es otra que celebrar una especialidad que devora sus pensamientos desde niño. Hijo de padre norteamericano y de madre sueca, adquirió su debilidad por la pértiga a una edad en la que los niños empiezan a caminar.

A su padre se le clavó una espina de la que nunca consiguió liberarse. Soñó con participar en los Juegos, pero no completó su sueño. Fue cuarto en las pruebas de selección del equipo estadounidense en los de Seúl 88. Su hijo Armand, apodado Mondo desde niño, ha transportado su sueño a un lugar insospechado.

Dirigido por su padre en Baton Rouge (Luisiana), Mondo Duplantis disfruta desde la infancia de un talento único para el salto con pértiga. Sus primeras experiencias con la garrocha (un crío de tres años en el carrejo que su padre había construido en el jardín trasero de su casa) se hicieron virales muy pronto. Cada año que transcurría, las proezas infantiles de Mondo adquirían un rango novedoso.

No ha sido el caso, bastante frecuente, por otra parte, del niño prodigio que termina frustrado por las presiones familiares o mediáticas. Con 16 años se le situaba como futuro campeón olímpico y probable sucesor del francés Renaud Lavillenie en el ranking de récords mundiales. Su pasión por la pértiga se acompañaba de la admiración por Lavillenie, el saltador que acabó con casi 30 años de hegemonía de Serguéi Bubka. En 1985, Bubka fue el primer saltador por encima de los seis metros. Nueve años después alcanzó su máxima altura: 6,14 metros. Marcas impensables para todos los pertiguistas, excepto para Lavillenie, que superó los 6,16 en 2014. Seis metros suponen, todavía hoy, una quimera para la mayoría de los mejores atletas. Quienes superan esa cota lo hacen tan excepcionalmente, que difícilmente repiten. En cambio, Duplantis vive cotidianamente por encima de seis metros.

Donde los demás terminan, Mondo empieza, algo anormal en el mundo de la gran competición. Las diferencias que estableció con sus rivales en su época infantil y juvenil las ha mantenido, cuando no aumentado, en el circuito profesional, defendiendo el pabellón sueco: su madre, escandinava, fue una atleta becada en la Universidad de Luisiana State. Conocedor del tajante modelo olímpico estadounidense, los tres primeros en las pruebas de selección acuden a los Juegos y los demás no encontrarán otra oportunidad en cuatro años, Mondo eligió bandera sueca, no sin reproches del sector más ultra estadounidense. En 2020 desplazó a Lavillenie de la cima del ranking mundial, con un salto de 6,17. Una semana después alcanzó los 6,18 metros. 20 días más tarde, 6,19. Tenía 20 años.

Campeón olímpico en Tokio, con las gradas vacías por la pandemia, en París se dio el caprichazo de reunir todas las coronas en un solo día: oro, récord olímpico y récord mundial en un estadio enfervorecido, que creyó en la proeza cuando la sesión vespertina había terminado media hora antes. Sólo quedaba en escena Mondo Duplantis. Derribó la varilla en sus dos primeros intentos, pero el récord estaba a su alcance. En el tercer intento, saltó, voló, giró sobre el listón y cayó sin tocarlo en el colchón. La Mondomanía ya está en marcha.

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