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Medio problema resuelto

Llegado a punto donde no se sabía qué preocupaba más, si la puntería de Mbappé o el modesto juego del equipo, se decidió que primero el francés y lo otro ya llegará, más pronto que tarde. Ha tardado 336 minutos en marcar su primer gol en el campeonato español. Tres partidos secos es cosa natural en el fútbol, aunque el tiempo corre más rápido para las verdaderas figuras que para los demás.

En su caso, no se ha llegado a cuestionar su valía como jugador, constatada año tras año desde su brillante irrupción en el Mónaco hace ocho temporadas. La realidad de Mbappé en los tres primeros partidos de Liga fue la de un jugador que quería hacer los deberes en un equipo que se hacía un poco el remolón. Después de una temporada sensacional, en circunstancias de gran debilidad por las lesiones que asolaron a la plantilla, el Madrid ha dado la impresión de tener menos prisa que Mbappé por imponer su dominio.

Esa ecuación se ha saldado, después del cuarto partido, con dos victorias y dos empates antes del stop internacional, ocho puntos sobre 12 posibles y cuatro menos que el Barça, menos sorprendente por el liderato que por lo categórico de su juego, espectacular desde la aparición en escena de Dani Olmo (segunda parte en Vallecas, partido entero contra el Valladolid).

En la larga carrera que es la Liga, las tensiones surgen pronto y cuestan dominarlas. El Madrid, favorito indiscutible al título, ha comenzado el campeonato entre desajustes, señalados públicamente por Ancelotti. Contra el Betis, se detectó por vez primera la tremenda importancia que puede alcanzar un partido a estas iniciales alturas del campeonato.

El Betis es un buen equipo que, por desgracia, se obliga por cuestiones económicas a perder a sus mejores jugadores temporada tras temporada. En los últimos años han abandonada el club Fabián, Canales, Álex Moreno y Guido Rodríguez, entre otros estupendos futbolistas del muestrario bético. El último ha sido Fekir, jugador diferencial, hecho a la medida del Betis, con duende y una cierta tendencia a la inestabilidad.

A Pellegrini le toca, una vez más, reconstruir este equipo, que no es un cualquiera. El seguimiento de su hinchada es masivo y las expectativas siempre son altas. Pellegrini nunca entra en pánico. Cada año modela la plantilla, encuentra jugadores que se adaptan como un guante a su manera de entender el juego y, poco a poco, el Betis comienza a encontrar su golpe de pedal. Es un equipo todavía en temprana fase de construcción, pero difícil de superar.

El Madrid tenía que manejar dos alternativas: la victoria y continuar a cuatro puntos del Barça o ceder dos o tres puntos en el Bernabéu, alternativa dantesca por tempranas que sean las fechas. Atravesó sin gloria por el primer tiempo, con un traqueteo lento del balón, un par de deslumbrantes destellos de Mbappé y escasa energía, salvo la de Militao y Rüdiger, en las tareas defensivas. El Betis no le propuso un partido feote. Jugó con elegancia y buscó la portería de Courtois, pero sin uña en el área.

Ancelotti había dicho que, detectado el problema, o sea, el equilibrio, la solución era sencilla. Probó con Ceballos y la respuesta fue deficiente, así que ordenó el ingreso de Brahim, un hiperactivo que entra en los partidos para agitarlos, y a Fran García, que parecía un león hambriento en comparación a Mendy. El resto quedó para Mbappé y sus dos goles: una sensacional conexión con Valverde -imponente una vez más- y el penalti que amablemente le cedió Vinicius. Suficiente para solucionar un problema. El otro, el de la armonía en el juego, queda por resolver.

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