Lo de Bordalás también es fútbol, papá

Bordalás no le ha ganado nunca al Madrid, ni con el Valencia ni con el Getafe, en quince duelos. Le arrancó dos empates a Zidane y con su amigo Ancelotti perdió las siete veces en que se encontraron. Sin embargo, la aritmética y las sensaciones caminan por rutas diferentes. Ni al Madrid ni a nadie le apetecen los partidos frente a su Getafe, casi todos de masticar tornillos. Antes de cada uno de esos duelos vuelve a la mesa el debate de qué es jugar bien. Para Bordalás es, digan lo que digan, competir siempre con lo que se tiene, que en su caso generalmente es poco. Alderete, Uche, Greenwood o Enes Ünal están entre los últimos que perdió.

Habrá de admitir Bordalás parte de la leyenda que le persigue. El año anterior a su llegada al Valencia, el equipo era decimosexto en el ranking de faltas cometidas. Él lo puso el primero. En el fútbol la intensidad es interpretable. Iguala fuerzas para quien la practica con éxito; quiebra los principios del fútbol y de las buenas maneras para quien la padece. En cualquier caso, habrá que convenir que este juego no es monocolor, que admite a todos, y ahí está su gracia. “Seguro que si estuviera en mi banquillo, su equipo no jugaría como lo hace”, respondió una vez tras una crítica de Xavi. Nadie podrá desmentirle.

Bordalás tenía 53 años cuando debutó en Primera. Había entrenado ya durante 25 temporadas y a once equipos. Su caso es común: jugador modesto al que le sacan del fútbol las lesiones y le devuelven a él los banquillos. Llevó al Alavés a la máxima categoría y no le renovaron. En el Getafe ha traído un modelo fiable. Argumenta que no es defensivo, que sus equipos presionan tan arriba como los grandes (le tiran menos que al Madrid) y que Cruyff es su espejo. Un día este le dijo: “No serás un buen entrenador sin buenos jugadores”. Y como no siempre se los dan, tira por otro camino, quizá con peores vistas, pero lo suyo también es fútbol, papá.

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