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Las lecciones que enseña ‘papá Luka’

Modric es un futbolista contracultural. Si el fútbol viene desde hace una década siendo cada vez más veloz y físico, el croata ganó el Balón de Oro en 2018 con inteligencia, toque y una estatura más mediterránea que balcánica. Que Cristiano puso de moda la violencia de su particular folha seca, pues Luka recuperó el arte del centro con el exterior, con tres deditos. Si otros llaman a Arabia para rascar un megacontrato, él les dice que gracias, pero que la Liga saudí no mola. Si hay futbolistas hastiados de un deporte que les enriquece pero no enamora, como Bale, retirado con 33 años, o Hazard, por fin liberado (lo dice él mismo) para darle a la cerveza, Modric sigue escribiéndole cartas de amor al fútbol. Honrándolo como mejor sabe: exprimiéndose hasta que no haya zumo.

Lo admitía el propio 10 en una entrevista en su país, hace unos días. Quería seguir en el Madrid, pero por no caridad o marketing para estirar su estatus de leyenda: “Mi única condición fue que me trataran como un futbolista competitivo, no por méritos del pasado”. Pese a su apariencia afable, tiene fuego en las venas. No acepta un papel de profesor de Bellingham, Tchouameni, Camavinga o Nico Paz. Ansía jugar. La mejor lección que pueden aprender los polluelos es ver al águila en acción, no disecada en un banquillo.

Ésa es la lección que papá Luka, como le llama cariñosamente Rodrygo, enseña a diario en Valdebebas. Si quieres mi puesto, arrebátamelo. También es una enseñanza para el Madrid. Los veteranos son necesarios. Es otra moraleja que se puede extraer de esa enorme serie que es The Bear, ese microcosmos encerrado en una cocina de Chicago. Para que haya chefs rockstars como Carm o encaje la juventud inconformista de Sydney, es necesario el esfuerzo en la sombra de Tina y Ebra, que parecen de vuelta de todo pero tienen mucho por dar. Como Modric.