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La tormenta perfecta

Se reunieron en el Bernabéu las condiciones que caracterizan a una tormenta perfecta, fenómeno que tantas veces planea sobre el fútbol, pero que difícilmente ocurre. En ocasiones, requiere un elemento de gran sorpresa. En el caso del Real Madrid-Almería, se anticipaba el partido más cómodo de la temporada, disputado por el segundo del campeonato, que sólo había perdido un partido, y el último de la clasificación, que no había ganado ninguno. Sin duda, esta abismal diferencia invitó a una decisión burocrática: la elección del árbitro. Se eligió a uno que debutaba en el Bernabéu. Nada malo podía ocurrirle en una situación tan sencilla de manejar.

Se decidió también que convenía tutelar al debutante, Hernández Maeso, para más señas, con un árbitro veterano, en este caso el canario Hernández Hernández, 41 años, más que curtido en los avatares del fútbol, destinado al mando del Real Madrid-Almería desde los controles de la cápsula VAR instalada en las oficinas de la Federación Española, en Las Rozas (Madrid).

Si al árbitro le podían inquietar los nervios del debut en un estadio que impresiona a cualquiera, sobre el piloto del VAR pesaban las desagradables censuras que Real Madrid TV, órgano oficial del club, le ha dedicado en los últimos años, aunque en el capítulo de los cachiporrazos no había sido, ni mucho menos, el único en recibirlos. Numerosos árbitros (Martínez Munuera, Iglesias Villanueva, etc.) figuran en la lista de denunciados por RMTV en vísperas de los partidos que juega el Real Madrid. Denunciados no por incompetentes, sino por la perversa conducta que se les atribuye, en contra del Madrid, por supuesto.

Contra Hernández Hernández se presentó una prueba irrefutable de sus ladinas intenciones. “¿Por qué nunca señala penalti de los rivales del Real Madrid?” Para contestarse a esa pregunta, Real Madrid TV escarbó bien profundo hasta encontrar una entrevista en La Voz de Lanzarote, efectuada el 11 de junio de 1994, cuando el hoy conocido árbitro contaba 11 años y dirigía su primer partido en la categoría de benjamines.

“Sí claro, el Barcelona”, contestó cuando el entrevistador le preguntó por su equipo favorito. “Me gustan Romario y Laudrup”, añadió para referirse a sus jugadores predilectos. De aquella entrevista a un crío en el periódico local de Arrecife, efectuada hace 30 años, cuando a España la entrenaba Clemente, Cañizares era el sustituto designado para sustituir a Zubizarreta en el primer partido del Mundial de Estados Unidos y no existía Internet, en Real Madrid TV se consideró que era más que suficiente para justificar su desdén al equipo, salpimentando aquí y allá con imágenes de decisiones que se consideraban injustificables y sospechosas. “O quizá haya algo más que lleve a Hernández Hernández a perjudicar clara y constantemente al Real Madrid”.

Contra pronóstico, el más fácil de los partidos derivó en tempestad. El Almería se adelantó con dos goles, colocó al Real Madrid en una situación impensable y le exigió un trabajo extenuante en el segundo tiempo. Fue una tarde que explicó la misteriosa complejidad del fútbol y el perverso impacto del VAR. Lejos de aclarar las cosas, las enreda con su feroz intrusismo, los cambios constantes de reglas y el afán de protagonismo de la creciente industria arbitral, al amparo de una visión extravagante de la tecnología, que pretende convertir el fútbol en un videojuego y a los árbitros en tripulantes de una misión de la NASA.

Con qué satisfacción se le escuchaba a Hernández Hernández pronunciar palabras como behind, loop o slow cam al oído del debutante tutelado, que cambiaba una tras otra sus decisiones en el partido, aunque en algunas de ellas no quedó nada claro las razones de la intervención del VAR, que desde el primer día se extralimita en sus funciones. Llegó con una premisa: informar sobre lo indiscutible. Tardó un minuto en apoderarse del juego, llenarlo de confusión, alimentar el ego de los árbitros y elevarlos a la categoría de estrellas del rock. ¿Una muestra? El Real Madrid-Almería y las secuelas que deja.

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