La Selección y su ópera flotante
Un estado mágico del fútbol, raro y generalmente breve, por tanto, es el de los equipos que alcanzan algo parecido a la perfección y la transmiten sin aparente esfuerzo, con una fluidez tan ágil y liviana que invita más a la admiración que al entusiasmo. Se relaciona más con la belleza de las grandes artes que con el esfuerzo, por productivo que sea, que el fútbol requiere. En ese punto tan significativo se encuentra la Selección española, que ha aprovechado el impulso de su éxito en la Eurocopa para mantener o elevar su excelencia, sin reparar en las circunstancias –lesiones, saciedad y divergencias internas– que suelen devolver a las fatigas terrenales.
Los aficionados españoles reconocieron esos felices y transitorios momentos en la Selección que ganó dos Eurocopas y un Mundial, no por lo que lograron en las grandes competiciones, conquistadas con tremendas dificultades en Sudáfrica 2010 y durante la Eurocopa 2012, cuyo recorrido incluyó empates, victorias con juego discreto y, en el caso de la semifinal contra Portugal, en la tanda de penaltis, después de un partido caracterizado por el sufrimiento. La final sí alcanzó un inolvidable grado de elegancia y belleza. Cuatro goles a Italia, Buffon en la portería y Casillas rogando al árbitro que no añadiera más tiempo al partido. El círculo de la perfección estaba cerrado y todo lo demás significaría grosería y abuso.
En aquel periodo de cuatro años, España dejó exhibiciones memorables de sus sutiles centrocampistas, de todo el equipo en general, reconocidos en todo el universo del fútbol, días en los que Busquets, Alonso, Xavi, Iniesta, Silva, Cazorla y Fábregas fascinaban por su capacidad para tejer hilos invisibles para sus rivales. Algo parecido ocurre con un equipo que llegó sin mayores expectativas a la Eurocopa 2024, se encontró por el camino a Italia, Alemania, Francia e Inglaterra y derrotó a todas. Funcionó como un gran equipo (competitivo, laborioso, disciplinado y astuto) y como instigador de fútbol atractivo, de una belleza innegable en varios momentos de los partidos y de una belleza total en la victoria sobre Italia en la primera fase.
España atraviesa un ciclo parecido. Nadie sabe si acabará pronto o tarde, si se cerrará bruscamente o sufrirá un paulatino declive, si alcanzará a llegar al Mundial 2026 con el viento en las velas. El fútbol se guarda toda clase de misterios. Se relaciona con el futuro de modos insospechados, así que merece la pena disfrutar de una selección que, en términos objetivos, se ha abocado a dificultades que parecían no tener respuesta.
Ausentes cinco nominados al Balón de Oro (Rodri, Lamine, Olmo, Carvajal y Nico Williams), además del central Le Normand, la Selección se enfrentó a Serbia sin extremos naturales, déficit gravísimo en un equipo había hecho de esa posición la clave de su éxito en la Eurocopa. Contra Serbia, De la Fuente utilizó a sus dos laterales, Pedro Porro y Marc Cucurella, como fuente de verticalidad en el ataque. Los dos salieron con nota del partido, pero lo más notable fue el efecto de lo que se podría calificar como ópera flotante en el juego, interpretada por Zubimendi, Fabián, Mikel Merino, Baena, Oyarzábal y, en el segundo tiempo, Pedri.
Fue un hermoso ejercicio de precisas rotaciones en el campo, elegantes maniobras y sintonía perfecta, sin la menor crispación, la clase de fútbol que cautiva porque desprende el aroma del arte.
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