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La revolución del balonmano

Noruega se proclamó el pasado domingo campeona de Europa de balonmano por tercera vez consecutiva para un total de diez títulos. Imparables. Para esa fecha, la Selección española llevaba ya 13 días eliminada, tras quedar apeada en la primera fase. Es curioso, porque a pesar de esta caída prematura, y de su balance de dos derrotas y una victoria, las sensaciones que dejaron las Guerreras fueron buenas. Entre otras cosas, porque se venía de unos catastróficos Juegos, donde el equipo tocó fondo. Hables con quien hables ahora del entorno, todos apuntan a un prometedor futuro. Lo dijo, por ejemplo, una veterana como Carmen Campos: “He vuelto muy satisfecha”. O el propio Paco Blázquez, el presidente de la Federación, que recuerda que en el remozado equipo que participó en el Europeo había ocho jugadoras debutantes en grandes campeonatos, cuatro de ellas todavía en categoría júnior. España destacó ante Portugal, compitió bien ante Francia, una potencia a la que había ganado días antes en un amistoso y que luego llegó a semifinales, y terminó perdiendo ante Polonia en el choque decisivo, que dejó en evidencia la falta de experiencia.

El balonmano español, igual que el baloncesto, ha iniciado un proceso de rejuvenecimiento en el nuevo ciclo olímpico que no tiene que dar los frutos ahora, sino en citas venideras, con la mirada en Los Ángeles 2028 o incluso en Brisbane 2032. La convocatoria de los Hispanos para el Mundial de enero apunta a una revolución similar, y eso que ellos sí triunfaron en París 2024 con un bronce. Jordi Ribera ha llamado a cinco jugadores en edad júnior, de los cuales dos son debutantes con el primer equipo, Ian Barrufet y Ferrán Castillo, y tres ya han vestido de rojo, Víctor Romero y los hermanos Cikusa. Hay un claro plan estratégico para reconstruir las Selecciones. Es el momento.

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