La otra vida de Nadal
Hace 31 años, Pedro Delgado, entonces un ídolo de masas, escribió el guion de su retirada del ciclismo, de la que fui testigo directo en una buena parte. Durante la temporada 1993, cada carrera en la que participaba era la última. Entre ellas, la Vuelta a España, que había ganado dos veces, donde intentó un último baile, que culminó en el tercer peldaño del podio. El Tour de Francia quedó descartado, demasiada exigencia para saborearlo. Perico se planteó cada carrera como un homenaje. Y los organizadores, también. Confieso que cuando Rafa Nadal anunció el año pasado que 2024 iba a ser el último, me imaginé algo similar. Un desfile por todos sus torneos importantes con su merecido tributo. Lamento haberme equivocado.
Dos condicionantes están convirtiendo el final de Nadal en algo diferente. El primero, que Rafa nunca pronunció la palabra “último” con rotundidad, siempre dejó una puerta abierta a la continuidad. Y el segundo, que su caso depende demasiado del físico. Es más, Nadal no se retira porque quiera, como sí hizo Delgado, o hicieron tantos otros, aún con cierto nivel competitivo. El balear lo deja porque su cuerpo le obliga, porque, como dijo el martes tras su eliminación, “lleva tiempo enviando señales”. Esa es la razón de que Rafa no haya podido darse un baño de homenajes ‘a lo Perico’. Se perdió Australia, que había ganado dos veces; se perdió Indian Wells, donde reinó en tres ocasiones; se perdió Montecarlo, donde ostenta el récord con once títulos… Y es posible que se pierda más cosas. De hecho, aún no sabe si comparecerá en su icónico Roland Garros. Al menos, su cuerpo le ha dado una tregua para despedirse de Barcelona y Madrid, las dos plazas más relevantes del tenis español. El homenaje de la capital fue especialmente emotivo. Cuando se desplegó el ‘Gracias, Rafa’, con imágenes de sus cinco coronas, el campeón exclamó: “¡Me parece otra vida!”. Lo fue.