La lesión de Gavi y su metáfora
La grave lesión de Gavi forma parte del doloroso paisaje del fútbol, un deporte de alto riesgo que exige saltar, chocar, girar, correr, esprintar, cabecear y detectar al instante la manera más adecuada de someter una esfera rebelde. Raro es el partido, cuando no el entrenamiento, que no produce nombres en el parte de bajas y rara es la trayectoria de un futbolista sin consecuencias visibles, a corto plazo algunas, a medio y largo plazo la mayoría, derivadas de lesiones de todo tipo: traumáticas, musculares, psicológicas y neuronales (según los estudios más recientes, avalados por la comunidad científica, el porcentaje de exfutbolistas afectados por la demencia y otras enfermedades neurodegenerativas es cuatro veces superior a las cifras normales en el común de la población).
En el caso de Gavi, que sufre una lesión de ligamentos cruzados en la rodilla y probablemente no regresará hasta la próxima temporada, se ha asistido a una especie de tormenta perfecta que afecta a todos los estratos del fútbol. Se trata de un jugador muy joven (19 años), titular indiscutible en el Barça y en la Selección española, reconocido en el mundo como uno de los mejores de su generación y máximo representante del modelo de futbolista que derrocha energía, desprende valor y se diría que no conoce el miedo. En definitiva, un jugador admirable, instalado en la élite del fútbol, integrado en un sistema voraz que exprime hasta la última gota del calendario y exige de los futbolistas un desgaste feroz, reñido con las más elementales reglas del descanso y la salud.
A cambio de participar de buen grado en una industria definida por la codicia, los jugadores ingresan en un modelo empeñado en construir una enloquecida espiral económica, fomentada por un mercado salvaje alimentado por la hipocresía de sus principales dirigentes, entregados al despilfarro y al engorde de la burbuja mientras lloran con lágrimas de cocodrilo por la ruina que aqueja al fútbol.
La lesión de Gavi tiene consecuencias reales –varios meses de ausencia y un fuerte impacto tanto en el Barça como en la Selección–, pero también es una metáfora de la época que atraviesa el fútbol. A través de la desgracia que sufre el jugador, se ha criticado al médico de la Selección, al seleccionador por alinearle en dos partidos consecutivos –Le Normand también fue titular contra Chipre y Escocia– y a la UEFA por disponer de cuatro ventanas, con dos partidos internacionales cada una, en el calendario de la temporada. Son las consecuencias de la doble gestión del fútbol, donde los clubes, y sobre todo sus grandes portaviones, chocan con la UEFA y la FIFA, según el momento y los intereses que convengan a cada parte.
No hay espacio en el bestial tinglado que se ha establecido en el calendario y nadie quiere ceder ni en la avaricia ni en las ambiciones de poder, mientras se cruzan acusaciones y se acentúan los conflictos, cuya relevancia depende del nombre del jugador afectado y del club al que pertenece. En la última semana también se han lesionado Oyarzabal (Real Sociedad) y Muriqi (Mallorca), jugadores fundamentales para sus equipos. Anteriormente cayeron Asensio, que no juega desde hace dos meses y medio, y Dani Olmo, pero se consideró que el riesgo forma parte del oficio de futbolista.
Las lesiones de Gavi, Vinicius o Camavinga implican la visión que el Barça y el Real Madrid tienen de un modelo que detestan, donde las selecciones nacionales y organismos como la UEFA y la FIFA son mucho más que un inconveniente: son el problema. Es una fricción de la que los futbolistas desean escapar porque jugar en la Selección es el máximo reconocimiento a sus méritos y nada ambicionan más que disputar un Mundial, una Eurocopa, los Juegos Olímpicos. Gavi quería jugar contra Georgia, Vinicius contra Argentina y Camavinga contra Gibraltar. No importaban los rivales. Figura en su raíz de futbolistas. Ellos, Oyarzabal, Muriqi y todos los demás, los que se lesionan y los que no, son víctimas de un sistema nocivo que les exprime, pero al que ni se oponen ni piensan oponerse.
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