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La huelga a la japonesa de Valverde

En mitad de una plaga de lesiones graves y leves, rotaciones, bajones de rendimiento y amenazas de huelga hay un jugador que corre más que nadie, mete la pierna hasta el tuétano del hueso rival, corta el césped, dobla las camisetas y seguro que cuando llega a casa prepara biberones como Tom Cruise en Cocktail. Es Federico Santiago Valverde Dipetta, natural de Montevideo, 26 años, comandante de los ejércitos del norte y mediocentro del Real Madrid CF. Dicen que Frenkie de Jong se cruzó con él hace unos días y se cruzó de acera.

El inicio de temporada del Madrid en su juego ha sido tan decepcionante como rutinario. Mientras otros equipos como el FC Barcelona suelen empezar con ilusionantes goleadas corales para luego desinflarse en primavera, los blancos siempre comienzan regalando el centro del campo a cada rival en las primeras jornadas. La máquina se engrasa en invierno y en mayo llega la épica y la plenitud en los partidos decisivos. Ya sé que haber visto la película me debería tranquilizar, como los niños que piden una y otra vez Toy Story, pero no puedo evitar sufrir viendo el sacrificio generoso de Valverde para juntar al equipo.

Frente al aficionado medio del Bernabéu que exige a sus estrellas remar en galeras hasta que exploten -si no valen, ya vendrán otros-, soy un aficionado paternalista con los jugadores. No puedo evitar preocuparme por su bienestar. Mi felicidad depende tanto de la suya que saltaría la valla para ponerles el abrigo cuando atienden a la prensa recién sudados. Por eso sufro tanto con el estajanovista uruguayo. Y el martes me habría llevado a Vallejo a casa a levantarle el ánimo después de que saliera frente al Alavés tan nervioso que casi le provoca un infarto a Ancelotti.

Por cierto, ya sé que la huelga a la japonesa es un mito, que nunca existió eso de trabajar de más para fastidiar al patrón. Lo que sí es cierto es el origen humilde de Valverde. Y a mí el cuento del niño que progresa regando el césped con sudor me encanta.

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