Hasta el sábado en Londres cualquier circunstancia puede ser una señal que garantiza una Copa de Europa más o una derrota insoportable. La retirada de Kroos me la tomo con optimismo. El guion exige un último partido a la altura. Y como dice el manual del tópico madridista, los alemanes siempre salen bien. Comencé el fin de semana de despedida leyendo un poema de Pablo García Casado que me mandó el fotógrafo Jero Álvarez: “Yo era de Uli Stielike, un hombre honrado con aspecto de panadero, madrugadas de harina y masa madre, camiseta y mandil (…). Alguien que lo deja todo en el césped. Y que después de la guerra, con los ojos heridos por la derrota, vuelve a casa a madrugar cada mañana”.
Uli fue el último fichaje de Bernabéu y dejó en Chamartín esa creencia de que había que poner siempre un alemán en la alineación para ir con seguridad a las batallas de mayo. Toni es de esos. Me pasaba algo similar con Redondo y Xabi Alonso. Kroos al mando me da mucha paz. Luego pienso que Stielike perdió contra el Liverpool en el 81 y vuelven los nervios. A continuación me acuerdo de la final que pude ver en directo hace diez años en Wembley y retorna la confianza. Aquel Borussia-Bayern que montaron Klopp y Heynckes me pareció un partido incomprensible. Fútbol sala en campo de hierba. Presión a toda cancha 11 contra 11. Kroos no jugó esa final pero en ese equipo que convertía los partidos en una tormenta, él tomaba el sol en la cubierta.
A partir de la temporada que viene mis nervios tendrán que buscar un antídoto que sustituya al hombre de las botas blancas y las espinilleras invisibles. Camavinga, Tchouameni, Valverde… no es lo mismo. Sobrevivimos a la marcha de Redondo y Xabi. Superaré esta ansiedad que me genera su retirada. Lo que no pasará es esta tortura de semana hasta Wembley. Quiero dormir hasta el sábado a las 23:00, despertar y ver a Toni con mueca sonriente colocándose el flequillo sin la camiseta de celebración. Porque Kroos es el último bastión contra el fútbol moderno.