Klopp deja el frente y lo entendemos
El entrenador es un hombre contra todo, el fuego enemigo de quienes le quieren ganar y el amigo, más numeroso y peligroso.


El Madrid jugó este martes en Liverpool, donde un día reinó Jürgen Klopp, que ahora desde un mullido y etéreo cargo en Red Bull dice que no volverá al frente. Cuenta que en 25 años solo acudió a una boda, la suya, y no pisó el cine. Le faltó concretar si le mereció la pena, excluyendo la billetera. Es fácil entenderle. Durante un cuarto de siglo se empolló el fútbol y se perdió el mundo. Ahora deja de mandar al prójimo para que nadie le mande lo más mínimo, que cantara Serrat. El entrenador es un hombre contra todo, el fuego enemigo de quienes le quieren ganar y el amigo, más numeroso y peligroso: el presidente, el vestuario, la afición, la Prensa.
A Klopp, como a Benítez, Mourinho y tantos otros, llegar le costó un mundo. Les sucede a los que fueron jugadores modestos o ni siquiera llegaron a serlo porque está instalada la creencia de que solo los que han vivido el gran fútbol en primera persona pueden entenderlo de verdad y domar un vestuario. Los antes citados son sujetos excepcionales, la mayoría retirados prematuramente, que no superaron el síndrome de abstinencia. Les gustó tanto el juego que no supieron separarse de él. O quisieron darse una segunda oportunidad. Lo de que fuera una forma de ganarse la vida vino probablemente después.
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Arrasate compaginaba su trabajo de profesor de Primaria con el de técnico del Berriatuko. Manzano daba clases en un instituto de Jaén por la mañana y recorría 760 kilómetros diarios por la tarde para entrenar al Talavera. Manolo González, preparador del Espanyol, era conductor de autobús y ocupaba su tiempo libre dirigiendo al Badalona. Su mérito, al margen de llegar donde no lo hubieran soñado, ha sido sobrevivir, en un entorno clasista, a 25 egos, muchos de ellos mejor pagados que él, a la personalidad o la falta de ella de un presidente y a los gustos de miles de aficionados cuyo sueño hubiese sido el mismo que el suyo: sentarse en el banquillo.
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