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Las estadísticas confirman que la diferencia entre ricos y pobres se ha agrandado en los últimos años a nivel mundial. Como reflejo de la sociedad, también en el fútbol ha aumentado la distancia que separa a los clubs opulentos de los más modestos. En ningún momento de la historia medió un abismo tan insalvable entre el presupuesto del Barça o del Madrid y el del Rayo Vallecano. Las diferencias son aún mayores a nivel internacional. Bajo la batuta del multimillonario Todd Boehly, el Chelsea se ha gastado 329 millones en el mercado de invierno. Con los petrodólares se puede pagar a Cristiano Ronaldo 200 kilos anuales. Pero la bonanza queda en la élite. Un jugador de Segunda B cobraba hace unos años más que en la actual Primera RFEF.

Los estudios de política internacional han visibilizado también cómo los gigantes financieros reciben un trato de favor. Incluso los Estados tienen que mostrarse cautelosos cuando las multinacionales infringen las normas, no vaya a ser que hagan las maletas y decidan mudarse a otro país con una legislación más laxa. Mientras el autónomo se siente maltratado, las grandes corporaciones evaden la ley con ingeniería jurídica y financiera.

La diferencia de trato tiene su paralelo en la Liga. Cada año se desata un debate sobre si el arbitraje favorece al Madrid o al Barça. La disputa es estéril porque de lo que no cabe duda es de que los clubs menos poderosos e influyentes son los más perjudicados. El año pasado, el Real Madrid acabó el campeonato sin una sola tarjeta roja. Pasada la mitad de esta temporada, el Betis acumula una decena en veinte jornadas.

El sábado, Iago Aspas simuló ser agredido por Luiz Felipe. Las dotes dramatúrgicas del gallego pueden engañar al árbitro, pero —como solicitó reiteradamente Joaquín al colegiado—, ¿por qué no revisar la jugada en el VAR? Se nos dijo que esta tecnología permitiría disminuir los errores arbitrales y, en consecuencia, aumentar la equidad en el fútbol. Solo puede creérselo alguien tan inocente como los futbolistas del Betis, que aún no han aprendido que no se puede ir por la vida protestando al árbitro sus decisiones, por injustas que sean, ni saltar al césped acelerado, porque solo a los poderosos les es permitido jugar al límite del reglamento. Ya lo dijo Valdano: quien busque justicia, que no vaya al fútbol.