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Jugar a la lotería en agosto

Sucedió el otro día una de esas cosas que realmente me descolocan. Que me sacan completamente de la conversación que esté manteniendo con esa persona. Hasta hace un minuto todo estaba bien y ahora acaba de irse todo a la mierda. ¿Será que soy un poco sociópata o esta repentina falta de respeto está justificada? Un buen amigo se levantó como un rayo del chiringuito en el que estábamos rebañando el último cucharón de arroz para comprar un décimo de lotería navideña, regresar con una sonrisa de oreja a oreja y regalármelo. El problema es que estamos en agosto. ¡En agosto, por dios bendito! Los hidropedales brillan al fondo y el Lulo ya está pensando en lo que va a hacer con el premio que nunca nos va a tocar. Me pone enfermo. Aunque justo a continuación pienso que es lo mismo que le está sucediendo al barcelonismo con sus palancas y acabo sonriendo por la ocurrencia.

El amor nace de la pura expectativa y la expectativa es un mecanismo que funciona mejor cuanto más lo hinches. Esto lo sabe bien Joan Laporta y lo está aplicando a rajatabla durante este mercado de fichajes. Ha conseguido que un club arruinado por sus propios excesos se haya gastado más de 150 millones en futbolistas nuevos. ¿Cómo lo ha conseguido? A nadie parece importarle. En todas las novelas de mafiosos hay un niño bueno que el día menos pensado aparece en casa con un fajo de billetes de dudosa procedencia y entonces pone la pelota en el tejado de sus padres. ¿Qué hacemos con este chaval? ¿Le molemos a palos o nos quedamos la pasta mientras miramos al cielo y silbamos? Ese padre es el barcelonismo y su futuro está en juego.

Volviendo al concepto “en que me voy a gastar el gordo de Navidad que aún no me ha tocado”, jugó ayer el Barcelona. Tras el breve fogueo de la temporada anterior, arranca la verdadera competición para Xavi. Y va sin red. A la exigencia brutal que impone la historia súmale el cortoplacismo al que Laporta ha abocado al club. El Barcelona es como un castellet, esas impresionantes torres humanas en las que todo funciona aunque parezca que se puedan derrumbar en cualquier momento.