Guardiola-Luis Enrique: regalo o trampa

Resulta que a Luis Enrique no le vale Donnarumma porque no es bueno con los pies y el italiano ha ido a parar a donde el fútbol para un portero más delicado es en ese aspecto: al City de Guardiola. O eso se creía. Ahora que empieza la Champions hay muchas lecturas de este movimiento en el campeón del torneo, en el equipo del momento, en el rival a batir por todos. Luis Enrique, quien, por cierto, se recupera de una intervención tras un accidente en bicicleta, manda más que nadie en París. Le han dado las llaves del proyecto. Le han permitido mostrar el pulgar abajo al mismísimo mejor portero de Europa la pasada temporada. Puede hacer lo que ningún otro antes en el PSG.

Perdido. En el otro extremo queda Guardiola, encargado de escudriñar un cambio generacional y conceptual en la plantilla del City que afecta hasta lo más profundo de sus convicciones. Entregar la portería a Donnarumma es un reflejo de sus urgencias. Necesita calidad, más que cualidad. Acoplar a estas alturas al italiano a una idea de juego basada en la salida de balón desde atrás parece una tarea francamente difícil. Dedúzcase de todo esto que Lucho ha conseguido por fin que Pep vaya a su rebufo, que quien siempre tuvo en el horizonte como referente esté ahora por detrás en el retrovisor, no hundido, pero sí tocado, en esta carrera de fondo que le ha llevado a ser el mejor entrenador del mundo.

Delante. Desde aquella rueda de prensa en la que Luis Enrique, antes de enfrentarse a Guardiola en Champions, se autoproclamó como adalid actual del tiqui-taca, la sensación es que le motiva sentirse superior a Pep, como si eso constatara que el número uno es él. Regalarle a Donnarumma, el portero gracias al que levantó la Copa de Europa hace unos meses, es su última exégesis. Cave canem (“cuidado con el perro”), se decía en la antigua Roma. Pues eso.

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