Fútbol para estoicos
El otro día toqué fondo. Y eso que ando siempre alerta, a la espera de un nuevo y postrero golpe a mi ilusión futbolera. En mi diario de jugador veterano, once contra once todavía, nada de pachangas de fútbol 7 (tiempo habrá de bajar al infierno); recogí la siguiente anécdota tras el match dominical. Dispuestos ya los equipos, preparados para comenzar el partido, las últimas carreritas del calentamiento tramposo, los cuatro toques previos para sentir el balón, escuché lo siguiente desde campo contrario: “Árbitro, vamos, rapidito, que empieza el Madrid”. ¿El Madrid? “Pero si empató ayer en El Sadar...”, pensé yo y replicó el colegiado, extrañado. “El Madrid de baloncesto, que juega la final de Copa”, respondió el adversario, por llamarlo de alguna manera, con ganas de acabar antes de haber empezado siquiera.
Jugar contra semejante rival me hundió. Ni siquiera la goleada final fue suficiente bálsamo. Me dolió esa indolencia, ese pasar por la vida de puntillas, ese desprecio al juego en el que éramos protagonistas por llegar a ver un partido de básquet en la tele.
Me indigné, pero en realidad la culpa es mía. No se puede vivir así. Me he dado cuenta de que con el fútbol ya todo es angustia. Sufro por todo. Vivo cada jugada con aprensión, me tiro de los pelos con los pases al contrario, me ofusco con los goles rivales, no soporto los triunfos ajenos, espero represalias arbitrales, me empacho de medios y avivo teorías de la conspiración. Las pocas alegrías (¿qué alegrías? Si soy del Espanyol), son ya apenas alivios.
Ahora que la filosofía estoica llena de best sellers las librerías, que el estoicismo se debate en los pódcast, que buscamos aprender a no sufrir, a huir del estrés y la adversidad de la vida, necesito ese cambio. ¿Primer paso? Refugiarme en el cine para huir de la pesadilla del descenso. Es tiempo de ver las dos películas del año en los Goya. Con El 47, la más premiada, no me ayuda mucho el rastro del Barça de Cruyff. Mejor evadirme con el thriller de La infiltrada, la más taquillera. Parece que me relajo, pero, de repente, en una secuencia aparentemente tranquila, una radio canta los resultados de una jornada cualquiera. “Extremadura 1-Espanyol 0″. Y vuelvo al pozo. El fútbol me persigue. Estoicos, venid a mí.