Fútbol de mentira
Terminó el primer partido de la gira americana con un cariñoso saludo entre Hansi Flick y Pep Guardiola sobre el césped. “¡Una bañera, que traigan una bañera!”, gritaría más de un culé en su casa recordando la famosa foto de Messi con Lamine Yamal y la posibilidad, más o menos cierta, de que el talento pueda transmitirse a través del jabón y del agua: nos conformaríamos, y creo que hablo por una amplia mayoría, con que al alemán se le pegase la buena mano del catalán para construir mediocentros, ya no digo equipos.
Es, ahora mismo, el punto débil de una plantilla que no ha recibido más refuerzos que los cosechados en casa, en una Masia que no deja de producir talento y a la que, con dinero en el bolsillo, se deja de mirar porque las perlas ajenas siempre parecen mayores cuando nos las sirven en exóticos escaparates. Contra el City apuntó buenísimas maneras Marc Bernal, por ejemplo, uno más de los que se plantan en el primer equipo con todo lo bueno aprendido y a los que, dios no lo quiera en esta ocasión, se le empieza a pegar lo malo en cuanto el entrenador de turno se empeña en que le falta algo, a menudo físico, que es la trampa más vieja del mundo para no hablar de fútbol y valorar a lo de fuera por encima de lo que tienes en casa.
De eso sabemos -y mucho- en un club siempre dispuesto a dejarse las pestañas en futbolistas como Vitor Roque. Su partido, a la sombra de Pau Víctor, refrenda la idea de que el Barça solo debería invertir en futbolistas indiscutibles, en jugadores que mejoren por mucho lo que ya tienes, o de lo contrario crece la impresión de que algo no funciona del todo en la parcela deportiva. Mucho tiene que demostrar el brasileño para que alguien, quien corresponda, no tenga que terminar explicando esa obsesión de comprar todo el pescado a André Cury, que hace ya un tiempo luce en el imaginario culé como una especie de Antonio Recio en La que se avecina.
Y poco más se puede decir de un partido que solo sirve para recaudar dinero a costa de sacrificar preparación: suerte que los americanos siguen sin diferenciar el fútbol de verdad y el de mentira, porque será por demandas y abogados en la tierra del Tío Sam.
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